
Opinión
León XIV: superar el impacto
En el mismo lugar que el Papa habló este fin de semana a los jóvenes, Juan Pablo II llegaba acompañado en el año 2000 por muchachos de todos los continentes al ritmo de «Emmanuel» o del «Jesus Christ, you are my life»

La mayoría de los que han pasado el fin de semana a las afueras de Roma, en el entorno de la Universidad de Tor Vergata, no recordarán lo que supuso la celebración, en este mismo lugar, de la Jornada Mundial de la Juventud en el año jubilar del 2000. Juan Pablo II llegaba acompañado aquel 19 de agosto por muchachos de todos los continentes al ritmo de «Emmanuel» o del «Jesus Christ, you are my life» reivindicando la juventud que le contagiaban los presentes a un pontífice que ya comenzaba a sentir los rigores de la enfermedad. «Este bullicio ha impresionado a Roma y Roma no lo olvidará jamás», dijo al despedirse aquella noche.
Ese bullicio ha estado presente en la organización de este evento jubilar que ha elegido el mismo espacio y ha rescatado la cruz de madera de 36 metros que presidía el escenario principal del 2000 y que ha permanecido en ese aparcamiento en este cuarto de siglo. La nostalgia se ha roto con nuevas instalaciones en la zona como las facultades más modernas de la universidad o la inacabada –pero, sin embargo, reinaugurada– instalación proyectada por Santiago Calatrava como vela que se deja mecer por el viento. En esa explanada, en estos años, se levantó uno de los grandes centros de vacunación masiva… y ahí es donde ha acudido León XIV en la que ha sido su prueba de fuego de contacto con los jóvenes. Así ocurrió con Francisco en el verano de 2013 cuando, como Papa casi novato, se tuvo que poner ante los jóvenes argentinos en la catedral de Rio de Janeiro y superó el desafío con una consigna que se convertiría en una máxima de su pontificado: «Hagan lío» sobre todo en la diócesis, en la Iglesia que sale a la calle.
A los jóvenes de ahora, León les ha hablado de lo difícil que es comprender la esperanza, de la santidad como aspiración, de la fragilidad, de contemplar el mundo, de pedir la paz, de testimoniar la fe con el servicio a los más pobres, de rezar… El Papa empleó su tono sereno y también recordó a Juan Pablo II, a Benedicto XVI y Francisco. Todo ello para estimular la vida cotidiana de quienes tienen por delante el complicado ejercicio de pasar del impacto ejercido por el evento jubilar en sí, a vivir la fe en una comunidad parroquial envejecida, en una comunidad cristiana con personas heridas y en búsqueda o en la soledad de un templo en el que los más jóvenes se han esfumado o no se sienten bienvenidos. Y es que vivir la fe es algo que trasciende los grandes encuentros, es un proceso que no se agota en un retiro de un fin de semana, ni siquiera puede atraparse en las paredes de un confesionario en el Circo Máximo.
Un reto parecido tienen los obispos, sacerdotes, animadores o acompañantes de esos jóvenes que a lo mejor son fruto de aquella generación del Jubileo del 2000. Para ellos, superar el impacto de este jubileo es superar la nostalgia de un inicio de milenio en el que la ilusión venía casi de serie y el optimismo se abrazaba casi por defecto. Los sueños del inicio del nuevo siglo ya no parecen tan inalcanzados como entonces. Las grandes construcciones sociales, como la vela de Calatrava se redimensionan como se puede. Las grandes aspiraciones se confrontan con el realismo de quienes viven la guerra o la exclusión y comparten esterilla con quienes simplemente han vendido rifas o pulseras para ir a Roma.
Pero en medio de todo esto, como en Tor Vergata, la cruz sigue siendo la misma, la propuesta de Jesús a los jóvenes sigue pasando por una autenticidad que genera felicidad.
*M. González es sacerdote salesiano especialista en pastoral juvenil
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