Opinión

El hogar en la distancia

Pero el Mediterráneo nos sostiene, hasta con sus vientos cataváticos

Sofisticar el sexo por Marina CASTAÑO
Sofisticar el sexo por Marina CASTAÑOlarazon

Lo bueno de las vacaciones es que estamos lejos de los problemas de casa, aunque se producen igualmente, si bien la importancia que le damos es siempre secundaria porque lo que nos importa es el disfrute, el descanso y el positivismo dentro de ese dulce aburrimiento de las tardes de estío. En la distancia también las preocupaciones generales, que no cesan, se ven de otra manera, se les quita yerro, y, si no, llamamos a la persona en quien más pudiéramos confiar, ese alguien del que no podemos prescindir, y nos aclara las ideas para dejarnos en el nirvana al que aspiramos en los días de ocio, en los días de “lecer”, que se dice en gallego. Pero escribir es una forma también de relajarnos, de soltar lastre -ese que nunca nos falta en ningún momento del año-, esa purga del corazón tan necesaria para alcanzar un vacío de ansiedades constantes y que pocas veces nos dejan vivir con tranquilidad, si bien de tanto en tanto los avatares te conceden un premio y tocas el cielo con la punta de los dedos, como en un gigantesco orgasmo infinito que no todos tienen el privilegio de alcanzar.

Las jornadas de agosto de suceden entre la inactividad, el recreo y la expansión mientras la resentida política nacional y hasta internacional no cesa en su azote atroz ni en su veneno penetrante, porque la gente que se dedica a ello vive sumida en la animosidad, salvo honrosas y mínimas excepciones, por su falta de calidad humana, su preparación espiritual y su ansia de poder, tanto económico como público y gubernativo. Pero, como decíamos más arriba, los problemas domésticos se producen estemos cerca o lejos de casa y la tirria política no cesa ni en tiempos en que obligatoriamente deberíamos también dejarnos descansar, que el invierno es muy largo y lo que nos queda por ver en este país es espinoso, doloroso, vergonzoso y, hasta incluso, estomagante. Las esperanzas son escasas y la moral la tenemos bastante comida, devorada. Pero el Mediterráneo nos sostiene, hasta con sus vientos cataváticos, y nos empuja hacia un pasotismo necesario en momentos tan inciertos como los presentes.