Madrid
El hombre que contó la historia del hielo
“Buscamos jóvenes estudiantes para participar en campañas organizadas para el Año Geofísico Internacional (1957-1958)”. Así figuraba un anuncio en la facultad de Física de la Universidad de Besançon (Francia) en busca de futuros glaciólogos. Corría el año 1955, y fue entonces cuando el joven Claude Lorius, de 23 años, cambió el rumbo de su vida.
En ese momento, su pasión aún no era el hielo, sino el fútbol. “Mi ambición era la de seguir el camino de mi hermano Pierrot, que se había convertido en portero profesional en el equipo de Sochaux y en el de Francia”, recalca en su web el científico, muy solicitado desde que a finales de octubre se estrenara en Francia la película documental sobre su vida La glace et le ciel, dirigida por Luc Jacquet.
A mediados de los años 50 (y aún hoy), la idea de viajar a la Antártida era, para cualquier joven, sinónimo de aventura, tras los pasos de otros grandes exploradores como el noruego Roald Amudsen –cuya expedición alcanzó por primera vez el polo sur– o el británico Robert F. Scott –que murió en el continente helado–, que antes que ellos habían dejado allí las primeras huellas.
Lorius, licenciado en Física por la Universidad de Besançon, partió en 1957 a recorrer los hielos de la Antártida –de la que acabó sintiendo especial predilección– y desde entonces ha realizado 22 expediciones y ha permanecido durante seis años sobre el terreno para llevar a cabo diversas campañas.
Inmersión en el desierto blanco
Pero su primer contacto con el hielo y el frío extremo no fue del todo fácil. Durante el año 1957 vivió en una base aislada del mundo junto a dos compañeros a una altitud de 2.400 metros y soportando temperaturas que podían descender por debajo de los -60 ºC.
Con sus propias manos y la fuerza de sus brazos, cavaron pozos de varios metros de profundidad para medir las variaciones de temperatura y la velocidad del viento. Gracias a ello, pudieron recoger y analizar al microscopio sus primeros testigos de hielo (muestras cilíndricas) para datar las capas de nieve. Se crean los primeros archivos del hielo y nace una nueva ciencia, la glaciología.
Desde entonces, las técnicas han ido mejorando y en la campaña de 1962 a 1965 en Tierra Adelia (Antártida oriental) cerca de la base francesa Dumont d’Urville, el científico hace su primer gran descubrimiento. Las perforaciones hasta los 200 metros de profundidad permiten rescatar hielo de unos 20.000 años de antigüedad. Los experimentos realizados demuestran que ese hielo se ha movido poco –unos metros por año– y que viene de lejos –ha recorrido de 600 a 800 kilómetros–.
Una noche de 1965, al volver de una exploración, Lorius introdujo un trozo de ese hielo antiguo en su vaso de wiski. Del agua se escaparon burbujas de aire a la vez que el hielo se derretía. Fue en ese momento que tuvo la intuición de que ese gas podía contener información susceptible de reconstituir la atmósfera del pasado. “Es un visionario”, dice a Sinc Jérôme Chappellaz, científico en el Laboratorio de Glaciología y Geofísica del Medio Ambiente del Centro Nacional francés de Investigaciones Científicas (CNRS).
Cuanto más se perforaba, más antiguo era el hielo. En la campaña de 1984, en plena Guerra Fría, el equipo de Lorius se unió a soviéticos y americanos en la base soviética de Vostok, en el Polo del frío del planeta, donde se ha registrado la temperatura del aire más baja, para analizar testigos de hielo extraídas a más de 2.000 metros de profundidad. Los análisis revelaron 150.000 años de historia del clima y de la composición de nuestra atmósfera.
“Pusimos en evidencia por primera vez la relación entre el clima de la Tierra y la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera”, indica Lorius. El hallazgo, que se publicó en la revista Nature en 1987, demostró que el calentamiento global actual está asociado a las actividades humanas que liberan gases de efecto invernadero como el CO2 y el metano.
