Testimonio
Yolanda (paciente): «Me dijeron que, si no había intento de suicidio, no podía verme un psiquiatra»
Yolanda vive en Ceuta y ha tenido que costearse recursos privados para superar su depresión. Entre psicólogo y psiquiatra privado, lleva gastados más de 1100 euros por el momento.
En el salón de la casa de Yolanda en Ceuta, hay una foto que, pese a su sencilla apariencia, destaca entre todos los recuerdos familiares. En ella, aparecen los dos elementos en los que siempre había encontrado refugio y consuelo: el abrazo de su amiga Débora y el mar. Sin embargo, desde el pasado mes de abril, su percepción cambió. La inmensidad del océano comenzó a generarle una ansiedad abrumadora. No podía soportar la idea de acercarse a la orilla. Prefería encerrarse en casa, lejos de todo. Tenía depresión, ansiedad y agorafobia, enfermedades que la han estado acompañando desde los últimos seis meses y para cuya recuperación, lamentablemente, no ha podido contar con los recursos del sistema público de salud.
Y es que, en Ceuta, la situación de la sanidad pública refleja una realidad alarmante. Como también ocurre en Melilla, tienen la menor tasa de médicos por habitante de España y una de las plantillas más envejecidas. La deficitaria situación y las nefastas previsiones que contemplan los Colegios de Médicos de ambas ciudades autónomas movilizaron durante once meses a profesionales sanitarios y pacientes en la que se ha conocido como la huelga con mayor duración de la historia de España.
Pero, además, según han denunciado sendos presidentes de colegios profesionales en numerosas ocasiones, los datos que aporta el organismo responsable de la gestión sanitaria de Ceuta y Melilla, el Instituto Nacional de Gestión Sanitaria (Ingesa), dependiente del Ministerio de Sanidad, «están debidamente cocinados y edulcorados desde las direcciones territoriales».
En concreto, los datos que aparecen en las últimas estadísticas publicadas por el Ministerio de Sanidad, las cuales recogen la situación a 30 de junio, en relación con Ceuta y Melilla, no sugieren que la situación sea alarmante. Con un 74,4%, ocupa el segundo lugar en la lista de territorios cuyos pacientes esperan más de 60 días para ser vistos por un especialista. En Ceuta, hay un tiempo de espera de 62 días de media para ello (94 de media nacional) y de 84 días para ser intervenido quirúrgicamente (121 de media nacional).
Casos como el de Yolanda ponen en evidencia estos datos. Ella recibió el diagnóstico de su médica de cabecera en abril y, enseguida, fue derivada al psicólogo y al psiquiatra. Pero la lista de espera contaba con un retraso muy importante. «Me horrorizó saber que tenía que esperar más de cinco meses. Era abril y me dieron cita con la psicóloga para el 4 de septiembre y con el psiquiatra, el 28 de noviembre. Decidí esperar porque no podía asumir el coste de recibir terapia por privado, pero resultó que el tratamiento que me había prescrito telefónicamente el psiquiatra me sentó fatal: tenía alucinaciones y oía voces. Volví a mi médica de cabecera y me derivó a Urgencias. Pero allí me dijeron que, si no había intento de suicidio, no podía verme un psiquiatra. La derivación se produjo una segunda vez en junio con los mismos resultados. Es decir, si no intentaba suicidarme, no me veía el psiquiatra Así es que, no tuve más remedio que ir por lo privado», cuenta.
Esta decisión le ha generado un alto impacto en su economía familiar: «Llevo gastados 1.100 euros y esto es inasumible cuando estás de baja ganando 825 euros al mes. Mucho menos cuando tienes que pagar un alquiler de 950 euros. Así es que tuve que pedir ayuda a mi familia y lo voy a tener que seguir pidiendo para curarme del todo».
En los últimos días y sin que todavía la haya visto el psiquiatra público, Yolanda ha vuelto al trabajo como auxiliar en una clínica privada. Desde allí es testigo de la crisis que, en general, vive la sanidad pública de Ceuta. «Tenemos un digestivo que viene una vez al mes de Madrid. Tiene una lista de espera de más de 200 pacientes porque, ante la falta de médicos en la pública, la gente recurre a la privada. Esta saturación es algo que antes nunca habíamos tenido», reconoce.
Ahora mira esa foto que luce en su salón con otros ojos: «Es mi ancla, es el símbolo de mi recuperación. Refleja el momento en que, después de meses sumida en la enfermedad y de aterrarme bajar a la playa, he empezado a reencontrarme con esa parte de su vida que había perdido», concluye.
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