Halloween
Las terroríficas leyendas de “La Llorona” (incluida la española) y el pueblo que esconde su tumba
Conocida también como la “Pucuyén”, “la Sayona” o “La Ploranera”, ha sido vista en medio mundo. Desde la antigua Grecia, a México, Filipinas e, incluso, en la playa de La Barceloneta
Un arrebato de locura hizo que acabara con la vida de sus hijos. Los despertó en plena noche, los llevó a un río cercano a su casa y los apuñaló hasta la muerte. Ese es el inicio de la leyenda de “La Llorona”, la mujer que deambula por las calles de Ciudad de México en busca de sus hijos. Los que afirman haberla visto, lo hicieron en lugares por los que un día pasó un río y lo que presenciaron fue la imagen de una mujer muy bella, vestida de blanco. Otros, en cambio, apenas pudieron vislumbrar una silueta, que flota en el aire. En lo que todos están de acuerdo es en desgarrador lamento que escucharon: «¡Ay, mis hijos!».
Sobre el origen de la leyenda, hay numerosas versiones, pero las más populares son siete y coinciden con su origen en distintos países de Latinoamérica. La más conocida es del periodo colonial en México, entre 1521 y 1810. Según las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, “La Llorona” era una mujer indígena, que mantenía una relación con uno de los conquistadores españoles, con el que tuvo dos hijos, un niño y una niña. Cuando ella quiso formalizar la relación, el caballero se negó en rotundo por pertenecer a clases sociales distintas. La mujer escapó esa noche con sus hijos, los llegó al río y debido a la decepción, la rabia y el rencor, los apuñaló. Otras versiones hablan de que los ahogó y acabó con sus vidas.
El historiador mexicano Efraín Franco Frías asocia esta versión con “La Malinche”, quien a la llegada del ejército español se convirtió en de Hernán Cortés, con el que tuvo un hijo que le arrebató cuando regresó a España y al que nunca más volvió a ver. Ni sus gritos ni sus lamentos lograron que Cortés se apiadara de ella.
Otras de las versiones de la leyenda la aporta fray Bernardino de Sahagún, que mandó investigar la historia de una mujer que vagaba de noche por las calles de Tenochtitlán, gimiendo y llorando por sus hijos. Ella gritaba: “¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!”, en unas ocasiones, mientras que en otras sólo decía: “Hijitos míos ¿a dónde os llevaré?”. El fraile la nombró Cihuacóatl (mujer serpiente) o Tonantzin (nuestra madre) y en su crónica “Historia general de las cosas de Nueva España” narra cómo la mujer llevaba consigo una cuna que abandonaba en el mercado. Cuando las mujeres acudían a ver lo que había en la cuna, se encontraban con un extraño objeto: un cuchillo de pedernal, de los que se usaban para hacer sacrificios.
La leyenda de La “Llorona” espantaba a los vecinos que vivían en la carretera de Guanajuato-Dolores Hidalgo y las autoridades decidieron levantar allí un monumento. Era el año 1913. Mucho después de que se reportaran los primeros lamentos de la mujer, de los que se tiene constancia por primera vez en 1850.
El supuesto cuerpo de la mujer se encuentra en la localidad de Dolores Hidalgo, visitada por varios emisarios de El Vaticano para hacerle un exorcismo y acabar así con el sufrimiento de los habitantes de Guanajuato.
Además de esas tres versiones, existen otras más, dependiendo del país. En Venezuela, por ejemplo, hay una figura similar conocida como “La Sayona” y cuya leyenda también se remonta a la época colonial. Narra la historia de Casilda, una mujer alta, elegante, con una larga cabellera morena y de gran belleza que se casó con un hombre respetado por su bondad. La pareja tuvo un hijo y comenzaron los problemas. Casilda era tremendamente celosa a pesar de que su marido nunca le dio motivos. En cambio, su enfermiza obsesión le llevó a creer a un vecino del pueblo que la pretendía. Un día, mientras ella se bañaba desnuda en el río, vio cómo le hombre la observaba desde los matorrales.
