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Cassettes regreso moda o no

Los cassettes han vuelto, pero no por las razones que crees

Taylor Swift, Stranger Things y una generación que no lo vivió: el cassette regresa como símbolo físico frente al caos digital

Los cassettes han vuelto, pero no por las razones que crees Unsplash

En mi círculo de amistades (músicos, la mayoría) teníamos un chiste recurrente: "vamos a montar un proyecto de black metal de dos personas, sacaremos una edición limitada de una demo que sonará fatal y quemaremos todas las copias antes de que nadie pueda ni escucharla. Y será en cassette".

La sola mención a un formato que, durante los años de adolescencia de quienes ya peinamos canas, supuso más sufrimiento que alivio, era como el punchline final que todo el mundo estaba esperando. Y es que, quienes las padecimos, no las recordamos con cariño.

En aquel momento no pensábamos —igual que no pensábamos muchas cosas, éramos jóvenes— que nadie en su sano juicio podría querer resucitar el cassette como un formato válido… y aquí estamos, en 2025 hablando de su renacer.

La historia de un formato resiliente

Cinta virgen Sony de los años 80Unsplash

Los cassettes cambiaron por completo el panorama musical desde su introducción en la década de 1960 por Philips. Ya entonces se oía que, si cualquier persona podía grabar cintas en su casa, la piratería musical camparía a sus anchas y la industria musical estaría a punto de desaparecer. Como ves, estos argumentos no tienen nada de nuevos.

Las cintas de cassette eran compactas, estaban protegidas por una carcasa de plástico y no sólo transformaron la industria discográfica a nivel global, sino que en España fueron una revolución cultural. A diferencia del vinilo, más voluminoso, caro y necesitado de equipos que costaban verdaderas fortunas, el cassette era económico y podías llevártelo a cualquier sitio. Los reproductores de la época fueron la primera prueba física de que había formas de irse con la música no a otra, sino a cualquier parte.

En nuestro país, este formato magnético mantuvo un dominio férreo hasta principios de los 90 en nuestro mercado discográfico doméstico: cada año se vendían más de 7 millones de unidades. Sus años de popularización coincidieron con una época de profundos cambios sociales y políticos, con lo que fueron en el vehículo perfecto para la difusión de música durante la Transición. Artistas como Miguel Ríos, Radio Futura o Mecano encontraron en este formato un aliado perfecto para llegar a un público masivo.

Las cassettes sirvieron para democratizar el acceso a la música, lo que se produjo en varios frentes. Por un lado, las grabaciones caseras permitían copiar discos o programas de radio, creando recopilaciones personalizadas que se intercambiaban entre amigos. Sí, hace 30 y 40 años también hacíamos playlists, sólo que lo llamábamos "grabar cintas de varios".

El Walkman de Sony y sus clones fueron nuestra forma de esuchar música en la calle durante casi 30 añosUnsplash

Por otro lado, que hubiera radiocassettes en todos los coches y la aparición del nunca bastante celebrado Walkman de Sony —por todo lo que supuso para la portabilidad de nuestras canciones favoritas— en 1979 cambiaron por completo la forma de consumir música, liberándola de espacios fijos y permitiendo que cada uno pudiera escuchar lo que quisiera, donde quisiera. Los principios de la escucha urbana actual nacieron hace 46 años.

Los años 80 fueron la edad de oro del cassette en España. Tiendas como las míticas Tipo y Discoplay, o la menos mítica pero más conocida El Corte Inglés, dedicaban amplios espacios a estos tesoros hechos de "cachitos de hierro y cromo", que decía Kiko Veneno antes de que usaran esa frase para nombrar un programa de televisión.

La cultura del cassette generó también toda una industria paralela: las cintas vírgenes BASF o TDK, el rebobinarlas con lápices o bolígrafos —hasta que inventaron los reproductores portátiles con esa función—, las fundas o los maletines en los que se guardaban e incluso limpiadores de cabezales en spray se convirtieron en objetos cotidianos en la época.

Con el final de la década irrumpió el CD y su consolidación fue el principio del fin: llegaba por fin al público un sonido claro, cristalino, sin chasquidos, sin distorsiones, deterioro y sin el peligro y miedo constante de que la cinta se estropease físicamente.

El cassette fue quedando el segundo plano mientras el CD se hacía el amo y señor. Los CDs también tuvieron sus propios reproductores portátiles, igual que los archivos MP3 que llegaron después y que terminaron por, aparentemente, sepultar al formato. Hacia 2012, las ventas oficiales de cassettes en España eran prácticamente inexistentes y se dio al formato por muerto. Las fábricas cerraron y hasta los walkmans de Sony se reinventaronbajo otra piel.

