Religión

El huracán Hakuna, a la conquista del WiZink Center

El grupo católico llenó anoche el Palacio de Vistalegre y redobla su órdago para evangelizar a los jóvenes

Actuación de Hakuna en el Wizink Center
Actuación de Hakuna en el Wizink CenterCedida

Rosalía. Lola Índigo. Ana Mena. Y Hakuna. Por méritos propios, también en el WiZink Center. El fenómeno musical católico que se ha colado en las listas de Spotify de la Generación Z con más de 14 millones de reproducciones preparan ya los bafles para tocar el próximo 6 de enero en la catedral de los conciertos de caché. Fue la sorpresa que se guardaban hasta anoche, entre bambalinas, en su segundo «no hay billetes» del Palacio de Vistalegre. En apenas dos semanas se vendieron prácticamente las 12.000 entradas del pabellón de Carabanchel, donde celebraron los diez años de una propuesta eclesial que se acunó en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, con aquel «Hagan lío» que lanzó el Papa Francisco.

Una a una, cayeron cada una de las canciones de su repertorio ante una platea y un graderío entregados. En el escenario, unos 50 jóvenes a coro. Sí, solistas los hubo, pero sin líder al micro o al bajo que desate un fenómeno fan que idolatre a un líder. Entre otras cosas, porque Hakuna no es solo grupal, sino cambiante e itinerante. Esto es, si dentro de dos semanas se celebra un bolo en una iglesia, ni serán tantos ni los mismos. Pero se escuchará sin grandes cambios «Huracán», su canción estrella, y otras tantas de sus cinco discos. Y el sexto que viene.

Viki canta en Hakuna Group Music desde que comenzó. Y ha vivido cómo aquellos primeros acordes que entonaban en petit comité en una capilla en sus oraciones se colaron en las misas de otros y en los auriculares de sus compañeros de clase. «Para mí fue la sensación de que esto se me va de las manos, porque todo empezó siento muy pequeñito y de repente notas que no controlas nada. Es entonces cuando descubrimos que esto es de Dios, que es el Espíritu Santo quien guía y que cada uno de nosotros solos somos instrumentos en sus manos, prescindibles. Esto camina sin que tu voz esté en una determinada canción o sin que puedas asistir a un concierto», relata Viki González Lizárraga. Prueba de ese empeño en mostrar que son una comunidad libre de egos y fama es que en sus canciones solo se citan los autores, no los cantantes. «Cantar es un servicio, una manera de anunciar a Cristo, lo importantes no somos los del escenario, sino los que escuchan y Aquel que quiere transmitir su mensaje a través de nosotros», añade esta joven de 28 años, que trabaja en una empresa farmacéutica.

Otra singularidad de Hakuna es que no hay una productora detrás en busca de un beneficio, sino que nace para evangelizar. Apenas hay músicos profesionales en el equipo, pero sí un esfuerzo por dar calidad a cada grabación para dignificar una música católica que no suele contar con medios ni respaldo financiero. «Algo tienes que afinar, estás cantándole a Dios…», bromea Miguel Pimentel, que también actuó ayer en Vistalegre. Desde junio ensayan dos días por semana, aunque esta recta final de septiembre el ritmo se ha intensificado. «Todos los ensayos arrancan con una pequeña hora santa, para enfocar lo que interpretamos desde arriba», explica este experto en comunicación y marketing de 31 años, que insiste en que «somos gente normal, que solo buscamos rezar con las canciones y ayudar a rezar a los demás».

Miguel se topó una primera vez con Hakuna cuando le invitaron a a una oración. «Fui cuatro veces a un barracón y no me gustó nada. Me daba pereza el rollo de la guitarrita», recuerda. «Pero llegó un momento crítico de mi vida, fui a un retiro, Dios me pegó una paliza de la leche, empecé a sentir mucha paz y me fui enganchando». Y es que, como él mismo explica, «los que cantamos somos una diminuta parte de Hakuna». Y es que la música es solo una rama de lo podría definirse como una realidad eclesial capaz de enganchar a a varios miles de jóvenes a la Iglesia, en tiempos de secularización y desapego a la religión.

Al frente, Jose Pedro Manglano, Josepe, un sacerdote de 63 años forjado en el Opus Dei que dejó la Obra en 2020 al ver cómo crecía Hakuna y asumía las riendas como fundador y director de esta singular orquesta que cuenta con un proyecto pastoral que incluye formación teológica, retiros y voluntariado, y que ya abarca a adultos y familias con su propia editorial, merchandising… De hecho, cuentan ya con cinco seminaristas y un sacerdote recién ordenado. «Este es un capricho de Dios, a Él le ha dado la gana hacer surgir esto y que se desarrolle», apostilla Manglano sobre lo que ya denomina «familia carismática con su carácter propio». Su sede, a la que llaman «El Estudio» está en Las Rozas, un antiguo convento de monjas concepcionistas que hoy es centro de catequesis y oración, residencia y sala de máquinas para una entidad constituida como una asociación privada de fieles desde 2017.

El Papa Francisco les ha abierto las puertas de la basílica de San Pedro hasta en dos ocasiones para celebrar con ellos la hora santa y hace unos días recibía a Manglano y a un grupo de jóvenes, que le presentaron sus planes de futuro. Hay quien dice que su aspiración es ser sociedad de vida apostólica y, por tanto, depender del Vaticano. «No sé cual será el traje jurídico que se adaptará mejor a la realidad», resuelve el sacerdote.

Pero, ¿cuál es el secreto de su tirón? Una apuesta por vincular la vida de fe con lo cotidiano, incluidos la estética y el lenguaje de los jóvenes de hoy. «San Pablo dice que todo lo humano nos concierne. Uno de los rasgos del carisma de Hakuna es la encarnación total de la fe», explica Manglano. Y añade: «Por eso, que después de la oración y la reuniones, tomemos unas cervezas juntos, no es un añadido. En la hora santa te arrodillas ante Cristo Hostia al que rezas y durante las cervezas surge un encuentro en el que muchas veces te arrodillas ante Cristo en ese hermano cuando le escuchas, le alegras, le complementas..».