Misterio

Así es la olla maldita encerrada en una jaula de acero desde hace 50 años para que no cause más muertes

La leyenda dice que oculta en su interior las cenizas de un enano que fue asesinado y que cualquier persona que la toca acaba muriendo poco tiempo después

Alf Darwood, el constructor a cargo de la reforma de la vivienda, analiza la olla con mucha precaución, sin tocarla. No es para menos, las tres últimas personas que lo hicieron, acabaron muertas
Alf Darwood, el constructor a cargo de la reforma de la vivienda, analiza la olla con mucha precaución, sin tocarla. No es para menos, las tres últimas personas que lo hicieron, acabaron muertasLa Razón

Todos los relatos sobre objetos o personas malditas pueden desestabilizar a una familia, pueblo, ciudad e incluso a un país. Son varios los ejemplos de ello a lo largo de la historia. La más reciente es la de la corona de Carlos III de Inglaterra, cuya vida corre peligro si usa la corona “maldita” Koh-i-Noor, que tiene 108 quilates y que era la que usaba su madre la Reina Isabel II. La maldición de los Borbones, que pudo evitarse si Alfonso XII hubiera convencido a su mujer María Cristina para que no llamase Alfonso a su hijo para evitar el mal fario del 13. También acusan a Pedro Sánchez de ser un presidente maldito y le culpan desde el desastre provocado por Filomena, a la sequía, pasando por la guerra de Ucrania.

Estas maldiciones como otras pueden ser consideradas meras coincidencias, pero en los casos en los que hay muertes de por medio dan, cuando menos mucho respeto. Y precisamente eso es lo que consigue que se conviertan en leyendas, que se agrandan y adornan con el paso de los años.

Una de estas historias y que no es demasiado conocida es la de una olla maldita encontrada en el sótano de una casa británica, que fue oculta en una jaula de acero para evitar que causara más muertes: era una especie de arca de la alianza pero no hacía falta abrirla, sino que con tocarla, provocaba la muerte. Y es lo que le pasó a tres británicos en un corto espacio de tiempo.

Según cuenta la leyenda, que se mantiene muy viva entre los vecinos de North Lincolnshire, a mediados de la década de los 70 un grupo de trabajadores acudieron a un edificio histórico comprado por el empresario John Morton para reformarlo.

Los trabajadores alertaron al responsable de la reforma, Alf Barwood, de que en el sótano había una olla de las que se utilizaban en esos años para cocinar y pudo comprobar que se trataba de la olla de la que todo el mundo hablaba, un utensilio maldito que había causado varias muertes. Para evitar que siguiera causando más daño, decidió construir una jaula de acero donde esconderla para siempre. Y ahí ha permanecido durante los últimos 50 años, a la espera de que alguien la libere para poder seguir haciendo daño.

La olla siempre estuvo marcada por su pasado y aunque no se conoce su origen ni la leyenda que la rodeaba antes de llegar al sótano de la familia Atkin, ya generaba un gran respeto.

Su primera victima fue Charles Atkin, un niño de seis años que vivía en la casa. Según relató su hermano John a un periodista de la época, “la olla estaba en nuestro sótano y recuerdo que nuestro padre siempre nos decía que nunca nos acercáramos. Un día estábamos jugando en el sótano y Charles tropezó accidentalmente con ella. Al día siguiente, estábamos en un campo cerca de Humber y Charles estaba jugando alrededor de uno de los camiones de heno cuando pasó por encima de él y lo mató.

“Siempre le tuve miedo a la olla”, confesó John. Después de trágico suceso, las supersticiones entorno a la olla se dispararon en el pueblo. Hablaban de que contenía las cenizas de un hombre con enanismo que había sido asesinado en

“Nos dijeron que contenía las cenizas de un enano que fue asesinado en la abadía medieval de Thornton Abbey. Una de las historias decía que había un túnel que conectaba la abadía con el sótano de la vivienda en la que apareció la olla y que tras la muerte del enano, los monjes trasladaron sus restos a través del túnel y se deshicieron de ellos en secreto.

“La familia que vivía en la casa antes que nosotros se mudó después de que un bebé muriera en la casa”, recordó John que también afirmó que “otro niño que sacó la olla del sótano y la arrojó al estanque del pueblo, murió atropellado por un coche apenas una hora después de haberse deshecho de la olla.

A pesar del miedo que infundía, poco después un hombre recuperaría la olla del fondo del estanque y la devolvería al sótano del que fue sacada. Antes de que acabara el día, también estaba muerto.

Tras la muerte de Charles, el sótano fue tapiado con la olla maldita en su interior.

Eso fue hasta que el empresario John Morton comprara la casa y comenzara a reformarla. John había oído hablar de la leyenda pero no era demasiado supersticioso. Los encargados de la reforma, en cambio, cuando la encontraron en una esquina detrás del muro de ladrillo se negaban a acercarse a ella.

El empresario, para acabar con los comentarios y supersticiones de empleados y vecinos, decidió recurrir al reverendo Bob Kenyon, un firme creyente en la leyenda, quien se ofreció a mover la olla, convencido de que, como hombre de la iglesia, sería inmune a la maldición. Sin embargo, después de realizar un exorcismo, el reverendo y John decidieron dejar que las leyendas durmientes yacieran y colocaron la olla en un barril y la encerraron en una jaula de acero fijada a la pared.

Kenyon no quiso acabar con la leyenda, e incluso la alimentó: “Es muy fácil burlarse, pero hay mucho más en algo como esto de lo que queremos pensar”. Alf Darwood, que construyó la prisión de acero, insistió en la idea de que a priori “nadie creía en la leyenda, pero nadie se atrevería a tocarla. Si no hubiera estado en una esquina, habría que haberla movido... Y no me hubiera gustado ser yo quien lo hiciera!”.

Pero lo cierto es que la olla sigue encerrada en ese sótano, esperando a que alguien la libere y poder así agrandar su leyenda. Quizás cuando cambie de dueño, quizás nunca. Sea lo que sea, seguro que costará encontrar a alguien que se atreva a tocarla.