Opinión
Garbanzos de Sachsen-anhalt
Es difícil exportar ciertos sabores porque la alquimia no sólo depende de la materia prima
Uno de los arcanos de mi infancia fue por qué los regalos de mis abuelos españoles a mis abuelos alemanes fracasaban indefectiblemente. Los jamones colgados en Hamburgo se humedecían, incluso en verano y, una vez abiertos, perdían su aroma. Y hacer cocido con garbanzos exportados de El Pedrosillo o Villanueva del Pardillo conducía invariablemente a una sesión de un día entero de cocción y un comentario mustio sobre las aguas calizas. Es difícil exportar ciertos sabores porque la alquimia no sólo depende de la materia prima o la elaboración sino de las condiciones atmosféricas. Hay un milagro meteorológico tras unos melocotones excelentes, un melón, una buena cecina, por supuesto unas setas o un lomo cular.
El cambio climático está haciendo con el campo lo que aquellos artefactos grandes de metal que parecían peonzas y que, apretada una palanca superior, giraban a toda velocidad y se desplazaban. Llevamos mucho tiempo suponiendo que los buenos tintos son franceses, italianos o españoles, que el cerdo negro es ibérico o los frutos rojos, centroeuropeos. Los romanos, que llevaron las viñas a Alemania, pusieron el límite en Colonia, por el frío, pero hace tiempo que han sido desbancados por cepas mucho más al norte, perfectamente aclimatadas ahora. Ha llovido tan poco allí esta primavera que los bosques de abetos se secan y van a ser sustituidos por pinos. Mientras nos mojábamos y remojábamos en España, los alemanes miraban nostálgicos e incrédulos al cielo estéril. Cultivos que necesitaban anegamiento ya no lo tienen, bosques crecidos en lluvias constantes se secan y los sembrados están cambiando. Toda Europa está mutando. Yo misma comprobé con asombro en el verano de hace dos años en Roncesvalles que las hayas de los Pirineos se asfixian de calor y tiran las hojas.
La aventura más hilarante me parece la de los garbanzos, imposibles de cultivar masivamente hasta ahora en las tierras germanas, resecas bolas que nacían en el bendito terruño de Castilla o Extremadura y que ahora se plantan en Alemania con toda tranquilidad.
Antes no era un producto muy demandado, pero como ahora la gastronomía es mestiza, tienen muchísima salida en hummus y ensaladas y son manjar de veganos, como proteína de alta calidad.
Este cambio epocal de características digitales y tecnológicas ha coincidido con una transformación del termómetro, que parece una brújula desnortada. Los franceses han tenido que cerrar el último piso de la Torre Eiffel y 1.200 escuelas por la canícula y nuestros hermanos del norte empiezan a preguntarse cómo cenar a las siete de la tarde si a las diez apenas se puede parar de calor. Somos sociedades centrifugadas. Habrá que pensarse muy bien qué llevar como regalo.