Ciencia
Descubren un sexto sentido y está en el intestino
Su función fundamental es regular el apetito, pero podría intervenir también en el estado de ánimo
El sexto sentido existe. Puede que la noticia no sea una gran sorpresa porque todos, en cierta manera, hemos percibido alguna vez su existencia. Lo llamamos intuición, sensación, «tener la sospecha de…», «darnos en la nariz…».
Pero si decimos que ese sexto sentido se encuentra en el colon, la idea ya resulta sorprendente e, incluso, provocadora. Eso exactamente es lo que sugiere una investigación publicada esta misma semana y que confirma la existencia de un canal de comunicación entre el aparato digestivo y el cerebro que puede condicionar nuestras vidas.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Duke, dirigido por el neurocientífico Diego Bohórquez, ha anunciado el descubrimiento de un «sentido neurobiótico» (así lo han bautizado) que permite al cerebro reaccionar directamente a estímulos modulados por los mircroorganismos que viven en nuestro aparato digestivo. La investigación se centra en los llamados neuropodos o células sensoriales intestinales. Este tipo de célula epitelial está instalado en el colon y puede conectarse con otras células nerviosas hasta comunicar impulsos al cerebro. También se las conoce como células enteroendocrinas.
Lo que el equipo de Duke ha descubierto ahora es el modo en el que estas células detectan mensajes químicos procedentes de las bacterias del aparato digestivo y los comunican al cerebro para modular la sensación de apetito. Son, pues, capaces de «sentir» cómo se encuentran el intestino y otros órganos, y generar sensación de hambre o de saciedad.
La clave de esta comunicación se encuentra en la flagelina, una proteína que se expresa en las terminaciones de algunas bacterias llamadas flagelos. Los flagelos son unos filamentos con forma de látigo que favorecen la movilidad de las bacterias en su entorno. Cuando ingerimos un alimento, algunas bacterias son más propensas a secretar flagelina. Las células eteroendocrinas pueden detectar esa secreción gracias a un receptor especializado conocido como TLR5. Cuando lo hacen, de manera espontánea, disparan un mensaje neuroquímico a través del nervio vago, el canal de comunicación más importante entre el cerebro y el estómago que conecta el bulbo raquídeo con órganos como la tráquea, la faringe, el esófago, los bronquios, el corazón, el estómago, el páncreas, el hígado y los intestinos. Este nervio es el responsable, por ejemplo, de que algunas personas se sientan mareadas o vomiten al ver sangre, de que se produzcan shocks y mareos relacionados con síndromes gástricos.
La conexión entre el cerebro y el estómago es bien conocida desde hace tiempo. Pero el modo en el que se produce exactamente la comunicación entre ambos centros no se conoce totalmente. Se ha especulado con que las respuestas neurológicas a sucesos digestivos son una consecuencia de procesos inflamatorios. Una acción química en el estómago genera una respuesta inflamatoria y ésta activa mensajes que van al cerebro. Pero la nueva investigación, publicada en la revista «Nature», sugiere que puede haber un canal directo entre las células intestinales y el cerebro. Sería, por lo tanto, una vía de comunicación sensorial nueva: un «sexto sentido».
Para comprobar si esta vía existe, es decir, si es cierto que la flagelina de las bacterias intestinales activan células en el epitelio del colon y éstas lanzan un mensaje directamente al cerebro para detener la sensación de hambre, los expertos utilizaron ratones de laboratorio.
Primero retiraron la alimentación de los roedores durante un tiempo suficiente para provocarles sensación de hambre. Luego, a algunos de ellos les suministraron una pequeña dosis de flagelina directamente en el colon antes de alimentarlos. Esos ratones comieron menos cantidad que los que no fueron intervenidos.
El segundo paso fue crear ratones de laboratorio transgénicos a los que se les eliminó el receptor TLR5 de las células sensoriales intestinales. En ese caso, no hubo diferencia entre los animales con flagelina extra y los que carecían de ella. Es decir, quedó demostrado que la flagelina es la responsable de la respuesta sensorial y que, cuando se elimina el receptor que se conecta con esa sustancia, el animal come con normalidad.
El proceso puede ser similar en humanos: las bacterias intestinales son «chivatos» que rastrean la cantidad de alimento absorbida. Cuando llega un momento de saciedad, lanzan a través de la flagelina un mensaje de «tenemos suficiente». Ese mensaje entra en las células sensoriales del aparato digestivo a través de la puerta del receptor TLR5 y es enviado directamente al cerebro: «Para de comer».
El trabajo supone un paso inédito para el conocimiento de ese proceso aún misterioso que es la sensación de hambre y que tiene tantas implicaciones sanitarias. Intervenir en la flagelina o en sus receptores podría ser una herramienta poderosa para combatir desórdenes alimenticios tales como la obesidad o la falta crónica de apetito.
Pero algunos expertos van más allá. Este podría ser solo uno de los canales de comunicación directa entre las vísceras y el cerebro. Se sabe que la diversidad bacteriana del aparato digestivo regula otros comportamientos como diferentes estados de ánimo. ¿Quizás la euforia, la depresión y la atracción sentimental también tengan un centro de control en el «sexto sentido» de las tripas?