Brote de ébola

«La gente ya no sólo muere de ébola, sino de cólera o diarrea»

Varios misioneros que trabajan en Sierra Leona y Guinea describen a LA RAZÓN la creciente alarma que viven

Un hombre colapsa en Monrovia (Liberia), mientras varios niños le contemplan
Un hombre colapsa en Monrovia (Liberia), mientras varios niños le contemplanlarazon

Varios misioneros que trabajan en Sierra Leona y Guinea describen a LA RAZÓN la creciente alarma que viven

«Se les ha ido de las manos. Los gobiernos de Sierra Leona y Liberia están sobrepasados y el miedo se ha extendido entre la población». Jorge Crisafulli, inspector de países de habla inglesa de los salesianos en África occidental convoca una reunión de urgencia en Ghana para analizar la difícil situación que el virus del Ébola ha creado en cuatro países donde la orden tiene varios proyectos. Hace sólo una semanas estaba en Liberia, pero por su labor, tuvo que trasladarse a Ghana y «ahora no puedo volver a entrar. Tengo un billete para el viernes, pero la compañía ya me ha advertido de que está cancelado». El misionero no sólo ha visitado cada una de las zonas afectadas, también habla cada día con alguno de los 22 salesianos (sacerdotes, religiosos y jóvenes de la congregación) que trabajan en los países afectados.

«En Liberia ya es imposible encontrar un médico o un enfermero. No importa la enfermedad que tengas porque no te reciben. La gente está muriendo por malaria, cólera, diarrea o cualquier otra enfermedad», explica el religioso de origen argentino. Asegura que la mayoría de hospitales están cerrados. Recuerda el caso del hospital San José de Monrovia, donde trabajaba el fallecido Miguel Pajares: «Quieren desinfectarlo completamente para poder enviar a un nuevo equipo». La realidad es que una de las principales causas de la extensión del virus es que se ha instalado en las principales ciudades de los dos países más afectados. «En Monrovia –capital de Liberia– vive el 50% de la población del país», explica Crisafulli. El nivel de miedo no sólo se mide por la reacción de los sanitarios, sino por la de los propios ciudadanos, que «se quedan mirando, sin acercarse, sin pedir ayuda, cuando una persona colapsa en medio de la calle. El miedo ha paralizado a la gente».

Este estado de aislamiento también está empezando a notarse en la vida diaria del país: «Los precios de la comida han subido mucho, muchos liberianos pierden sus empleos y productos como los desinfectantes se han disparado». Y no sólo eso. En Sierra Leona, el Gobierno del país está tan desbordado que «nos ha pedido que nos hagamos cargo de los huérfanos. Por ahora, hemos acogido a 72, pero la cifra no deja de aumentar y no sabemos dónde meterlos», añade el salesiano. En la reunión desde la que atendía a LA RAZÓN, se estaban concretando todos estos nuevos proyectos. «Estamos pensando en crear un centro especial para recibir a niños en Lungi, cerca del aeropuerto, porque sabemos que hasta final de año la epidemia no se va a controlar».

¿Y el resto de hermanos de la orden?, ¿cómo están? «Es verdad que empieza a calar el miedo porque saben que si se infectan, se mueren». Por eso, hace unos días se reunieron y «sólo uno pidió regresar a su país». Crisafulli tampoco teme al virus. «Sé que debo tomar medidas de prevención, no me preocupa». Su entereza se debe a que ha vivido muchos años en Nigeria, «y allí sí que temí por mi vida porque todas las casas salesianas sufrieron ataques del grupo terrorista Boko Haram».

En otro punto de África occidental, en Guinea Conakry, el padre Rafael Sabé respira tranquilo, desde «el 3 de agosto no se ha registrado ningún caso nuevo en Siguiri –la localidad en la que trabaja– y desde el domingo en el pueblo se respira otro ambiente. Los niños han vuelto a salir a jugar a la calle». Reconoce que el virus tardó en llegar a este municipio, pero «a principios de julio fue cuando empezamos a sentir miedo». Atiende la llamada de este diario mientras juega con los niños: «Ahora estamos tranquilos, pero sabemos que en cualquier momento puede aparecer otro caso» porque el medio de transporte más común es la moto-taxi que se mueve entre aldeas y así fue como llegó el primer infectado. La alegría que hoy reina en esta comunidad se ha logrado gracias al cálculo: «Desde que falleció el último contagiado, han contado los días que dura el periodo de incubación y como no ha aparecido ningún caso nuevo, respiran tranquilos». En Siguiri también se han dado casos de recuperación, «cuatro o cinco lograron curarse gracias a que se les trató antes de que empezaran los síntomas».

En lo que se refiere al temor que puede vivir el religioso, Sabé es contundente: «Estoy vacunado contra el miedo». Vivió en Costa de Marfil entre 2002 y 2006, durante la guerra, y allí aprendió, de verdad, lo que es vivir cada con miedo: «Es como conducir con el freno puesto».

En primera persona

«Este virus es una catástrofe silenciosa»

Enrique Suárez es el responsable de logística del Centro de Cooperación de Cruz Roja en África Occidental. Recién llegado a Gran Canaria desde Sierra Leona, Suárez explica a Efe que una de las dificultades para luchar contra el ébola radica en que este virus es una «catástrofe silenciosa». Los riesgos son desconocidos por la población y son necesarios medios con un coste muy elevado para este continente. Como el propio Suárez señala a Efe, «los medios nunca son suficientes, cualquier ayuda es muy cara, el material especializado hay que importarlo y su coste es elevado». A esto se añade que el ébola «es una epidemia muy difícil de controlar». «El peso real de este virus lo llevan los voluntarios y la Cruz Roja de Sierra Leona, que es quien se encarga de trasladar a las personas sospechosas de sufrir la enfermedad y los cadáveres». En este sentido, el cooperante hace hincapié en que es un trabajo enorme y que ellos aportan técnicos y materiales para colaborar, pero que lo necesario es que toda la sociedad contribuya para frenar esta tragedia.

«Espero recibir el alta en un futuro cercano»

Kent Brantly es uno de los dos cooperantes que fueron trasladados desde Liberia hace unas semanas tras contagiarse. Ahora recibe el tratamiento experimental, ZMApp en Atlanta (EE UU). En una breve carta asegura que «me estoy recuperando en todos los sentidos» y «espero recibir el alta en un futuro cercano».