Opinión

El tiempo vuela

Muchos quienes, estando en edad de aprender, optan por lo sencillo y lo regalado

Sofisticar el sexo por Marina CASTAÑO
Marina Castañolarazon

El tiempo vuela, sí, y nos damos cuenta de ello cuando tomamos como referencia, por ejemplo, un blíster mensual de pastillas, que se acaba rapidísimo, treinta días más tarde; dicho así parece una perogrullada pero es cierto. Por ejemplo, la Princesa Leonor termina ya su paso por la escuela militar de Zaragoza después de un año, ¡ya un año! de duros aprendizajes y de circunstancias hostiles consustanciales a la carrera castrense, las mismas que vivirá en la Escuela Naval de Marín embarcándose en el Juan Sebastián Elcano para finalizar su formación en San Javier donde, a buen seguro, la veremos saltar en paracaídas, volar aviones y helicópteros y rematando de esta forma un completísimo recorrido por las disciplinas de tierra, mar y aire. Cuánto necio hay renegando de la instrucción militar y qué gran error haber eliminado la mili obligatoria. ¡Qué despreciable la gente que opta por una versión de vida fácil y acomodaticia y qué poco interés tienen quienes optan por el máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo! Son los pájaros los que reciben la comida masticada y digerida desde el pico de la madre directamente al buche, y así son las aspiraciones de muchos quienes, estando en edad de aprender, optan por lo sencillo y lo regalado. En estos días en que se ha conmemorado el desembarco de Normandía nos conmueve a todos la historia de un muchacho de una aldea de Galicia que se alistó en el ejército americano, único español que combatió y lamentablemente murió en el desembarco de Normandía, en la playa de Omaha, después de haber luchado en la Guerra Civil, en la batalla de Brunete y haber estado también en Pearl Harbour. Los veteranos de la II Guerra Mundial han recibido en estos días homenajes en todo el mundo a los 80 años de haberse producido y emocionados y orgullosos recuerdan el hecho del que salieron sobrevivientes. El tiempo vuela, sí, y es hermoso que en nuestra propia historia, en la de cada cual, exista algo, por mínimo que sea, de lo que podamos sentirnos satisfechos.