Sectas

"Mi hija lleva 9 años metida en una secta New Age"

Sin contacto con su familia ni amigos, Inés vive con su gurú (30 años mayor que ella), en una casa en el monte de Vizcaya

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Símbolo Wicca de protección, utilizado en este tipo de grupos esotéricosDreamstime

A Inés (nombre ficticio) siempre le gustó todo lo relacionado con la estética y el bienestar así que decidió estudiar y dedicarse a ello profesionalmente. En 2014, cuando tenía 29 años, se inscribió en un curso de quiromasaje de una ciudad del País Vasco, donde vivía, y allí fue donde conoció a su profesor, Peio, alguien que se convertiría más tarde en su «gurú espiritual» y pareja sentimental a pesar de ser 30 años mayor que ella. Pero por aquel entonces solo eran amigos.

Fue él quien guio a Inés por esta senda de pseudoterapias que serían, según le explicaba, «muy valiosas» no solo para su formación sino para su «crecimiento personal». «En esa época un día les vimos juntos por la calle y nos lo presentó como un compañero del curso, lo que era en ese momento, y no le dimos la menor importancia: un tipo mayor que ella, bajito... nadie pensó nada más allá», explica su madre, María, ahora que se cumple ya casi una década sin tener contacto con su hija.

Fue Peio precisamente, cuando aún eran amigos, quien propuso a Inés apuntarse a un taller de osteopatía en el centro Osasun Eskola de Bilbao, donde realizan todo tipo de cursos de pseudoterapias (técnicas de sanación sin aval científico y que actualmente están en un limbo legal) que van desde el reiki, la homeopatía, las constelaciones familiares o el péndulo hebreo. Esta última, por ejemplo, consiste en ir haciendo preguntas vitales sobre supuestas vidas pasadas y, según se mueva el péndulo, la respuesta es «sí» o «no». Y así se adentró Inés en estos grupos.

Cada vez menos tiempo en familia

«A ella se la veía muy interesada en esos temas y, aunque pensábamos que sería algo pasajero, como era una chica con la cabeza muy bien amueblada nunca piensas que vaya a ser algo malo para ella. Sí que veíamos que cada vez estaba más ocupada, más con el móvil, con más cursos y más estrés pero también era porque estaba preparando su boda y lo achacamos a eso», recuerda su madre.

Tras irse a vivir con su novio después de 14 años de relación y casarse, el chico tuvo que ausentarse unos meses por trabajo e Inés aprovechó ese tiempo para volcarse en ese nuevo mundo que acababa de descubrir y que cada vez pedía más de ella para que poco a poco pasara el menor tiempo posible con su entorno. «Ya nunca tenía tiempo ni de venir a comer a casa los fines de semana: como mucho quedábamos a tomar un café rápido en un bar de la calle y si le sacabas el tema de que estaba desaparecida cortaba rápido la conversación», sostiene María.

Es una de las técnicas de persuasión coercitiva que ejercen estos grupos de corte sectario para hacer ver al nuevo miembro del grupo que su familia, su pareja y sus amigos de toda la vida no entienden nada de todo este mundo sensorial, reservado solo para algunas mentes despiertas como ella que no se dejan «arrastrar por el sistema».

Inés comenzó a convertirse en una asidua a todos los cursos que se organizaban en el centro Victoria Regia de la capital vizcaína. Allí se adentró en el «Rebirthing», una terapia alternativa basada en la respiración (prohibida en EE UU tras el fallecimiento de un menor) mediante la cual se llega a un «estado superior de consciencia» que permite sanar «improntas» que pudo dejarnos nuestra madre en el parto; de ahí su nombre de «renacimiento». «Si por un curso de éstos cobraban 200 euros un fin de semana y juntaban a 40 alumnos ya sacaban 8.000 euros solo en dos días. Y aunque parecen profesores que trabajan de forma individual al investigarlos un poco nos dimos cuenta de que al final son un grupo siempre formado por las mismas personas», explica María.

Pero, según su madre, lo que a Inés le enganchó de lleno y cuando considera que la «perdieron» fue cuando, a través de un médico naturista argentino, conoció la «Escuela sagrada de la aromaterapia egipcia». Organizaban viajes al país en puentes o vacaciones. «Es como los cursos que ponen los fines de semana con la excusa de que es cuando la gente puede asistir. Pero está la otra intención: que dejen de pasar tiempo libre con su entorno. Así, poco a poco los van separando».

La alarma con Inés saltó cuando les contó en casa que se quería separar, que se le había «acabado del amor» con su novio de toda la vida. «Luego supimos que él ya intentó sacarla de ahí pero ya era tarde. Lo poco que la veíamos, si mencionábamos algo del tema, se enfadaba y se iba. Primero fue espaciando cada vez más las quedadas hasta que las suprimió. Decía que los psicólogos le recomendaban no depender tanto de los padres, que verse un día a la semana era mucho y que con llamarse por teléfono de vez en cuando valía. Que lo otro no era sano». Así que tuvieron que irse conformando con la llamada puntual, en la que volvía a pasar lo mismo: «Como sigas por ahí te cuelgo», le decía a su madre cuando ella le insinuaba el verse algún día.