Y sin embargo aquí estamos, hablando de los cassettes…

Coleccionar y comprar cassettes es un fenómeno cultural cuantificableUnsplash

Contra todo pronóstico, las ventas de cassettes han experimentado un crecimiento extraordinario en la última década. Aunque parezca difícil de entender, tiene su razón de ser. Por ahora podemos decir que, lo que comenzó como una curiosidad nostálgica, se ha convertido en un fenómeno cultural cuantificable respaldado por datos concretos de los principales mercados musicales. Y a partir de aquí conviene mirar el fenómeno desde ese prisma.

Empecemos a hablar de números. En Estados Unidos el volumen de unidades vendidas se quintuplicó de 2013 a 2023, alcanzando la nada despreciable cifra de 436.400 cassettes. Esta progresión no ha sido lineal: sólo entre 2019 y 2023 las ventas de cassettes crecieron un 74%, coincidiendo con los años de la pandemia. No son las cifras del streaming, pero no está nada mal para un formato que todo el mundo daba por muerto. Hasta Taylor Swift y su disco Midnights se han apuntado a la moda.

En el Reino Unido, de acuerdo con el último dato que se tiene al respecto, se vendieron 195.000 unidades en 2022. Fue la cifra más alta en dos décadas y, según la Official Charts Company, el formato sigue creciendo a un ritmo del 5,2% de un año para otro. Las grandes cadenas comerciales británicas han reintroducido secciones específicas para cassettes, algo impensable hace no mucho.

En Japón no sólo ha aumentado la demanda de cassettes. Allí parece que Sony va a tener que hacerle un downgrade a sus Walkman actuales, porque la demanda de reproductores creció un 1.100%. Es cierto que las islas niponas siempre han sido un poco particulares con sus gustos —conviene recordar que allí el Laser Disc fue uno de los formatos reyes del vídeo; mientras fracasó en el resto del mundo—, pero para los japoneses los cassettes son sólo otro objeto más que coleccionar en su más que asentada cultura del formato físico.

Y en España… bueno, en España la cosa va a su propio ritmo. Aquí el cassette todavía es un formato incipiente a nivel comercial, representando un 0,06% de las ventas frente al 4,2% del vinilo. Las cifras son modestas sobre el papel, pero diversos indicadores del sector apuntan a un crecimiento gradual por el formato.

¿Quién y por qué compra y produce cassettes en 2025?

Dua Lipa y Taylor Swift han publicado trabajos en cassetteBehance

Lo más sorprendente del fenómeno del resurgir de las cintas magnéticas es que no se limita a quienes conocimos el cassette por edad como un formato viable. Los datos revelan que el 60% de los compradores tienen menos de 35 años; pertenecen a una generación que ni siquiera pudo comprar el formato habitualmente.

Si precisamente este formato es popular entre los oyentes jóvenes que no pudieron conocerlo en su momento de mayor esplendor, es gracias a producciones audiovisuales como Stranger Things o películas como Guardianes de la Galaxia. Ambos títulos han contribuido a mitificar el cassette, asociándolo a una experiencia auditiva "auténtica" que es el justo opuesto del streaming: las canciones no se pueden saltar, no hay un modo aleatorio y no es posible crear listas de reproducción con sólo pulsar un botón.

El mercado español refleja esta tendencia con eventos como el "Madrid Cassette Day" y el crecimiento de tiendas especializadas como "Discos Paradiso" en Barcelona, que han convertido al cassette en objeto de culto para coleccionistas y melómanos.

Además, factores económicos han contribuido también a su renacimiento. Fabricar una cinta cuesta entre 1 y 3 euros, lo que es sensiblemente más barato que fabricar un vinilo. Esta accesibilidad permite a bandas emergentes ofrecer sus trabajos a precios razonables —y volviendo a poner de moda las maquetas de hace décadas, sólo que con un sonido menos horrendo—.

Y, tal y como ya he comentado en otros artículos tratando la perspectiva de los artistas independientes, hay que tener en cuenta que vender un cassette puede generar hasta cinco veces más ingresos que 10.000 reproducciones en Spotify.

El resurgir del cassette se enmarca en una tendencia más amplia de revalorización de lo tangible frente a lo virtual. El acto físico de insertar la cinta, rebobinarla o crear listas de reproducción grabando canción a canción supone un ritual que contrasta con la pasividad del streaming. Diversos estudios sugieren que este compromiso táctil mejora la conexión emocional con la música, proporcionando una experiencia más significativa. Esto es algo que hace tiempo que quienes preferimos el formato físico venimos reivindicando; parece ser que los locos del vinilo no estamos tan locos, después de todo.

Por último, el mercado del coleccionismo también ha impulsado la revalorización del formato. Ejemplares raros, como el cassette de Geidi Primes de Grimes —la ex de Elon Musk— han alcanzado precios desorbitados. Más de 63.000 euros en Discogs —el mercado de música más grande de Internet— según diversas fuentes.

