Alemania
Los chimpancés, como los niños de tres años
Un estudio de la Universidad Complutense de Madrid indica que cuando los menores cumplen seis años registran una mayor capacidad de autocontrol
La capacidad humana de controlar los impulsos tiene profundas raíces evolutivas, tal y como revela un estudio llevado a cabo por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania) y en el que participa la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Con una batería de pruebas realizadas en 65 niños y niñas de tres y seis años, y en 34 chimpancés, los investigadores han descubierto que el autocontrol en aquellos menores que tienen tres años es similar al de los simios, una situación que es distinta cuando cumplen seis años.
“Las capacidades de autorregulación de los niños de tres años son bastante similares a las de uno de nuestros parientes evolutivos más cercanos, los chimpancés”, afirma Victoria Hernández Lloreda, investigadora del departamento de Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la UCM y una de las autoras del estudio, publicado en Developmental Science.
“A los seis años, los niños comienzan ya a mostrar esas capacidades de autorregulación específicas de nuestra especie”, añade. Entre las causas que barajan los autores para explicar este cambio entre una edad y otra está la enseñanza activa de este tipo de habilidades de control por parte de padres, madres y otros adultos.
Según los científicos, la capacidad de controlar los impulsos está relacionada con la capacidad de los niños a adaptarse a nuevas situaciones sociales, como puede ser el colegio o las relaciones con nuevos amigos.
“La interacción o cooperación con otros posiblemente implica la inhibición de impulsos como “coger lo que uno quiera” o “ser el primero en todo””, explica Hernández Lloreda. La cultura humana influiría en el desarrollo de esta capacidad, permitiendo a los niños adaptarse a nuevas situaciones sociales y facilitando la resolución de diferentes tareas cognitivas.
Reacciones ante el entorno
Para llegar a estas conclusiones, los científicos realizaron un total de seis pruebas tanto a los niños y niñas (todos alemanes nativos) como a los chimpancés –que vivían en el santuario de la isla de Ngamba, en Uganda–. Con estos experimentos medían su timidez, temor, impulsividad, rigidez, concentración y persistencia ante distintos objetos y situaciones. Las actividades se adaptaron a las diferentes especies para que fueran equivalentes.
Por ejemplo, en la prueba que analizaba la impulsividad, a los participantes se le presentaban recompensas en pequeñas cantidades a las que podían acceder de forma rápida (recorrido corto) frente a cantidades mayores pero más alejadas (recorrido largo).
En este caso, a los niños se les dibujaron diferentes caminos en el suelo de la habitación que tenían que seguir para poder alcanzar los diferentes premios. Para los chimpancés, dado que habría sido muy difícil instruirlos en seguir un recorrido pintado para alcanzar su objetivo, las recompensas se distribuyeron en diferentes habitaciones, a las que podían tener acceso eligiendo entre una habitación más cercana con un menor premio o una más alejada pero con uno mayor.
Las recompensas también eran distintas, para atender a las diferentes motivaciones y características de las especies. Mientras que a los niños se les premiaba con fichas que luego eran canjeadas por regalos, la recompensa para los chimpancés eran trozos de plátano y pasas.
De las seis pruebas, dos de ellas analizaron cómo reaccionaban los participantes ante cambios en el entorno (lo que se conoce como reactividad). La conclusión fue que los niños de seis años mostraban una mayor respuesta de rechazo que los chimpancés hacia la novedad y hacia objetos potencialmente amenazantes –es decir, registraban una mayor reactividad–. Sin embargo, manejaban mejor esta reacción que los animales, mostrando una mayor capacidad de autocontrol. Los niños de tres años registraron una posición intermedia.
“Este es el primer estudio donde se compara de forma sistemática, a través de una amplia batería de test, las dos grandes dimensiones del temperamento –reactividad y autorregulación– en niños y chimpancés”, subraya la investigadora.
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