Vaticano

Tucho, el cardenal que ha desterrado a la Inquisición

En cuatro meses, el fichaje del Papa para pilotar Doctrina de la Fe resetea la misión del «Ministerio» vaticano

El Cardenal argentino Víctor Manuel “Tucho” Fernández.
El Cardenal argentino Víctor Manuel “Tucho” FernándezNatacha PisarenkoAgencia AP

Se llama Víctor Manuel Fernández. Pero en Argentina y en Roma le conocen por Tucho. Apodo heredado de su padre, al que le llamaban así en el bar de su pueblo, Alcira Gicena, por un legendario futbolista argentino. No pone barrera alguna para que en medio del boato vaticano le traten como Tucho. Toda una declaración de intenciones.

Teólogo de 61 años, el cardenal prefecto para la Doctrina de la Fe, Tucho Fernández, es hoy el epicentro de los «Sálvame» de las sacristías después de firmar «Fiducia Supplicans», la declaración que da luz verde a bendecir a parejas de divorciados y homosexuales. La medida ha generado tal revuelo que el 4 de enero se emitió una nota para aclarar su aplicación y este jueves el Papa autorizaba a los obispos africanos a no aplicarla en su contexto cultural si genera escándalo o confusión.

Este sismo, lejos de generar una crisis de confianza entre él y su jefe, parece haberles confirmado todavía más en la necesidad de continuar en la reforma que Francisco emprendió hace una década. Hasta hace poco, Fernández le acompañaba como asesor de máxima confianza en un segundo plano y en la distancia: primero como rector de la Universidad Católica Argentina y hasta este verano como arzobispo de La Plata. Pero en julio le nombraba prefecto, con birreta púrpura incluida, un cargo que asumió el 15 de septiembre.

Como él mismo reveló, rechazó inicialmente el puesto porque no se veía capacitado para abordar con la especialización que requiere la lucha antiabusos que coordina su departamento. Jorge Mario Bergoglio le liberó de este cometido y le instó a centrarse en las cuestiones teológicas con un encargo directo: «El Dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente».

Ya Francisco le había allanado el camino. De hecho, en estos diez años no ha permitido que se firme una sola amonestación pública para «guillotinar» a teólogos díscolos. La última llamada al orden data al 30 de marzo de 2012, firmada por el entonces prefecto William Levada, con el aval de Benedicto XVI, contra una monja profesora de la Universidad de Yale por un manual sobre ética sexual cristiana.

Fernández hereda así el timón de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición creada en en 1542 por Pablo III con el fin de defender la fe católica de herejías, con la mirada puesta en la reforma protestante y tomando el relevo de una institución medieval que los Papas de antaño no dudaron en hacer suya con torturas y sentencias letales incluídas. En 1908, Pío X maquilló la mala fama persecutoria de la casa rebautizándola como Santo Oficio. Pablo VI, en su renovación conciliar la erigió en Doctrina de la Fe. Francisco ha ido más allá. No solo porque los «Ministerios» del gobierno vaticano se llamen Dicasterios en lugar de Congregaciones. Con la constitución «Praedicate Evangelium» aprobada en marzo de 2022, Doctrina de la Fe no está en la cúspide del organigrama, sino por detrás del «súper» Dicasterio para la Evangelización, situando como prioridad la «Iglesia en salida» que conecte con la realidad del mundo frente a la obsesión por la «autorreferencialidad» persecutoria.

Con esta premisa, en solo cuatro meses el cardenal Tucho ha ejecutado. Ya antes de mudarse a Roma, en pleno julio hizo un placaje, respondiendo en privado a cinco cardenales para poner contra las cuerdas al Papa a través de una carta en la que cuestionaban su autoridad por sus reflexiones sobre las bendiciones gais o las ordenación de las mujeres. Cuando estos purpurados filtraron el 2 de octubre sus dudas, 48 horas antes del llamado Sínodo de la Sinodalidad para torpedear la asamblea convocada por Francisco, Fernández reaccionó de inmediato publicando su respuesta y desactivando esta mina antipapal.

Con este precedente, el prefecto tomó velocidad de crucero respondiendo a otras tantas cuestiones doctrinales emitidas por obispos varias sobre temas de frontera: ha dado vía libre a que los transexuales y homosexuales sean padrinos de bautismo y testigos en las bodas, ha puesto cero impedimentos para que las madres solteras puedan comulgar y ha abierto la puerta a que las familias puedan guardar parte de las cenizas de sus difuntos fuera de un cementerio. Junto a estas confirmaciones, ha reiterado oficialmente un «no»: prohibido ser católico y masón.

El efecto Tucho

El efecto Tucho ha sido contestado por los medios y clérigos católicos conservadores con todo el arsenal a su alcance. Prueba de ello es que esta misma semana, en plena resaca de las bendiciones, se descubría un libro descatalogado que Fernández publicó en 1998 titulado «La pasión mística, espiritualidad y sensualidad». Un ensayo en el que no tuvo problema alguno en escribir sobre «Dios en el orgasmo de la pareja». Un ataque en la misma línea que sufrió nada más ser elegido en julio, cuando desempolvaron otra obra de 1995, «Sáname con tu boca, el arte de besar», una catequesis para adolescentes sobre afectividad. Sin embargo, lejos de presentarse como un mártir, el prefecto ha manejado estas crisis directamente con los periodistas sin necesidad de secretario alguno o responsable de comunicación.

Él mismo sale al quite de todas las polémicas regalando declaraciones a diestro y siniestro, sin eludir pregunta alguna y con especial atención a las cabeceras que más le agreden. Lo que quizá no se esperaba es que esta virulencia traería consigo mensajes anónimos de amenaza a su despacho y a sus redes. Un «Te destruiremos» para llevar a la hoguera al responsable máximo de perseguir las herejías.

No en vano, el cardenal Tucho llega curtido. Ya como rector en Argentina, Roma le miraba con lupa por las denuncias anónimas de heterodoxia nacidas de su entorno. Bergoglio entonces no le dejó solo y le dio un consejo que no caduca: «Vos resistí, porque si bajás los brazos van a pensar que con esa metodología consigan todo lo que quieran. Levantá la cabeza y no dejes que te quiten la dignidad».

Colaboradores en el andamiaje americano

El Papa Francisco y el cardenal Tucho se entienden solo con mirarse. Fernández siempre que puede cuenta cómo el cardenal Bergoglio le cortó las alas cuando en los 90 le ofrecieron dirigir un centro teológico en Colombia. «De ninguna manera, vos estás para otras cosas», determinó el arzobispo, una decisión que no tuvo más remedio que aceptar y que hoy lee desde esa capacidad de Francisco como ajedrecista de Dios para planificar a futuro. Ni el uno sabía que acabaría siendo Papa ni el otro prefecto, pero el joven teólogo comenzó a aprender de su mentor algo sobre el liderazgo y el manejo de los tiempos. Dicen que el vínculo de confianza definitivo se forjó en Aparecida en 2007, la cumbre donde Bergoglio se erigió como el líder pastoral de la Iglesia de América Latina. Juntos, redactaron mano a mano el documento que se considera el prólogo programático de este pontificado.