Es un caso similar a lo que sucede con los vinilos: hay ediciones limitadas, algunas de ellas numeradas o con diseños exclusivos, que se han convertido en objetos coidiciados tanto por coleccionistas veteranos, como por fans que se sienten atraídos por lo retro.

El cassette no lo tiene fácil para volver al mainstream

Cassettes de gansta rap de los años 90Unsplash

A pesar del crecimiento, al cassette le quedan por delante una serie importante de desafíos que superar; desafíos que limitarán su expansión más allá de un nicho específico con toda probabilidad.

Empecemos por el más obvio: una calidad sonora limitada. El vinilo, considerado el formato rey por los audiófilos, tiene un rango dinámico —la diferencia entre el punto de volumen más alto y el más bajo de una señal— es mucho mayor que en el caso de una cinta —90 dB en el caso del vinilo, entre 50 y 60 dB en el de cassette—.

Las cintas también se deterioran mucho más fácilmente con el uso. El cassette no puede competir con los formatos digitales actuales. Hay tecnologías como Dolby HX Pro que mejoran la fidelidad en las cintas, pero esas mejoras son insuficientes para los estándares contemporáneos.

Ahora mismo también hay problemas en la cadena de producción. Cuando las cintas magnéticas "murieron" en la segunda década del siglo XXI quedaron sólo 12 fábricas a nivel mundial. Esta capacidad limitada provocó que en 2024 hubiera más demanda que oferta, causando retrasos en lanzamientos y frustrando a algunos sellos discográficos.

Un peregrinaje eterno entre la moda y la consolidación

Entonces, el renacimiento del cassette, ¿es moda o ha vuelto para quedarse? Pues, analizándolo fríamente, un poco de cada cosa. Por un lado, hay indicadores económicos que hablan de consolidación. Empresas como National Audio Company en Estados Unidos y Mulann en Francia están modernizando su maquinaria para aumentar su producción.

La innovación tecnológica también juega a favor de las cintas. El antiguo Walkman ha vuelto, resucitado por el fabricante chino FiiO y en la forma del reproductor CP13. Ya no funciona con pilas, sino con una batería que se carga a través de USB-C. Es un clásico moderno a estas alturas y se ha ganado el favor de crítica y público —y mentiría si dijese que al verlo no pensé en comprarlo poseído por la nostalgia—.

Ya hemos comentado antes que grandes artistas están editando parte de su catálogo en el formato, además de las reediciones de clásicos que hemos comentado antes. El cassette interesa, aunque quienes lo vivimos en su época no acabemos de comprenderlo.

Sin embargo, también existen factores de riesgo. La saturación del mercado es uno de ellos: el 40% de los cassettes vendidos en 2024 eran reediciones, no nuevos trabajos. Y peor aún: el 78% de los compradores jóvenes adquieren este formato como objeto de exposición, sin llegar a escucharlo.

No es más que comprar algo para enseñarlo en Instagram, no se le concede su valor a la cinta. Nunca fue muy grande, pero este tipo de compras inflan los precios y perjudican a quienes sí respetan el formato. Que nos pregunten a los compradores de vinilo qué ha pasado con los precios gracias a las compras por postureo: es el mismo escenario.

Un futuro estable dentro del nicho

Saldo de cassettes en una tiendaUnsplash

El cassette no recuperará jamás su dominio histórico, pero ha encontrado un espacio propio en el ecosistema musical contemporáneo. En España, su futuro dependerá de tres factores fundamentales:

  1. El apoyo de la industria local: La publicación de más lanzamientos originales, no solo reediciones, por parte de sellos españoles.

  2. La educación cultural: La proliferación de talleres de grabación casera y preservación de cintas, conectando con nuevas generaciones.

  3. La sinergia con otros formatos físicos: Especialmente con el vinilo, aprovechando la nostalgia por los soportes tangibles mediante ediciones especiales combinadas.

El análisis de las tendencias actuales sugiere que el cassette se está consolidando como un formato de nicho que complementa la experiencia digital con una dimensión física y tangible, respondiendo a un deseo de conexión más directa con la música.

Las proyecciones para 2025 estiman un crecimiento global de ventas del 12%, colocando al cassette como una opción viable para artistas emergentes, coleccionistas y nostálgicos digitales. En un mundo donde la música se ha convertido en un producto casi invisible, el cassette ofrece una materialidad imperfecta pero profundamente humana, un antídoto contra la frialdad algorítmica del streaming.

Quizás ahí resida la verdadera razón de su persistencia: en la paradoja de que un formato técnicamente obsoleto pueda ofrecer una experiencia emocionalmente más rica que los avances digitales más sofisticados.