
Teología de la Historia
La conversión de Manuel Azaña (1)
Cuando la noche del 3 de noviembre Azaña entró en agonía, su mujer mandó llamar al obispo, que pudo administrarle la extremaunción

La persona que encarna como nadie lo que fue el desdichado régimen político de la Segunda República es, sin duda, Manuel Azaña. Firmante del «Pacto de San Sebastián» de agosto de 1930, promovido por un grupo de cualificados representantes de los partidos opuestos a la Monarquía, ocupó la cartera de Guerra en el gobierno provisional de la República, posteriormente ostentó la presidencia del Consejo de Ministros para finalmente ejercer la Presidencia de la República.
Persona culta y respetada por las izquierdas, se exilió a Francia el domingo 5 de febrero de 1939 acompañado de su mujer y su cuñado Cipriano Rivas Cherif, que sería detenido el 10 de julio de 1939 y llevado a Madrid donde sería juzgado y condenado a pena de muerte. Pena que sería conmutada por la de cadena perpetua, para finalmente ser liberado en 1947. Permaneció alojado en una vivienda particular junto a otros refugiados en la ciudad de Montauban, localidad de la región de la Occitania muy próxima a su capital Toulouse. El 15 de septiembre de 1940 se trasladaría al hotel du Midi ya muy afectado del corazón. Fue providencial que un día llegó al hotel una Hermana de las Hijas de la Caridad para pedir una recomendación al embajador de México −país que corría con los gastos de la estancia− para pedirle una recomendación para unas familias judías que querían salir de Francia: el 10 de mayo de ese año, Hitler había comenzado la invasión de Francia y sus vidas corrían peligro. La monja, enterada de la estancia de Azaña allí, se interesó por su salud, haciendo reiteradas visitas al hotel a hablar con su familia, hasta que enterado de ello Azaña, expresó su deseo de conocerla. El 17 de octubre tomó posesión de la diócesis el nuevo obispo, y la esposa del presidente fue a pedirle que intercediera ante España porque su hermano había sido condenado a muerte. Preocupado al no recibir respuesta, acudió a hablar con ella al hotel y de paso saludó a Azaña (2).
Sería el comienzo de una relación que se intensificaría cuando el obispo, enterado de que había empeorado su salud, acudió a verle con frecuencia. Cuando la noche del 3 de noviembre Azaña entró en agonía, su mujer mandó llamar a la monja y al obispo, que pudo administrarle la extremaunción.
Monseñor Pierre-Marie Théas era el obispo de Montauban desde octubre de1940, y recogió en tres documentos −el primero en 1940, el segundo en 1952 y el tercero en 1958− lo que ocurrió en esos días.
El primero lo escribió el día siguiente a su entierro y fue refrendado por dos testigos muy cercanos a la familia y que convivieron con él en la casa. Uno era el propietario de la vivienda, Ricardo Gasset Alzugaray, director de «El Imparcial», diputado en Cortes y Subsecretario de Comunicaciones. Ambos firmaron que la relación de los hechos escrita por el obispo «es exacta». Ese primer documento indica: «Posesionado de la catedral de Montauban… al día siguiente fui llamado por el presidente Azaña, enfermo, que residía en el hotel du Midi. El primer encuentro fue muy cordial: «Vuelva a visitarme todos los días», me dice el presidente estrechándome la mano». En el tercer documento, el de 1958, dice el obispo: «En efecto, todos los días por la tarde iba a conversar un rato con el que fue presidente de la República española. Hablábamos de la revolución, de los asesinatos, de los incendios de las Iglesias y conventos. Él me hablaba de la impotencia de un gobernante para contener las multitudes desenfrenadas y detener «un movimiento que se ha desencadenado». Después dirá: «Deseando conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le presenté un día el crucifijo. Sus grandes ojos abiertos, enseguida humedecidos por las lágrimas, se fijaron largo rato en el Cristo crucificado. Seguidamente lo cogió de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces y exclamando cada vez: «¡Jesús, piedad y misericordia!» (1958). A continuación el obispo hace una reflexión sobre la fe de Azaña, que había recibido en sus primeros años: «Este hombre tenía fe. Su primera educación cristiana no había sido inútil. Después de errores, olvidos y persecuciones, la fe de su infancia y de su juventud informaba de nuevo la conducta de los últimos días de su vida». Ante su actitud, monseñor Théas le ofrece la confesión: «¿Desea Ud el perdón de sus pecados?», y Azaña respondió: «Sí» ( documento de 1940). En el documento de 1952 monseñor Théas es más explícito: «Recibió con plena lucidez el sacramento de la penitencia, que yo mismo le administré». En el de 1958 recoge: «Invité al enfermo al sacramento de la penitencia y lo recibió de muy buen grado». Sin embargo no le pudo administrar la Eucaristía, lo que le supuso interrumpir momentáneamente sus visitas. Cuando a los que le rodeaban les comentó la posibilidad de administrarle la comunión como viático se negaron alegando que «¡esto le impresionaría!», sin que su insistencia obtuviera resultado: «Se me prohibió el acceso al enfermo».
