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Dieta de harina y comida enlatada

El temor ante la crisis económica provoca un auge del movimiento «prepper» en Estados Unidos

La Razón
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arah Luke, una ama de casa americana de Texas (EE UU), almacena cantidades ingentes de comida enlatada en su casa. Comenzó con esta práctica en 2008, cuando el huracán «Ike» inundó su hogar y ella y su familia tuvieronque abandonarlo. Después vino la crisis económica y muchos de los negocios de la ciudad comenzaron a cerrar. Miles de personas fueron despedidas y después desahuciadas. Aquel cúmulo de calamidades le dio pie a creer que un día el desastre sería mucho mayor.

El caso de Sarah, relatado en una entrevista en el «Toronto Star», refleja el nuevo tipo de mentalidad preparacionista que ha surgido con fuerza en los últimos años. Más que creer en el fin del mundo en un sentido bíblico, muchos de ellos piensan que el planeta está lleno de amenazas que puede arruinarles la vida en cualquier momento. La lista incluye una guerra nuclear, huracanes, terremotos, el deshielo de los polos, una epidemia y cualquier catástrofe que dibuje un mundo sin comida, sin agua y donde la fuerza y la autogestión, más que el dinero, pueden ser las armas más preciadas. Tanto los que creen ciegamente en el advenimiento del apocalipsis como aquellos que piensan igual que Sarah Luke actúan de manera parecida, acumulan compulsivamente enseres y alimentos. La noticia de que la madre de Adam Lanza, el asesino de Newtown, llevaba años preparándose para el final de los tiempos ha puesto en el punto de mira a los «preppers» («survivalistas», en español). Aunque cada vez gozan de más influencia, no constituyen una tendencia reciente. Este fenómeno surgió durante la Guerra Fría en las áreas rurales más conservadoras de Estados Unidos, explica el periodista y escritor Javier Sierra. Fue una época marcada por la obsesión de los refugios antiaéreos. «Eran en sus inicios personas que desconfiaban de la capacidad protectora del Estado».

El 11-S supuso un inmejorable argumento para sus profetas. Uno de ellos es Hugh Vail, presidente de la Red de Preparacionistas Americanos (APN), quien asegura que la venta de equipamiento y comida enlatada ha crecido más de un 1.000 por ciento desde 2008, a raíz de la crisis económica, con un tirón significativo tras el tsunami de Japón en 2011. Esta comunidad sigue ganando adeptos a día de hoy gracias a internet.

Más fuertes con Obama

Los «preppers» se han convertido en un éxito televisivo en EE UU gracias a un programa de National Geographic en el que se describen las mil y una peripecias de estos individuos para afrontar la gran catástrofe. La cadena estima que existen millones de preparacionistas en Norteamérica y Canadá. Uno de los más conocidos es Bruce Beach, un avispado profesor jubilado que construyó en los ochenta un refugio con más de 40 autobuses enterrados que se alquilan con ducha, cocina y habitaciones familiares. La APN cree que todo buen superviviente debe regirse por cinco principios: ahorrar y vivir con poco; evitar a toda costa el endeudamiento; ser emprendedor; alcanzar un grado máximo de independencia y ser capaz de cubrir las necesidades básicas para sobrevivir un año. Uno de los sambenitos que no toleran es el de que son unos chalados. «No estamos más locos de lo que lo están aquellos que contratan un seguro de hogar», se defienden. Javier Sierra considera que tienen un punto racista: «Se han hecho más fuertes desde la llegada al poder de Barack Obama, porque creen que es una señal más del fatalismo del mundo contemporáneo». A ellos les gusta diferenciar entre survivalista y preparacionista. Mientras que el primero posee las habilidades para vivir de la propia tierra al modo en que lo hacían sus antepasados, los segundos aspiran a mantener su nivel de vida tras el cataclismo.

Aunque el cine y la literatura han dado muchas obras de referencia sobre este tema, existe para muchos de ellos un libro de cabecera titulado «How to Survive the End of the World as We Know It», escrito por James Wesley Rawles, que como buen preparacionista acumula comida suficiente para tres años en su casa cerca de las montañas Rocosas. «Entiendo el afán de supervivencia –objeta Sierra a LA RAZÓN–, pero me cuesta entender qué sentido tiene vivir en un escenario de catástrofe total. Y qué pasa después de que haber agotado las provisiones».