Salud mental

Terapia psicodélica: «A mí me salvó la vida. No he vuelto a ser el mismo»

En 2019 Juan experimentó en Holanda un «viaje» con psilocibina que le transformó, un tratamiento que está revolucionando la salud mental y que no tardará en llegar a España

 Testimonio de terapia con drogas psicodélicas
Testimonio de terapia con drogas psicodélicas. David JarDavid JarFotógrafos

A Juan Ramírez la vida le cambió en 2019. Él diría, más bien, que aquel año logró salvarla. Fue en Holanda donde este colombiano experto en «branding», que nunca había tomado ni un Orfidal, tuvo una experiencia guiada con setas alucinógenas y nada ha vuelto a ser lo mismo: «Yo tuve un viaje maravilloso. No me salió ninguna cosa extraña, monstruosa, ningún secreto enterrado como cuentan algunos. Fue un verdadero acto reconciliación conmigo mismo y con la vida».

Nacido en Bogotá hace 51 años, Juan ha tenido una trayectoria contemporánea a más no poder. Sentado en un club privado de Madrid, donde reside desde hace tiempo, reconoce que su espíritu nómada y cosmopolita también ha contribuido a un desarraigo que añadió piedras a la mochila con la que llegó al retiro psicodélico. Educado en Inglaterra, su carrera profesional y sus relaciones sentimentales le llevaron a vivir en Washington, Nueva York, Japón, Bali... Fue en Londres donde trabajó con Mario Testino y donde sufrió un accidente que casi lo mata. Pasó seis meses en el hospital y hasta un año tardó en levantar cabeza, pero las heridas invisibles aún durarían.

Juan recuerda haber oído hablar de terapia con psicodélicos por primera vez en 2010 en la capital británica. «Me presentaron al doctor David Erritzoe, que por entonces investigaba el impacto de la psilocibina en el cerebro. La Universidad de Johns Hopkins había retomado el tema en 2006 y en España José Carlos Bouzo estudiaba desde 2002 la influencia del MDMA en el tratamiento del estrés postraumático relacionado con violaciones».

Aquel conocimiento se grabó en su recuerdo aunque aún no sabía que acabaría siendo su tabla de salvación. De Londres se mudó con su pareja a Tokio, donde había vivido quince años atrás. Las cosas tras el accidente cerrado en falso iban regular, pero Juan decidió que la huida hacia adelante era la solución. No lo fue, claro. «La relación fue un desastre, así que volvimos a Madrid. Por aquel entonces traté de empezar una terapia y vi a tres psicólogos, pero no hubo química con ninguno». Nada le funcionaba y se resistía a tomar medicación. Criado en el seno de una familia «amorosa y amable», la enfermedad mental le era totalmente ajena.

Como su depresión le permitía funcionar, Juan continuó trabajando y hasta enamorándose. Otra relación lo llevó a rehacer las maletas con destino a Bali. Más cambios, más vorágine, más novedad. En esta isla tan dada al desamor y las crisis existenciales fue donde todo lo que había logrado sujetar con pinzas tantos años, desde la salida del armario en una Bogotá conservadora (colegio del Opus Dei incluido) a un episodio traumático en la infancia se desbordó: «Salió todo lo que llevaba mucho tiempo contenido y lo hizo de una manera bestial. Fue horroroso, la relación era pésima, tóxica. Ahí ya entré en una espiral y caí».

A través de un par de amigos que conocían de primera mano la psicoterapia con psicodélicos Juan decidió que era entonces o nunca. Así resume cómo se encontraba: «Era como si llevara puesta una escafandra, básicamente no sentía. Nada me emocionaba y estaba completamente desconectado, de mí y del resto. Funcionaba, trabajaba, quedaba con gente... Pero no estaba aquí. Era como estar metido en una caja que impedía que nada me tocara. Anestesiado».

Una vez en contacto con la London Psychedelic Society, que es la que organizó el retiro en Holanda, Juan vuelve a casa en Bogotá y comienza una preparación de dos meses de un viaje que consideraba su último cartucho: «Hay un momento de desesperación en el que se te pasa todo por la cabeza. Te preguntas cómo vas a poder seguir adelante si no encuentras a nadie que te pueda ayudar. No veía la forma de avanzar. Llegas a entender a la gente que se suicida y no te asusta nada la idea. Estás tan mal que no ves posible seguir viviendo así, arrastrándote. Algo tenía que cambiar, definitivamente. Así que me decidí».

¿Y cómo se prepara uno para algo así? Las semanas previas a la cita con la psilocibina fue un tiempo de lectura, meditación, dieta sana y cero alcohol. Además, Juan tuvo varias entrevistas con los profesionales que iban a asistirle en Holanda y con el resto de participantes. No todo el mundo es apto para una experiencia de este tipo y la organización escudriña el historial médico y psicológico y la motivación de los aspirantes.

