Ciencia

El día más largo: diseñados para vivir 25 horas

Varios estudios aseguran que podríamos adaptarnos a jornadas más extensas

El día más largo: diseñados para vivir 25 horas
El día más largo: diseñados para vivir 25 horaslarazon

En más de una ocasión, sobre todo cuando el tiempo apremia, hemos «soltado» la queja: el día debería durar más de 24 horas. ¿Pero cuántas? ¿28? ¿30? ¿36?

En más de una ocasión, sobre todo cuando el tiempo apremia, hemos «soltado» la queja: el día debería durar más de 24 horas. ¿Pero cuántas? ¿28? ¿30? ¿36? El cambio horario de este fin de semana es un buen momento para comprobarlo: vamos a experimentar una jornada de 25 horas. Y, según algunos estudios, el ser humano podría adaptarse a esta situación.

No en vano, el cambio horario de invierno, al contrario de lo que ocurre en marzo con el de verano, es lo que podríamos denominar el cambio «bueno». «Cuando se trata de añadir una hora, la adaptación es rápida. Es en primavera, al perder una hora, cuando padecemos somnolencia y nos volvemos más irritables», explica David Pérez, director general de la Fundación del Cerebro. Así, la sensación no dista mucho de cuando viajamos del este al oeste, «donde ganamos tiempo y el ‘‘jet lag’’ es menos aparatoso que si viajamos del oeste al este».

Esa adaptación la logramos gracias a lo que se conoce como «ritmo circadiano». Se trata del ritmo biológico de todos los seres vivos, un «reloj» interno por el que nuestro organismo se adapta a las 24 horas que abarca el día. Dos ejemplos: a las 10:00 horas, nuestro cuerpo se encuentra en su estado máximo de despertar, mientras que a las 2:00 entramos en la fase de sueño más profundo. Para ello, necesitamos de estímulos externos. Y en este caso juega un papel predominante la luz.

«En espeleología se ha demostrado que un grupo de personas, aisladas y sin luz, se iban a dormir progresivamente más tarde y cada vez se levantaban más tarde, dando pie a días de 25 horas», explica a LA RAZÓN el doctor Antoni Bulbena, de la Unidad de Psiquiatría del Hospital del Mar y catedrático de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona. Y es que la luz entra por los ojos a través de los núcleos supraquiasmáticos, «que sirven, a su vez, para estimular la regulación del ritmo biológico» que nos mantiene despiertos o dormidos. Al contrario que otros animales, cuyo reloj interno es muy estricto y está muy ligado a marcadores como la luz, «los seres humanos tenemos un margen mayor».

Así, la discusión sobre cuál debería ser la duración de nuestro ritmo circadiano sigue abierta. Investigadores de Harvard determinaron a finales de los años noventa que nuestro reloj biológico está programado para 24 horas y 11 minutos, después de medir el ritmo diario de hormonas y la temperatura de 24 personas durante un periodo de un mes. Más recientemente, un trabajo dirigido por la NASA y llevado a cabo por el Brigham and Women’s Hospital de Boston (EE UU) demostró que era posible, a través de exposiciones de luz, «entrenar» a nuestro organismo para ser capaz de afrontar días de 24,65 horas. Un experimento que se realizó con el objetivo de entrenar a los futuros astronautas que viajen a Marte, donde las jornadas tienen esa duración. Al hilo de este hallazgo, un estudio publicado en la revista «PLOS ONE» sostenía que nuestro ritmo circadiano gozaba de «plasticidad».

Pero ¿por qué podríamos aguantar días más largos de los que marca en realidad la luz solar? Nadie lo sabe. «Son sólo hipótesis», asegura Pérez. «Pero en épocas geológicas anteriores la rotación de la Tierra era de mayor duración. Quizá llevemos hoy algún tipo de herencia genética de entonces», conjetura.