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Francisco se atrevió a soñar
Fue el primer Papa que no participó en el Concilio, pero el que más luchó por aplicarlo. No aceptó la introversión eclesial ni tampoco su retirada a las trincheras morales

Francisco ha evangelizado la Iglesia a partir de Lampedusa, de las ruinas martiriales de Irak, de las favelas brasileñas, de los jóvenes presos en las cárceles, insistiendo en una urgencia pastoral que sale del centro para ir al encuentro de la gente, hacia todas las periferias humanas y sociales que existen en el mundo.
En abril de 2017, invitado por el patriarca de los coptos y por el gran imán de la mezquita Al Azhar, de El Cairo, se presentó al presidente del país como el mensajero de la paz y condenó toda violencia en nombre de Dios tras la violencia ejercida contra dos iglesias coptas: «La violencia es la negación de toda religiosidad auténtica. Los responsables religiosos debemos condenarla como falsificación de Dios».
Este Papa ha impulsado la reforma conciliar a través de la misericordia, la acogida, la compasión, la alegría del Evangelio, el amor. No ha aceptado la introversión eclesial ni su retirada a las trincheras morales, fruto de su preocupación por sobrevivir, ni su miedo enfermizo por el relativismo. En sus documentos encontramos no solo sus ideas y proyectos, sino, también, su modo de vivir, predicar y gobernar.
Ha deseado dirigir la Iglesia de un modo más horizontal y sinodal. Era consciente de que el sacramento del bautismo daba a los creyentes la gozosa responsabilidad de ser miembros activos y responsables de la comunidad de hermanos. Una Iglesia excesivamente clerical y vertical opaca la convicción de que la Iglesia es la comunidad-comunión de los hijos de Dios salvados y amados por Cristo.
Francisco ha sido el primer Papa que no ha participado en el Concilio, pero ha sido el que más ha luchado por ponerlo en práctica sin ánimo de reinterpretarlo. Ha pretendido cambiar el leguaje de la condena por el de la misericordia, consciente de que este lenguaje es más difícil de aceptar que el del poder, porque no pocos lo interpretan como debilidad, al no condenar ni alejar a sus adversarios.
Su teología nace de los márgenes y de las periferias, y se traduce en una Iglesia experta en misericordia, atrevida, valiente, en salida, que ama y se arriesga por evangelizar. Ha sido valiente, no débil, como algunos han interpretado su cercanía a los separados, disidentes y alejados. No comprenderíamos este Pontificado sin su identificación con tantos hermanos que no viven una vida digna, pero son plenamente hijos de Dios. Francisco nos ha llamado y exigido a estar atentos en los sufrimientos y urgencias de las personas que nos rodean. Resulta dramático el desconcierto inducido de tantos cristianos cuya máxima preocupación se centra en recibir la comunión arrodillados, sin tener en cuenta la urgencia de tantos hermanos que no conocen el Evangelio ni se preocupan por el prójimo. Tenemos el peligro de convertirnos en comunidades con principios recios y prácticas evanescentes.
Una vida de discernimiento y de oración como la de este Papa no es una vida de fórmulas cerradas ni de respuestas prefabricadas, sino de inspiración provocada por la comprensión de los signos de los tiempos y por las alegrías y tristezas de los seres humanos. Ha escrito la teología y ha gobernado la Iglesia teniendo en cuenta la vida real de las personas, sin abstracciones o rutinas, sino con la mirada puesta en Cristo crucificado en aquella maravillosa imagen gótica, tal como la contemplamos con emoción en la plaza de San Pedro, en aquella noche inolvidable de los días de la covid.
Durante los próximos días se hablará con frecuencia sobre el próximo cónclave y los cardenales con más posibilidades. En realidad, pocos cónclaves han resultado más abiertos que el próximo. Francisco ha creado muchos cardenales absolutamente desconocidos para los occidentales, obispos que el Papa conoció en sus viajes, muchas veces encuentros ocasionales, pero que respondieron a su deseo de ampliar la familia católica en sus formas de vida, espiritualidad y cultura. Esto complicará el desarrollo tradicional del cónclave, pero lo hará más católico y más concentrado en las necesidades reales de la Iglesia. Entre todos afrontarán mejor el sentido evangélico de la Iglesia. Esta tiene que centrarse menos en la historia y más en las exigencias del Evangelio para el futuro.
Es el momento, ayudados por el ejemplo de Francisco, de centrarnos más en abrir horizontes, despertar la creatividad, tantas veces muerma y raquítica, y renovar la fraternidad entre las comunidades de creyentes y con el género humano.
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