
La opinión de Antonio Pelayo
La crucifixión, la forma más bárbara y atroz de morir
Desde hace siglos, los cristianos veneramos la cruz no como un instrumento de tortura humana sino como el símbolo de nuestra salvación

En la antigua Roma la crucifixión era la más bárbara y atroz forma de morir y por eso la más temida. A morir en una cruz eran condenados los esclavos insumisos, los delincuentes más peligrosos, los rebeldes contra el poder imperial. Cicerón la define como el "más cruel y aterrador castigo".
Cuando el cobarde Pilatos, entrega a Jesús en manos de los Sumos Sacerdotes sabe que el Nazareno morirá crucificado y, previamente como estaba establecido salvajemente flagelado. Desde hace siglos los cristianos, sin embargo, veneramos la cruz no como un instrumento de tortura humana sino como el símbolo de nuestra salvación y damos culto a las reliquias del sagrado leño que han llegado hasta nosotros.
En su sermón de las Siete Palabras, celebrado en Valladolid el pasado Viernes Santo, el sacerdote y profesor universitario José San José pudo afirmar que "aunque a los ojos del mundo la muerte puede parecer el final absoluto, sin embargo la fe cristiana proclama que la cruz no es el término de la historia sino el inicio de la nueva vida (…) la Pasión no es el final sino el camino que conduce a la gloria, (...) contemplemos el misterio de la cruz como el lugar donde nuestra esperanza se afianza, donde aprendemos que la entrega, el amor y la confianza en el Padre nos llevan a la Resurrección".
En las Meditaciones que ha escrito para el Vía Crucis del Coliseo, el aún convaleciente Papa Francisco se pregunta: "en el Calvario ¿dónde estamos nosotros?, ¿bajo la cruz?, ¿a cierta distancia?, ¿lejos? O tal vez, como los apóstoles, ya no estamos. Tú expiras y este respiro, último y primero, sólo pide ser acogido. Señor Jesús orienta nuestros caminos hacia tu don. No permitas que tu soplo de vida se disipe. Nuestra oscuridad busca tu luz".
Ese es el significado que debe darse a la devoción a la Cruz de Cristo contemplada como un árbol de vida y no como un madero ensangrentado.
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