Escribió que por cinco veces se le negó el acceso pese a que estaba seguro de que Azaña quería recibirlo. «Por cinco veces me presenté pero choqué con la obstinada negativa de N. Así pasaron los días hasta que la noche del 3 de noviembre, a las 23 horas, la señora de Azaña me mandó llamar. Acudí inmediatamente al hotel du Midi y en presencia de sus médicos españoles, de sus antiguos colaboradores y de su esposa, le administré la extremaunción y la indulgencia plenaria al moribundo en plena lucidez. Después sujetas sus manos entre las mías, mientras yo le sugería piadosas invocaciones, el presidente expiró dulcemente, en el amor de Dios y la esperanza de su visión» (1958). Después de la muerte de Azaña se produciría un conflicto con ocasión de sus funerales. Su viuda le pidió al obispo un funeral religioso en la catedral: «La señora del presidente, conocedora del fin cristiano de su marido, pidió exequias religiosas, que después de un acuerdo con el arcipreste, consistirían en un simple responso en la catedral». Pero continúa monseñor: «El 5 de noviembre, la viuda muy fatigada, decide no asistir a la ceremonia. El cortejo fúnebre en lugar de ir a la catedral −donde se le esperaba− se dirigió al cementerio y el entierro fue puramente civil» ( 1940). En el escrito de 1952 fue más explícito: «El cónsul de México, al darle conocimiento de ello la señora Azaña, dispuso el entierro civil del presidente. La viuda después no se atrevió a protestar porque México pagaba todos los gastos del hotel al presidente y los que le acompañaban». Es decir, que el entierro civil se hizo contra la voluntad de la viuda de Azaña, que en la tarde de ese mismo día 5 de noviembre fue a visitar al obispo, a darle las gracias y a lamentar el entierro laico que habían dado a su marido. Pero monseñor Théas escribiría en 1958: «El entierro fue civil, pero la muerte había sido cristiana. ¿Acaso no es eso lo esencial?».
En Montauban descansan los restos de Manuel Azaña. Allí yace bajo una cruz, cómo mandó su viuda: «Encargados quedaron algunos amigos de hacer como yo quería los arreglos del cementerio: simplemente una lápida de piedra con dos cipreses a su cabecera, y en la piedra una cruz de bronce sobre la inscripción».
A este tan emocionante testimonio de la conversión de Azaña podemos añadir un hecho que sin duda desconocían su viuda y monseñor Théas. Una niña hoy ya venerable, María del Carmen González Valerio y Sáenz de Heredia, a los 9 años ofreció los dolores de su enfermedad «por la conversión de Manuel Azaña, quien había ordenado el asesinato de su padre poco tiempo antes (3)». San Juan Pablo II la declaró venerable por sus virtudes heroicas. El doctor que la atendió durante el proceso de beatificación declaró que «lo único que quiero afirmar a través de mi experiencia de toda una vida como catedrático de la especialidad […], y conocido un innumerable número de enfermos de todas clases sociales, categorías y edades, es que el comportamiento de esta niña de 9 años durante su enfermedad hay que considerarlo extraordinario y heroico. Su santidad no me compete a mí hacerla».
1- Jorge Fernández Díaz, «El tiempo de María» (Editorial Nueva Eva, 2025).
2- Gabriel M.verd S.J. , La Conversión de Azaña (Revista Razón Y Fe, 1986).
3- Del boletín número 62 de La Venerable Sierva De Dios.
✕
Accede a tu cuenta para comentar