Técnicas más sutiles y difíciles de detectar

Esto fue 2016 y, de un día para otro dejó de llamar. Ahora vive en el monte con su gurú porque se hicieron pareja y ella le mantiene. Sí le han «permitido» mantener su trabajo en una clínica de estética donde es autónoma y no tiene compañeros de trabajo (no hay peligro de que se junte con otra gente, por tanto). Eso sí, su maestro siempre está allí con ella, vigilante. Él la lleva y la va a recoger del trabajo y van juntos a hacer la compra. Esa es un vida en «semilibertad» y en la que lleva 9 años, sin saber nada de sus amigos, de sus primos ni de nadie de su vida anterior. Pero todo maquillado de «decisiones tomadas libremente» para que nunca sean conscientes de que están en grupos sectarios.

El doctor en Psicología José Miguel Cuevas, profesor en la Universidad de Málaga y responsable del único servicio municipal de atención a las víctimas de estos grupos (actualmente solo trabajan desde Marbella), resume lo que puede estar pasando con Inés: «La víctima de una secta es la última persona que se entera de que está siendo manipulada, no tienen consciencia de ello». Porque, al contrario que en las sectas llamadas 1.0 –la idea que tenemos de comuna o de grupo más cerrado–, la mayoría de los grupos ahora utilizan técnicas de captación mucho más sutiles y, por lo tanto, más difícil de que la víctima se de cuenta.

La sensación de libertad

«La clave es que tú tengas la sensación de tomar decisiones libremente pero ellos reducen tu horizonte de expectativas: van limitando tus opciones de tal forma que ya solo puedes elegir una cosa porque te han inducido miedo», explica Cuevas. Ese es el principal motivo por el que no hay mucho que hacer a nivel legal. «No se puede denunciar porque la víctima tiene una sensación de libertad, aunque irreal. Te han ido metiendo por un camino tan estrecho que no sales de ahí pero tienes la sensación de que tú eliges». El experto sostiene que este tipo de grupos coercitivos son los que más víctimas están generando últimamente, especialmente tras la pandemia.

Son los denominados grupos «new age» y la única vía de atacarlos por la vía judicial es cuando se producen abusos sexuales (muy comunes en estos grupos, según el psicólogo) o estafas; es decir, delitos ya tipificados en el Código Penal. Con la intención de que se pueda castigar esta manipulación con la existencia del delito de manipulación coercitiva trabaja Red Une, la asociación de ayuda a este tipo de víctimas, ya que las coacciones implican muy poca prisión. «Dos años de cárcel cuando te han estado explotando toda una vida y que sea tan complicado de demostrar nos parece insuficiente».

Falta conciencia social

Cuevas reconoce que aún queda mucho por hacer no solo a nivel legal sino también social. Lo comparan con la violencia de género hace 40 años en España. En cuanto a sectas no hay mucha conciencia porque existe la creencia popular de que se han ido voluntariamente, pero no: han sido manipulados y cualquiera puede caer. «No tienes por qué estar en un momento vulnerable, no es gente inculta ni hay un perfil definido de víctima: de hecho, el 80% de los que hemos tratado en consulta no había ido al psicólogo previamente, no tienen enfermedades mentales, vienen de entornos estructurados y completamente normales».

Cuevas también trabaja con las familias para que no «metan la pata» y sepan cómo abordar la situación para tratar de no alejar aún más al familiar afectado.

Es lo que están tratando de hacer María y su familia. Ir con pies de plomo. «He conocido a mucha gente con el mismo problema y muchas familias se han roto. Nosotros afortunadamente no, somos una piña y sabemos que llegará el día en que Inés pueda volver», resume su madre. Mientras ese momento llega, todos tratan de hacer vida como pueden pero con la amarga sensación de que el tiempo nunca vuelve e Inés ya ha perdido mucho.

14 años de media

Según los expertos, la víctima de una secta está dentro del grupo una media de 14 años. «Esto supone, evidentemente, que los hay que duran un año y otros 30. Es decir, en general, es mucho tiempo y trastoca una vida entera», explica Cuevas.

Al parecer, a los cinco años pasan por una crisis e intentan salir pero es habitual que se queden todavía otros 10 años más. «Las permanencias son muy largas. A veces piden ayuda muchos años después de su salida pero hay afectados que no lo llegan a hacer nunca, por falta de conciencia, por pudor, porque creen que ya ha pasado... Pero no hacerlo es peligroso porque el riesgo de reinserción o de caer en otra es muy elevado», explica el profesor.

Es más, hay muchas víctimas de estos grupos coercitivos que siguen con la personalidad alterada durante muchos años. «Hay mucha gente que ya no sabe si le gusta algo es que le han enseñado que le gusta. Hay mucho trabajo terapéutico por delante para tocar todas las áreas afectadas», concluye.