
Yo Creo
El tabú se rompe: los sacerdotes también se suicidan
La muerte de un cura italiano reabre el debate sobre la salud mental del clero y la falta de acompañamiento

De un día para otro. Por la tarde había organizado una tómbola en su parroquia de Cannobio. A la mañana siguiente le encontraron muerto en casa. Era ingeniero aeronáutico, tenía 35 años y se ordenó sacerdote en 2017. El padre Matteo Balzano se había suicidado. Conmoción en en la Iglesia italiana. «Solo el Señor sabe comprender los misterios más impenetrables del alma humana», compartía el vicario para el Clero de la Diócesis de Novara, Franco Giudice, en un comunicado inédito. Por primera vez en el país transalpino se reconocía que un presbítero se ha quitado la vida. El martes, en su funeral, el obispo Franco Giulio Brambilla apuntaba que este suceso «nos habla de la importancia y la urgencia de volver a poner el cuidado del alma en el centro». En España no se tiene constancia de una notificación de similares características ni ha trascendido estadística alguna.
El sacerdote, psicólogo y doctor en teología catequética, Antonio Ávila, considera que la Diócesis ha hecho «lo correcto» al abordar con naturalidad el suceso, teniendo en cuenta que se sigue guardando cierto silencio público respecto a esta lacra por temor al contagio. «En el ámbito eclesiástico resulta especialmente duro porque se presupone que el pacto de quitarse la vida llevaría implícito una pérdida de fe y esperanza, virtudes teologales por excelencia», admite, con un añadido: «Evitar que el pueblo de ellos se escandalice».
Autor del libro «El cansancio del clero: Un reto para hoy y para el futuro» (PPC), Ávila describe que «los curas somos seres humanos exactamente igual que cualquiera y, ahora estamos viendo unas cifras de suicidio disparadas en la sociedad, que dejan entrever situaciones de ansiedad constante, angustia, pérdida de autoestima y del sentido de la vida, personalidades más frágiles...». «No es extrañar que también entre nosotros haya intentos y haya suicidios», apunta, y llama a reflexionar sobre las causas y los medios para prevenirlo, sabiendo que «no es siempre fácil». En este sentido, llama la atención sobre cómo han de ser los procesos de aceptación de candidatos al seminario y la formación con la mirada puesta en la afectividad. «Hay que detectar aquellas personalidades frágiles, con falta de madurez y enfermizas, para preguntarnos si pueden asumir un ministerio con los costos que tiene», detalla. «Al margen de esto ninguno estamos exentos de que surjan razones para que pueda llegarse a una situación tan límite, pueden aparecen enfermedades psiquiátricas, episodios de angustia disparados o depresión, además de presiones externas que pueden llevar a una desesperación tal que no encuentre otra salida que quitarse de en medio, porque la persona no controla suficientemente su libertad y voluntad», valora el sacerdote.
En cualquier caso, el teólogo aboga por poner en un primer plano la misericordia de Dios. Y es que todavía pulula por algunos pasillos y sacristías la creencia de que aquel que se suicida va directo al infierno o que se le debe negar un entierro sagrado. «Son los hijos de Dios más débiles con los que tendrá la máxima misericordia», enfatiza Ávila. Y añade: ·Dios mira con los mismos ojos de misericordia con los que miraba a su Hijo, que desesperado en la cruz, decía: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’. Jesús, que ha vivido la desesperación hasta ese extremo, comprende mejor que nosotros a aquellos que llegan al límite como para quitarse la vida y la resurrección no estará lejos de ellos».
La teóloga y especialista en acompañamiento, Cristina Inogés, aprecia «la valentía y honestidad» del obispo de Novara por no esconder la muerte de Balzano: «No se puede ocultar el drama del suicidio, negar esta realidad implica lanzar el mensaje fuera de que preocupa más la reputación de institución y dejar caer a los propios curas de que tienen que ser superhombres de mármol, aparentemente perfectos que están por encima del bien y del mal». Para la analista, «el propio Jesús no tuvo problema alguno en llorar por la muerte de su amigo Lázaro, en expresar su enfado con los mercaderes del templo o en buscar un tiempo de retiro y de parón para asimilar lo que estaba viviendo». Desde ahí, sostiene que «la salud mental continúa siendo un tema tabú y nos quedan años por delante para que en las estructuras de la Iglesia se hable y se aborde con normalidad». Es más, deja caer que hoy se dan «soluciones pseudoespirituales a problemas más profundos que requieren una perspectiva integral e integradora». «Eso no significa rechazar la oración ni la fe, ni los ejercicios espirituales, pero sí saber que hay problemas que precisan ser abordados desde el corazón y la psique», apostilla. Como asesora de algunos seminarios europeos, plantea que «no todo el clero tiene que pasar por un psicólogo ni por un psiquiatra, ni tiene porqué caer en una depresión, pero sí toca invertir en prevención y tener indicadores para ahondar en las causas que permitan detectar posibles cortocircuitos».
A raíz de compartir sus reflexiones sobre Balzano en redes sociales, la teóloga confiesa haber recibido el «feedback» de no pocos presbíteros que «se ven solos, aislados, desprotegidos, incomprendidos, abandonados a su suerte, con la sensación de que a nadie les importa». «Algo sigue fallando en la formación del clero, porque no son capaces de expresar lo que les pasa», subraya, desde el convencimiento de que «el acompañamiento tiene que ser de por vida, no se puede reducir al tiempo del seminario o cinco años después, como he llegado a escuchar en algunos foros». A la par, manifiesta que «todos tenemos que sentirnos corresponsables del cuidado de todo el que forma parte de la parroquia, también cuidar del sacerdote».
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