Al ser descubierto le dijo a Casilda que había ido a avisarla de que su marido la engañaba con su propia madre. Ella, cegada por los celos, quemó su casa con su marido y su hijo dentro. Después, fue a casa de su madre y la mato a machetazos. Con el último suspiro de vida, la madre la maldijo: “Yo no hice nada y jamás te mentí, pero tú cometiste el peor de los pecados y yo te condeno: Sayona serás para siempre, y en nombre de Dios, que así sea”.
Al darse cuenta del error, Casilda se quitó la vida y, según esta versión de La Llorona, desde entonces una escultural mujer vestida de blanco se aparece a los adúlteros y a quienes desean la mujer del prójimo. Primero les deja que la admiren y antes de acabar con sus vidas les muestra una aterradora sonrisa con unos largos y afilados colmillos.
Una guía hacia el más allá
En Chile, “La Llorona” es conocida como Pucullén, resultado de unir “cullen”, que significa lágrima, y “pu”, que indica plural. La Pucullén chilena se aparece a las personas que están cercanas a la muerte y a los animales como los perros, que responden a su presencia con largos aullidos.
De aspecto fantasmal, con túnica blanca, el pelo largo negro y el desgarrador llanto es una guía para los que van a morir, a los que les indica cómo dirigirse a su nuevo hogar más allá de la vida. Sobre sus lamentos, algunos dicen que llora porque le arrebataron a su hijo a muy corta edad; otros aseguran que en realidad son para que todos los familiares del difunto puedan recuperarse pronto de la trágica pérdida e impide que el espíritu del muerto regrese a atormentarlos.
Acorde a estas versiones, si uno se frota los ojos con lágrimas de perro, podrá verla; pero si el corazón desde el que se observa no es puro, la imagen que se encontrará será espantosa. Los que dicen haberla visto coinciden en que está bajo un charco de lágrimas sobre el que ella está suspendida.
En Ecuador, es más similar a la versión mexicana. La Llorona es abandonada por su marido, ahoga al bebé en el río. Cuando recupera la cordura, va al río a recuperar el cuerpo del niño, al que no encontró hasta que pasaron varios días y curiosamente le faltaba el dedo meñique. La mujer, rota de dolor, se quitó la vida y desde entonces su espíritu vaga y le corta el meñique a todo aquél que se cruce en su camino para vengar la muerte de su hijo. Otras versiones, indican que las noches de luna llena, aparece el fantasma en las casas de mujeres embarazadas con la intención de robarles los bebés. Para combatirlo, en Ecuador llenan las casa de dulces para que el fantasma se empalague y se marche.
La leyenda de “La Llorona” de El Salvador es la más terrorífica y dice que, de madrugada, cuando todo el mundo parece dormido, los campesinos pueden escuchar una voz lastimera cerca del río. Es la de una mujer que hace siempre el mismo recorrido: vaga río arriba en busca de sus hijos y cuando llega a la iglesia, desaparece. Pero lo que diferencia a esta Llorona de otras es que siempre aparece de espaldas.
Si alguien le mira a la cara, le robará el alma y vagará sin rumbo por toda la eternidad. Los que la han sentido afirman sentir escalofríos que recorren todo su cuerpo cuando está cerca, particularmente la espalda, llegando algunos incluso a decir que sienten cómo alguien respira detrás de ellos.
Pero no sólo hay historias de “La Llorona” en América. De hecho, ha dado el salto y ha llegado hasta España. “La Ploranera”, que significa llorar en latín, es una de las historias más conocidas del barrio marinero de la Barceloneta de la Ciudad Condal.
