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El aviso de la naturaleza

Varias señales hacían presagiar que una catástrofe así podía suceder: sequía, altas temperaturas, vegetación combustible...

En época de temporadas secas, el eucalipto arde con especial facilidad
En época de temporadas secas, el eucalipto arde con especial facilidadlarazon

Varias señales hacían presagiar que una catástrofe así podía suceder: sequía, altas temperaturas, vegetación combustible...

Una tormenta de fuego no es algo que se produzca muy a menudo. Pero si existe un escenario propicio para ello, debe de ser muy parecido al aspecto de Galicia y el norte de Portugal durante el pasado fin de semana. Meses de escasez de precipitaciones, altas temperaturas inusualmente sostenidas en el tiempo, vientos de componente sur cálidos y secos, una desproporcionada cantidad de árboles pertenecientes a especies no autóctonas y más fáciles de incendiar, y el huracán más potente que ha pasado por Europa desde que hay registros. Con estos mimbres solo podría ocurrir una cosa. Y ocurrió. La culpa de los incendios forestales es de quienes los provocan. En la inmensa mayoría de los casos, los humanos.Pero las circunstancias para que un incendio sea más o menos devastador, pueda terminar en un conato o desarrollar todo su poder catastrófico dependen de otros muchos factores difíciles de cuantificar.

En el caso de los incendios de Galicia, Asturias y Portugal, podemos hacernos una idea más clara de algunos de ellos.

La península ibérica lleva meses experimentando un inusual fenómeno meteorológico. En el último lustro, año tras año, se han ido registrando déficits de pluviosidad y, al contrario de lo que suele suceder, la zona más perjudicada por las sequías ha sido la parte de país al norte del Duero. Galicia vive desde hace tiempo sobre suelo demasiado seco. Un casi inamovible fenómeno anticiclónico en el sur de Europa tuvo parte de la culpa: vientos cálidos y secos, estabilidad atmosférica, calor...

En esas circunstancias, buena parte de la vegetación adquiere su mejor cualidad como combustible. Entre los árboles pirófitos que conocemos (aquellos que tienen cierta afinidad por el fuego porque se benefician ecológicamente de él), los eucaliptos y los pinos se llevan la palma. Ambas son especies que evolucionan en función del azote de los incendios. Los pinos han desarrollado estrategias de defensa como la creación de cortezas muy resistentes o la expulsión de semillas protegidas en caso de fuego. Los eucaliptos pertenecen al grupo de los llamados rebrotadores obligados. Arden sus partes aéreas con mucha facilidad pero sus raíces son resistentes a la mayoría de los incendios, por eso rebrotan muy deprisa tras la catástrofe. Son ideales para repoblar un bosque quemado, aunque en temporadas secas son uno de los mejores combustibles.

Desde 1992, el Plan Forestal de Galicia ha tratado de organizar la masa arbórea gallega con un doble fin: fomentar la explotación sostenible de la madera y evitar incendios. La normativa contaba con llegar a 2032 con un máximo de 245.000 hectáreas de masas puras de eucalipto. Pero la cifra ya se ha superado. Desde el año 2000, la superficie de eucalipto ha aumentado un 65% en la zona. Desde 2008, la situación es aún peor. El pino ha perdido buena parte de su valor de mercado, con una disminución de su superficie del 40% entre 2005 y 2011. Se talan más pinos de los que se plantan. El eucalipto resulta más eficaz, sirve de alimento a la voraz industria papelera, se vende a mejor precio y se regenera antes... pero arde como el demonio. Los frutales y las frondosas se llevan la peor parte. Son más resistentes al fuego, plantadas en grandes extensiones podrían servir de pantallas o islas ante los grandes incendios, pero apenas se plantan. El castaño, el abedul o el roble tienen muy poco aprovechamiento maderero.

No es fácil determinar hasta qué punto la composición de la masa de árboles gallega está relacionada directamente con esta tragedia. Han cundido las teorías sobre la posible conjunción de intereses (madera, papel, brigadas forestales) que no dejan de ser especulaciones. Es cierto que Galicia es la comunidad donde se sufre el mayor porcentaje de incendios forestales provocados: 80,2 de cada 100. En Aragón, por ejemplo, solo lo son el 12%. Pero también es cierto que la mayor parte, aun siendo provocados, no tienen una intencionalidad criminal o especulativa. Más del 30% se debe a accidentes en el manejo de rastrojo y pasto por parte de agricultores o ganaderos. Aunque se ha demonizado al eucalipto, el principal problema de los incendios en España no son los árboles, sino su ausencia. Según la Consejería de Medio Rural y el Ministerio de Agricultura, desde 1976 se quema más del doble de superficie rasa que de superficie arborizada en Galicia. La razón, la pésima gestión de las zonas de rastrojo, pasto o monte bajo, la falta de poda, de cuidados y de tareas tradicionales de limpieza del terreno. No, no hay una línea directa que una a la industria del papel y la madera, los eucaliptos y el fuego.

El panorama es complejo, pero no impredecible. Pocas veces una situación de emergencia ha llegado con tantos preavisos como esta. Sólo un factor nos ha pillado por sorpresa: el huracán Ophelia. El único de categoría 3 que se ha registrado en Europa. Una rareza en la ya de por sí rara población de huracanes por estos lares. Llegó en el peor momento para aventar con sus rachas de decenas de km/h las llamas ya crecidas. Su virulencia sirvió para desplazar al anticiclón que hacía de muro para las aguas y, al menos, permitió que, aunque tarde, en Galicia volviera a llover.