Opinión

La escollera

Seguir en contacto con el mundo no es malo, salvo que nos vayamos a la polinesia, donde difícilmente va a llegar la camisa gris vaquera que sacó el inmencionable al balcón de Ferraz

Sánchez ya no podrá resolver los asuntos económicos pendientes con la receta de gasto, gasto y más gasto
Pedro Sánchez en Ferraz.Gtres

La escollera es un lugar por donde paseo en compañía –casi todas las cosas en compañía son más gratas–, y esta caminata diaria y obligatoria, todo hay que decirlo, que es más agradable espanzurrarse en una tumbona y dejarse ir, que las carnes medren y maduren, como las vacas viejas, y que el aire ventile las ideas estúpidas o demoníacas, dependiendo el día, que para eso estamos en vacaciones. ¿Vacaciones? Pero si yo tengo que seguir presente en mi columna gracias a los clementes dioses. No hay como el sentido del humor y el positivismo. Y seguir en contacto con el mundo no es malo, salvo que nos vayamos a la polinesia donde difícilmente va a llegar la camisa gris vaquera que sacó el inmencionable al balcón de Ferraz, con una mujer reconvertida en Barbie con un vestido rojo perfectamente ajustado a su anatomía como hacen con Letizia, pero es que en Letizia es tolerable, en ella no, mis impuestos se rebelan ante el gasto en costura de la hija del de los negocios de la prostitución que tanto deploran los socios de quien van a apoyar un presunto futuro gobierno, que yo no acabo de ver claro. Por mucho Conde Pumpido que tengamos en el Tribunal Constitucional. ¡Qué pena de hombre!, porque yo le quiero y le agradezco sus sabios consejos cuando los necesité. De él y de su mujer la inteligentísima Clara, pero les pierde la sed de poder, la sumisión primero a Zapatero, después a este individuo. Tengo a mi lado un bloody Mary elaborado con mucho amor, porque si uno no se ama a sí mismo, ¿quién lo puede hacer con más entusiasmo? En la escollera que transito cada mañana en compañía de otro, un hombrecito cuida su anatomía –bastante patológica–, de un extremo a otro sin cesar, desde bien temprano. Él cuida su cuerpo destartalado por el paso de los años, agarra fuertemente sus caderas para que vayan bien sujetas, cubre su cara y su cuello con un sombrero de ala ancha y camina, torcido a la izquierda, durante horas. Esto mantiene su movilidad, si no, hace ya tiempo que estaría limitado a una sillita de ruedas. Lo admiramos desde que hace ya más de quince años lo vemos sin cesar y con todo esfuerzo en esta escollera nuestra de cada día.