A diferencia del resto de “lloronas”, “La Ploranera” cuenta la historia de una gitana de gran belleza, que le robó el corazón a un acaudalado ciudadano británico amigo del caudillo Francisco Franco. A pesar de los contantes viajes del británico, el amor perduró durante un tiempo y la pareja tuvo dos hijos. Pero un día, en una de sus ausencias, una pareja de la Guardia Civil se personó en su casa para llevarse a los niños. Su marido se había casado con una mujer de la alta sociedad barcelonesa, que lo tenía todo menos descendencia porque era estéril.
La gitana, lejos de rendirse, cogió a sus dos niños, huyó hasta el embarcadero, donde se subieron a una vieja embarcación y comenzaron a navegar. rel mar estaba agitado y las olas no tardaron en hacer naufragar la embarcación. Por mucho que la mujer luchó por rescatar a sus hijos, nunca salieron del agua, nunca los encontró. Rendida y con la esperanza de que el mar los devolviera, se sentó en la playa. Sus lamentos la delataron y fue localizada por la Guardia Civil. Al ver a la pareja de la Benemérita trató de huir a través de una carretera cercana. El dolor por la pérdida de sus hijos y la desesperación le impidieron ver a un coche que venía de frente y que la arrolló. Murió de forma instantánea.
Desde ese día, los vecinos de la Barceloneta afirman que la mujer se aparece en los días de fuertes vientos, acompañada de un triste lamento similar al sonido del viento al impactar con la arena de la playa
Otra de las versiones de La Llorona habla de la historia de un taxista que se encontró con una mujer en el área en el que fue atropellada la “llorona” española. La recogió y la llevó a su casa, pero al no tener dinero le dijo que tenía que entrar para cogerlo. Al ver que no salía, el taxista fue en su busca y llamó a la puerta y le contestó una señora. Al contarle la historia, la mujer le abrió y se derrumbó. Entre sollozos le comentó que la mujer de la que hablaba era su hija, que había muerto cuatro años antes. Según la madre, La Ploranera vaga por la zona por la incertidumbre de saber qué pasó con sus hijos.
La mitología griega ya tenía a una “llorona”
Más allá del mundo latino, ha habido otras “lloronas“ a lo largo de la historia. En la mitología griega, el mito de Medea tiene muchos puntos en común con “La Llorona”. Medea asesinó a sus hijos después de que su esposo, Jasón, la abandonara por otra mujer. También en Grecia, leyenda de Lamia narra la historia de una princesa con quien Zeus había tenido varios hijos y que fueron asesinados por Hera. Desde entonces, Lamia vagaba lamentándose por la pérdida y devorando a los niños de otras madres. En la mitología celta, la banshee era un espíritu femenino que anunciaba la muerte de una persona mediante una serie de sobrecogedores lamentos que podían escucharse a varios kilómetros de distancia.
También África tiene a su propia “llorona”, tal y como refleja un un mito entre los pueblos yoruba de Dahomey y Togo que dice que el viento es en realidad una mujer que recorre los ríos lanzando pavorosos lamentos y buscando a sus hijos, que fueron ahogados por el océano (otra mujer) y sus restos fueron esparcidos por el mundo. Esta leyenda llegó a Estados Unidos de la mano de los esclavos africanos y fue muy popular sobre todo en estados sureños como Luisiana.
En Filipinas existen otras dos versiones. En la primera, el fantasma de una sirena aúlla en el mar por las noches lamentando el asesinato de sus hijos por un pescador. Y su llanto se escucha cuando alguien muere ahogado. En la segunda, conocida como la leyenda de la Mujer Blanca, el fantasma vive en la niebla y captura a mujeres jóvenes entre la bruma en medio de grandes alaridos.
Y precisamente en la Biblia encontramos el último ejemplo con la historia de Raquel, quien llora por la muerte de sus hijos (el pueblo de Israel), como un simbolismo del exilio del pueblo hebreo en Babilonia.
Aunque la historia de “La Llorona” más internacional y más conocida es la que narró de forma magistral la inolvidable Chavela Vargas.
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