Educación

Puentes sobre aguas turbulentas

Puentes sobre aguas turbulentas
Puentes sobre aguas turbulentaslarazon

Un ex ministro de Cultura se quejaba de que ese Ministerio siempre había sido considerado una «maría», una asignatura sin contenido político. Un puro adorno que sólo sirve para compensar –y recompensar– los equilibrios de los partidos o darse brillo a través de alguna personalidad independiente «culta». Sin embargo, la Generalitat de Cataluña siempre consideró prioritario este departamento en su estructura de poder por su alto valor simbólico, pero también político: es una herramienta de primer orden para construir su ideario nacional, como así ha sucedido. Salvando la presencia del Estado en algunos patronatos de instituciones públicas y su aportación económica, no hay más vínculo entre Cataluña y el resto de España, culturalmente hablando. Ni existe –como suele decirse ahora– un relato común.

Hace unos días, la Prensa de Barcelona valoraba –y sospechaba– que algunos de los premios nacionales de este año han recaído en autores catalanes para suavizar el desencuentro: el Nacional de Ensayo (Victoria Camps), Artes Plásticas (Jaume Plensa) y Fotografía (Eugenio Forcano). Sin embargo, este año figuraba como candidato al Cervantes Martín de Riquer (a propuesta de Mario Vargas Llosa en la Real Academia Española, que fue aceptada), pero no prosperó y el jurado acabó votando a Caballero Bonald. Hubiera sido una buena ocasión para celebrar al gran estudioso de la obra de Cervantes y de Ramon Llull, un modelo de catalán que ha sabido construir puentes entre uno y otro lado del Ebro (y pelear en ese río con las tropas nacionales) y él mismo una manera heterodoxa de ser catalán: vencedor con Franco y luego actor de la reconstrucción cultural del catalanismo. Sus puentes se levantan sobre una geografía moral.

Jordi Amat, filólogo estudioso de Ridruejo y Foxá, de Cernuda y Carles Riba y autor de «Las voces del diálogo» (sobre los encuentros poéticos de autores catalanes y castellanos en Segovia en la década de los 50), expresa de manera muy clara las causas de ese desencuentro cultural: «Hay un hecho dramático: el funcionamiento del sistema cultural español y catalán no tienen ningún vínculo. No hay vasos comunicantes. En Cataluña se ha construido un sistema al margen, y desde la Administración española y sus sucesivos gobiernos se ha actuado con desidia y desinterés, como si no fuera con ellos, lo que ha sido un gran error». Las dos grandes instituciones que más proyección simbólica tienen de la cultura española, la Real Academia Española y el Instituto Cervantes, creen que el vínculo todavía se mantiene. «La Real Academia está en una situación privilegiada y debe profundizar esta relación que, creo, todavía existe. Es de las pocas relaciones firmes que nos quedan, con comprensión y auténtica amistad», dice José Manuel Blecua, director de la RAE. «En este momento político de fricción, hay que cultivar la relación entre las culturas españolas, en catalán y en castellano, y también con las academias vasca y gallega». Para Blecua, hablar de una cultura en catalán y en castellano es hablar de una sola «cultura bifronte».

Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, y durante doce años al frente de la RAE, enfatiza la pregunta: «¿Puentes rotos?». Y responde: «Pero no entre los protagonistas de la escritura». Y entonces cita a la mallorquina Carme Riera, al propio Blecua (nacido en Zaragoza pero familiar y académicamente hecho en Barcelona), a Pere Gimferrer, a Francisco Rico, a Ana María Matute, a Luis Goytisolo, a Martín de Riquer, desde 1965 miembro del la RAE. Todos académicos. «En el Cervantes –añade– somos fervientemente constitucionalistas, de manera que hace unos días en nuestra sede de Burdeos se celebró el día del eusquera con total naturalidad y al mismo tiempo se enseña castellano. Es nuestro deber porque son lenguas españolas». Concluye: «Sólo cuando se trastocan las pasiones se confunden las cosas».

Al poeta y académico Pere Gimferrer hablar de puentes le suena a una vieja historia. «¿No era esto lo que hicieron Unamuno y Maragall desde 1900? ¿O tal vez lo que hizo Menéndez Pelayo cuando pronunció su discurso en perfecto catalán en los Juegos Florales de Barcelona de 1888 y habló del catalán como "una lengua española y limpia de toda mancha de bastardía?"».

A Gimferrer le suena a un debate antiguo, tanto como el discurso de Víctor Balaguer cuando ingresó en la RAE en 1883. O a los más cercanos encuentros poéticos de Segovia en 1952 con Carles Riba y Vicente Aleixandre. O más que viejo, a Gimferrer le parece un debate mal enfocado, porque «el problema de los puentes no es el de en qué lengua vernácula se estudia, sino el de la historia literaria de las lenguas hispánicas». La falta de esta historia es lo que explicaría que todavía se desconozca o no se tenga en cuenta que la primera edición de la poesía de Ausias March se edita, en su idioma original, en Valladolid en 1555. Y, argumenta que la influencia de este poeta valenciano es evidente en Villamediana, en Quevedo, en Garcilaso, «como bien enseñaron Dámaso Alonso y Martín de Riquer». O que se desconozca que fue en la Universidad de Granada desde 1960 donde se impartía catalán (no oficialmente desde 1941), antes incluso que en la de Barcelona, y que fue allí donde Riquer editó al poeta valenciano Jordi de Sant Jordi en 1955. «¿Y de quién depende esta historia literaria común?», se pregunta. «De los planes de estudio y a veces sólo del profesor o catedrático de Literatura Española que te ha tocado», contesta.

¿Y ahora? El escritor y ensayista Félix de Azúa, que ha denunciado con ironía minimalista que el nacionalismo catalán no le deja ser catalán, algo tan sencillo, dice: «No creo que sea posible tender puentes, ni culturales ni de ningún otro tipo, porque el gobierno catalán ha roto toda posibilidad de entendimiento con España y con Europa. En este momento está obligado a navegar en solitario y si en algún momento necesita ayuda quizá se replantee su autismo. Cuando algo se rompe siempre hay alguien que es el primero en romper. Ha sido la clase dirigente catalana la que ha roto los puentes con España y con Europa. Cualquier intento de reparación le corresponde a ella».

El historiador Borja de Riquer, hijo del gran estudioso de El Quijote, cree que es casi imposible volver a tender puentes: «Esto no es un problema de intelectuales, sino de políticos. Estamos en una situación diferente a la de hace treinta años». De poco sirve en estos momentos que el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, lea a poetas catalanes, o que García de la Concha reivindique el espíritu de los encuentros literarios de Verines. La paradoja, dice Jordi Amat, es que fue Vargas Llosa el único Premio Nobel que en su discurso se refirió a la literatura catalana cuando citó a Joanot Martorell, autor de «Tirant lo Blanch», y sólo se le recuerde por sus críticas al nacionalismo catalán. «Hay que desactivar muchos malos entendidos. No intentar tender puentes y construir un relato compartido es suicida. La hegemonía del independentismo es absoluta y no hay alternativa», concluye Amat.