Sociedad
«Underparenting»: La receta para dejar de hacer tanto caso a los niños
La sobreprotección de los hijos o «hiperpaternidad» puede acarrearles problemas de autonomía de adultos
La sobreprotección de los hijos o «hiperpaternidad» puede acarrearles problemas de autonomía de adultos
¿Es usted de esos padres que a la menor crítica de un profesor hacia su hijo monta en cólera en el despacho del director? ¿Y de los que usa el grupo de WhatsApp de padres como si fuera un «tam-tam» contra el centro escolar? ¿O de los que se encarga de levantar, dar de comer y, prácticamente, organizarle la agenda de su vástago pese a que el «retoño» ya tiene 14 años? Hay muchos nombres para referirse a estos progenitores: «padres-chófer», «padres-mayordomo», «padres-dron»... Pero quizá, el término más certero para englobar todos estos estereotipos es la «hiperpaternidad», una tendencia que comenzó a verse a principios de este siglo en EE UU y que, como todo, bueno y lo malo, lo hemos acabado importando en España. «La característica principal de estos padres es que son como helicópteros, sobrevuelan las vidas de sus hijos y les dedican una atención excesiva, 24 horas al día. Los hijos son los que mandan. Y para los padres es agotador, sobre todo para las madres, que todavía hoy siguen llevando más peso», afirma a LA RAZÓN Eva Millet, periodista, autora del libro «Hiperpaternidad» (Ed. Plataforma) y del blog www.educa2.info, que mañana participará en las conferencias del espacio EDUTalks, del colegio CEU San Pablo Montepríncipe, bajo el título «¿Hijos perfectos o hijos felices?».
Pero no hay que desesperar. Existe una receta. Es lo que se conoce como «underparenting». ¿En resumen? «No hacer tanto caso a los niños. Dejarlos más a su aire y ser más observadores, sin intervenir a las primeras de cambio», dice Millet. Así, hay espacio para que los niños jueguen, pero también para que se aburran; y hay hueco para que reciban ayuda, pero también para que se equivoquen. «Puedes ayudar a tus hijos en los deberes, pero en un momento puntual. El error se encuentra en que ya te estén esperando, que tengan preconcebida la idea de que no pueden solos. Tienen que tener interiorizado el ‘‘yo puedo’’, no el ‘‘mis papás ya lo harán por mí’’». Del mismo modo, en el «underparenting» es esencial que los pequeños ya estén acostumbrados desde muy pequeños a participar en las tareas del hogar. «Deben saber que tienen que hacerse la cama, ayudar en casa... No puedes pretender que lo hagan de adolescentes cuando no se lo has enseñado desde niños. No sólo aprenden a ayudar, sino que adquieren empatía: ven lo que haces y lo valoran». Y si como padres tenemos una ganas irrefrenables de chillarle a un profesor por algún comentario a nuestro hijo «puedes hablar con él de forma civilizada, pero no montar un escándalo. Es un error fatal criticar a un profesor delante de tu hijo: les quitas a los maestros la poca autoridad que les queda», explica Millet.
Toda esta táctica es un descanso para los padres... y evita futuros problemas a los niños. «En las universidades españolas están empezando a detectar estudiantes con muy poca autonomía y muy escasa tolerancia a la frustración, sin apenas resilencia. Se hunden ante el menor contratiempo», dice Millet. Y es que, al alcanzar la mayoría de edad, «descubren que ya no tienen como gestores a sus padres». No en vano, la sobreprotección hace «que no se ayude a afrontar los miedos, lo que puede desembocar en fobias. La educación consiste también en ayudar a tus hijos a desarrollarse como personas. Necesitan formar su carácter, adquirir capacidad de esfuerzo, empatía y tolerancia a la frustración». Porque, al final, de no ser así, «no les estamos educando también en la valentía».
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