En las campañas posteriores se halló hielo de 420.000 años de antigüedad (en 1998) a una profundidad de 3.623 metros y de 800.000 años de antigüedad a una profundidad de 2.871 metros en las perforaciones de Tierra de la Reina Maud en la Antártida oriental en 2004.
“El vínculo entre clima y gases de efecto invernadero sigue siendo evidente a esta profundidad y demuestra que desde hace 800.000 años nuestra atmósfera no ha tenido unas cantidades de CO2 y metano tan elevadas como las actuales”, comenta Lorius.
Gracias a los testigos de hielo, el glaciólogo ha demostrado que “sobre todo la cantidad de CO2 está íntimamente ligada a las variaciones naturales del clima y ha desempeñado un gran papel”, declara Chappellaz, que se unió al laboratorio de Lorius en 1986, en el momento en el que se analizaban las muestras de la famosa perforación de Vostok.
Si no se hubieran analizado estas muestras, “habría sido imposible explicar la amplitud de las variaciones de temperatura glaciares e interglaciares”, apunta el glaciólogo, que también ha sido asesor científico en la película sobre Lorius. Estos trabajos han permitido evaluar la sensibilidad del clima terrestre a una variación dada de CO2 y han apoyado la teoría de que “aumentar la cantidad de estos gases de origen humano iba a conllevar de manera ineluctable a un calentamiento importante”, recoge Chappellaz.
Hacia la ‘descarbonización’ de la sociedad
Treinta años más tarde, a unos días del comienzo de la Conferencia sobre Cambio Climático de Naciones Unidas (COP21), y tras el fracaso relativo de las anteriores para lograr un acuerdo vinculante, al mensaje científico le cuesta aún calar en forma de decisiones políticas.
“Es cierto que lo que está en juego en nuestras sociedades es considerable, no solo en términos de impacto, sino también en cuanto a cuestionarse nuestro modelo energético basado esencialmente en la combustión de energías fósiles”, observa el científico para quien ‘descarbonizar’ a la sociedad lo más rápido posible es el mayor desafío.
El nuevo acuerdo formará una etapa, “aunque sin duda insuficiente”, lamenta a Sinc el glaciólogo del CNRS, quien no espera mucho más de las decisiones políticas a niveles intergubernamentales. Para Chappellaz, se lograrán resultados a escala local, más cerca de los ciudadanos, que harán presión a los gobiernos.
Mientras esto ocurra, los efectos del cambio climático siguen su curso. “Cuando la capa de hielo de Groenlandia entre en fase de fracturación, será demasiado tarde para evitar un aumento de varios metros en el nivel del mar”, advierte el experto, quien recuerda que dos tercios de la población humana vive cerca de las costas.
En la actualidad, Chappellaz pretende comprender mejor el funcionamiento de la máquina climática terrestre fijándose en el pasado de la Tierra. “El desafío es entender por qué el ritmo del clima terrestre ha cambiado drásticamente hace aproximadamente un millón de años”, explica. Una vez más, como lo intuyó Lorius hace 30 años, el CO2 parece volver a ser el culpable.
El hielo y el cielo
La película documental La glace et le ciel, dirigida por Luc Jacquet y estrenada en Francia el 21 de octubre, es un homenaje no solo al glaciólogo Claude Lorius, sino también a todos los investigadores, ingenieros y matemáticos que han trabajo con él a lo largo de su vida.
“El film permite a la gente alejada de la ciencia comprender mejor el proceso de elaboración del pensamiento científico y muestra la difícil labor de investigar en entornos particularmente hostiles”, explica a Sinc Jérôme Chappellaz, consejero científico de la película, que ayudó al realizador a investigar sobre el personaje y su historia, y a evaluar todo el contenido del programa pedagógico del proyecto.
Las investigaciones de Lorius le supusieron el reconocimiento científico internacional. “Ha recibido los premios más prestigiosos”, declara Chappellaz. Sin embargo, el reconocimiento por parte de políticos y público ha sido otra historia. A esto se suma su lucha contra los escépticos del clima. Pero Lorius, hombre apasionado, aventurero, visionario, seductor y todo un líder, a sus 83 años no abandona.
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