Lima

Prácticas sadomasoquistas con pequeños

La violencia que sufren algunos de los niños que atiende Doñoro se refleja en sus cuerpos, llenos de heridas y de moretones producto de los abusos
La violencia que sufren algunos de los niños que atiende Doñoro se refleja en sus cuerpos, llenos de heridas y de moretones producto de los abusoslarazon

Entre todas las historias que ha vivido el padre Ignacio en Puerto Maldonado–y que se pueden leer en www.hogarnazaret.es– hay una inédita y que, como la de Manuel, marcó un antes y un después en su vida. Llevaba tan sólo unos meses en la casa de Perú, pero no podía aguantar la situación de dolor de los niños. Tanto, que se planteó volver a España. «No aguantaba más», confiesa. Lo tenía prácticamente decidido, cuando una noche llegó al hogar la Policía con el fiscal y un psicólogo. Traían un niño, según el psicólogo, «el caso más bestia» que había visto. Tenía cinco años, se llamaba Tareq y lo habían utilizado para prácticas sadomasoquistas con sangre. El niño estaba destrozado e iba a ser trasladado al departamento de Psiquiatría de un hospital en Lima, pero esa noche necesitaba un lugar donde dormir. «No sé si estoy preparado para algo así, pero si sólo es una noche...», aceptó el padre Doñoro. En el momento en que se fueron, cuenta el sacerdote, Tareq se puso a gritar: «Pasó media hora y pensé que ya se cansaría. Pasó una hora, dos, tres... Eran las dos de la mañana y ya no sabía qué hacer. Así que desperté a una señora que vendía helados y le compré uno de chocolate. Se lo metí en la boca y se calló. Bendito remedio». Pasó un día, dos, tres, una semana, y nadie vino a buscar a Tareq. «Me tuve que apañar como pude. Había noches en las que gritaba mucho, nos levantábamos, bebíamos agua y me abrazaba con mucha fuerza. Había estado en la zona de la minería ilegal y tenía la piel y el pelo quemado. Estaba hinchado por los parásitos». Seguían sin venir a por él, así que el misionero español le curó hasta que recobró su aspecto natural. «Llegó a ir al jardín de infancia. Recuerdo que una vez se me ocurrió llevarle cantando y bailando por la calle y le fascinó tanto que a partir de aquel día siempre lo hacíamos así. Se convirtió en un niño muy agradable, tenía mucho gancho», reconoce Doñoro. Pero seguían sin venir a por él, hasta que un día se presentaron en la casa miembros del poder judicial con la policía que le había traído en brazos. «Me preguntaron por Tareq y yo lo señalé. Volvieron a preguntar porque no se lo creían. Entonces, levanté la mirada y vi como la policía se echaba a llorar. Le preguntaron si quería ir con ellos a una casa más bonita o quedarse conmigo. Les dijo: «Me quedo, que le tengo que ayudar al padre, que estos niños son muy traviesos». «Me preguntaron qué había hecho. Confesé que sólo le había querido muchísimo, porque en él estaba Dios». Tareq vive ahora con una tía que se ha hecho cargo de él e Ignacio sigue con «este proyecto de Dios» gracias a su historia. De vez en cuando va a visitarles y el sacerdote cuenta siempre que «a Tareq le siguen gustando los helados de chocolate».