Opinión

El humano y la evolución

Jóvenes -y no tan jóvenes- se meten en las redes cuando empiezan a sentir síntomas, los que sean, de una enfermedad

Una mujer frente a un ordenador con dolor de cabeza
Una mujer frente a un ordenador con dolor de cabezaPixabay

Es una obviedad decir que sin la evolución que ha experimentado a lo largo de los tiempos, la especie humana se hubiera extinguido, pero ante el panorama que tenemos no estaríamos muy convencidos de si el progreso en el mundo actual no se está acelerando en exceso. Por ejemplo, los jóvenes -y no tan jóvenes-, se meten en las redes cuando empiezan a sentir síntomas, los que sean, de una enfermedad, digamos dolores de cabeza, de articulaciones, arritmias, fatiga, décimas de fiebre o ligera congestión, y deciden la medicación a aplicar, según diagnostique por ejemplo google o tik tok, actualmente más de moda. La ansiedad que muchos dicen padecer es otra de las cuestiones que suelen resolverse según los consejos generales de un doctor virtual, sin que un facultativo en visita cara a cara dé su parecer después de una exploración a fondo. Se imponen también en estos tiempos las consultas telefónicas o vía internet, cuando de toda la vida la presencia física del médico ha sido tan importante para captar nuestro estado real, siendo que eminentísimos personajes de la ciencia ponían simplemente la oreja en el pecho para dictaminar el estado del paciente. Esto, por ejemplo, lo practicaba el eminentísimo doctor Marañón. No queremos decir con esto que la investigación no haya ido todo lo lejos que la economía le permite; lamentablemente algunos países destinan a los estudiosos científicos un presupuesto insuficiente porque tienen más visibilidad política otras cuestiones, sin duda menos importantes pero que proporcionan mejor propaganda. Quienes han dedicado su vida a ello han tenido que instalarse en otras naciones para poder desarrollar su labor en laboratorios y universidades que gozan de presupuestos holgados, bien porque los proporciona el Estado, bien porque los filántropos proliferan un poco más fuera de nuestras fronteras, y se les valora y se les reconoce. En este sentido, la inteligencia artificial podría tener una aplicación quizá menos materialista, incluso menos frívola, y dedicarla a nuestra salud, nuestra integridad física, nuestras “piezas de recambio” necesarias para una longevidad digna y una biotecnología que se centre más en la sana conservación de las células del cuerpo que en la creación artificial de nuevos seres humanos, como si fueran pollos en una granja. La evolución del hombre y la supervivencia “sana” debería ser prioritaria.