A su llegada a Holanda, lo acompañaron a comprar la sustancia alucinógena antes de instalarse en una casa en medio del campo. «Son un equipo muy potente de psicólogos, terapeutas, hasta neurocientíficos. Todo muy occidental, nada chamánico. En el grupo había de todo, desde una periodista de “The Economist” que iba a escribir sobre el tema hasta una animadora de Pixar. Éramos 16 personas para ocho cuidadores».

Las horas previas a la ingesta de las setas las pasaron completando la preparación que llevaban semanas haciendo por separado. «Lo que buscan es que estés en contacto con tus heridas, que te abras muchísimo, que seas vulnerable y sin todos esos bloqueos que ponemos. También hacen que te sientas seguro para dejarte ir. El entorno es tremendamente amable, la decoración, la iluminación... No es ni esotérico ni hippy».

La tarde siguiente a la llegada fue el momento largamente esperado. Cada miembro ingiere la dosis que le corresponde diluida en un té y todos se tumban en círculo con los ojos tapados en un espacio inmenso custodiado por el equipo. La música, cuidadosamente seleccionada, les lleva de la mano todo el tiempo. A los 20 minutos, Juan empezó a notar lo primeros efectos. Este es el relato de su viaje lisérgico en primera persona:

«Fue una experiencia mística. Yo no entendía lo que era eso hasta aquel momento. Te das cuenta de que, dios mío, hay algo más grande que nosotros en este mundo. Algo que sostiene todo, que lo inyecta de amor, de gratitud. Sentí mucho la conexión con la tierra y con mi herencia indígena colombiana, también con una gran energía femenina, poderosa, de la naturaleza. Es algo inefable. Entiendes lo que ocurre, pero, de repente, también hay emociones nuevas que nunca habías sentido. O sientes en una emoción todas las emociones. Una que no conocías. Hubo un momento clave en el que me levanté al baño y me vi reflejado en el espejo. Por primera vez en mi vida me miré con ojos amables. Me dije, qué belleza esta persona que tengo en frente. Lloré. Me emocionó verme a mí sin juicio, con amor. Te das cuenta realmente de cuánto nos machacamos. A mí no se me reveló ninguna verdad, pero hubo un elemento de gratitud tan bestia, tan sanador... Por el milagro de la vida, por cómo era. Me di cuenta de que había sido bastante desagradecido en general y que esa era una de las muchas razones por las que había acabado así. Se me había olvidado, me comparaba constantemente. Nació una manera nueva de relacionarme conmigo mismo con amabilidad. Lo que hace esto es recordarte el manual de instrucciones. El que tenías cuando eras niño y que con la vida y con los traumas se te ha olvidado. Sale gente de tu pasado, claro, y puedes perdonar. Lloré muchísimo, pero también lloraba del asombro y de la belleza de la vida. Aquello duró unas cinco o seis horas. Había gente que se levantaba y se quitaba el antifaz pero yo estuve todo el tiempo metido en mí mismo. Sabía que lo que tenía que trabajar estaba dentro. De hecho, me daba rabia cada vez que tenía que ir al baño porque me perdía el trabajo: encontrar ese sanador que tenemos todos».

La vuelta a la vida después de aquella catarsis también fue guiada. Un par de días después, el grupo abandonó la casa y siguieron teniendo contacto con los terapeutas para integrar lo que habían aprendido. Juan recuperó el rumbo y asegura que, a día de hoy, aún conserva la dirección: «Está claro que no todos los días estoy feliz y esto hay que trabajárselo, por ejemplo, con la meditación. Me ayuda a reconectar y a volver a tener presentes la gratitud y la amabilidad. Me ha abierto un camino nuevo de espiritualidad. Yo creo que tenía mucho trauma acumulado. Son como capas de cebolla que vas añadiendo hasta que desapareces dentro del Frankenstein que se ha generado. Esta terapia me quitó todas esas capas. Me salvó la vida, estaba en un callejón sin salida en el que la única forma de escapar era la muerte. Me reconcilió, me devolvió la fe, el asombro y la alegría».

Juan insiste en que no quiere sonar victimista ni oscuro, más bien lo contrario. En realidad, para cualquiera que peine canas el malestar psicológico que expresa no es algo ajeno, al menos en algún momento de la vida. Cuando nada funciona fuera porque nada funciona dentro. Casi suena a milagro un tratamiento que en una o dos sesiones obre un cambio de perspectiva tan espectacular, pero lo cierto es que el mundo de la salud mental está viviendo una revolución sin precedentes. La incorporación de sustancias como la psilocibina a la psicoterapia asistida está teniendo resultados muy esperanzadores en adicciones, anorexia, depresión resistente y otros males de nuestra era. Está previsto que EE UU apruebe su uso en unos meses y la Unión Europea irá detrás. Probablemente para 2026 todos los estudios que ya se llevan a cabo en hospitales privados de nuestro país se trasladen a la realidad sanitaria. Mientras tanto, fundaciones como Inawe tratan de allanar el camino para que este cambio enorme de paradigma nos coja a todos preparados.