Streaming vs formato físico
Cómo el streaming mató y resucitó al formato físico: por qué ser propietario de tu música todavía importa
En la era digital, el streaming domina el 89% del consumo musical español, pero el vinilo resurge como símbolo de una experiencia auténtica que trasciende la mera conveniencia
Las plataformas de streaming musical han democratizado la forma en la que consumimos música. Esa es, al menos, la intención con la que nacieron: poner al alcance de la mano las obras y álbumes de todos los grandes (y pequeños) artistas de todo el mundo. A cambio de muy poco, cualquiera puede llevar todos sus discos favoritos en el bolsillo.
El streaming domina el mercado español con más del 89% del consumo musical. En todo este tiempo, incluso después del auge y caída de las descargas P2P y de la locura por el MP3, el formato físico ha experimentado un fascinante viaje de muerte y renacimiento que se ha traducido en el resurgir del vinilo como formato rey.
Esta historia de muerte y resurrección, de la que vamos a dar buena cuenta en este artículo, nos muestra que, a pesar de la comodidad que nos da el streaming, poseer una obra musical sigue siendo algo valioso. Ya hemos dicho en otras ocasiones que la música tiene un valor intrínseco más allá del económico, y hay todavía un grupo de irreductibles que somos conscientes de ello.
Del vinilo al streaming: la evolución del consumo musical
Durante décadas la forma de disfrutar de música estuvo ligada a formatos físicos. Primero llegó el vinilo, que reinó de los años 50 a los 80 ininterrumpidamente. Fue el vehículo prinicpal para la distribución de música popular, hasta que en los 90 llegó el CD. El disco compacto prometía mejor calidad y durabilidad. Años más tarde supimos que el CD rot era real y podía aparecer después de "sólo" 25 años, pero durante un tiempo se publicitó como un formato que se diferenciaba del vinilo por ser casi indestructible, aunque no fuera cierto.
El CD alcanzó su pico de popularidad alrededor de 2000, cuando sólo en EE. UU. se vendieron 943 millones de unidades, pero en esta década comenzaría el declive. En 1999 apareció Napster como una seta, permitiendo que millones de usuarios en todo el mundo pudiesen compartir canciones, por las que no tenían que pagar un céntimo. Esto supuso en 2000 un mediático jucio contra el grupo Metallica, que la banda acabó ganando.
Napster fue sólo la punta de lanza. Una miríada de programas P2P (KaZaa, Limewire, iMesh y muchísimos más) aparecieron prometiendo llenar el espacio de Napster. Incluso existió Audiogalaxy, que adía de hoy sigue siendo recordado con mucho cariño por un buen número de usuarios que ya tiene una cierta edad (entre los que me cuento, aunque nunca llegué a usar esta plataforma).
Y, sin embargo, aunque la industria quedó tocada, lo que terminó de transformar el panorama fue el streaming. Basta echar un vistazo a las cifras de 2024 en España para darse cuenta: se generaron 568.8 millones de euros en ingresos, con el mercado digital (ventas digitales y streaming) aportando 454,4 millones. El dato es aún más impresionante cuando, de esta última cifra, tenemos en cuenta que el 99% corresponde a servicios como Spotify: 450,1 millones de euros en ingresos.
La adopción masiva de estas plataformas es innegable. Más de 20 millones de españoles utilizaron servicios de streaming de audio de 2024 y, de ellos, unos siete millones lo hicieron a través de una suscripción premium. Las suscripciones de pago, por cierto, aumentaron un 14% respecto a 2023 según Heraldo de Aragón.
Cómo el streaming "mató" al formato físico
Como ya hemos establecido, el acceso instantáneo a millones de canciones a un precio asequible y sin necesidad de tener espacio físico de almacenamiento resultó ser una bendición para muchos consumidores. Sin embargo, la "muerte" del formato físico no fue instantánea: fue una desaparición progresiva provocada como resultado de una tormenta perfecta tecnológica, cultural y económica.
España refleja tendencias específicas. El colapso global de ventas de CD y vinilos (con una reducción del 97% de unidades vendidas entre 2000 y 2021) aquí obedece a cinco factores interconectados que redefinieron cómo nos relacionamos con la música.
En primer lugar, ya hemos hablado de ello, aparecieron las redes P2P para compartir MP3 con Napster a la cabeza. La plataforma alcanzó los 26,4 millones de usuarios en 2001, con una industria musical que reaccionó tarde. A pesar de la demanda de Metallica y de otros actores interesados, el daño ya estaba hecho: los consumidores habían descubierto el "todo gratis", iniciando una enorme crisis que nunca se ha superado del todo.
La respuesta legal llegó con iTunes en 2003, que por un precio de 0,99 dólares por canción intentaron devolverle a la industria parte del terreno perdido. Gracias a este modelo se fragmentó y se eliminó el concepto del álbum. Entre 2000 y 2010 la venta de canciones sencillas creció un 1000 %, mientras que los álbumes completos caían un 53%. El iPod, que en 2004 tenía capacidad para 1.000 canciones, volvió obsoletos a los CDs.
Este modelo estuvo vigente hasta el lanzamiento de Spotify en 2008. Cuando la plataforma sueca vio la luz, supo capitalizar la demanda de acceso ilimitado a todo un enorme catálogo de canciones. Para 2015, el streaming musical ya generaba 6.450 millones a nivel global, superando por primera vez a los formatos físicos tal y como documentaron entonces en El Español.
Con la aparición de Spotify y su pico de 2015 se pusieron sobre la mesa cuatro ventajas clave:
9,99 € al mes ofrecían acceso a 100 millones de canciones, frente a los entre 15 y 20 € que constaba por entonces un CD.
Las playlists volvieron obsoletas a los álbumes. Se redujo la necesidad de comprarlos: las canciones favoritas del usuario, en un sólo sitio e incluso separadas por género.
Música disponible en todas partes: smartphones, altavoces inteligentes y wearables.
Catálogos actualizados constantemente. Los artitstas podían subir nuevos singles, sin esperar a tener discos completos.
El impacto fue devastador. Las ventas físicas cayeron un 67% a nivel global entre 2000 y 2015, con los CDs como los principales damnificados. Se pasó de vender 945 millones de discos compactos en EE.UU. a apenas 31,6 millones entre 2000 y 2021.
Los años de pandemia (de 2020 a 2024) fueron la puntilla definitiva: se cerraron muchas tiendas de discos a nivel mundial, se cancelaron todos los conciertos (lo que perjudicó mucho a los artistas independientes y a su principal canal de ventas, más incluso que las malas prácitcas de ciertas plataformas) y gracias a plataformas como TikTok aumentó el ruido social, haciendo de la música algo más efímero y desechable, desgraciadamente.
El resurgimiento del formato físico: el regreso del vinilo
Mientras el CD caía en picado, el vinilo empezaba a renacer como un fénix. Desde 2007 aproximadamente se ha vivido un renovado interés por este formato. En nuestro país ya supone el 62,8% de las ventas físicas, aportando 33,8 millones de euros en 2024 (a pesar de sus elevados precios).
Sin embargo, en nuestro país el CD no se queda atrás (en parte gracias a lo caro que está el formato rey), aportando el 56,2% de las ventas físicas, con unos ingresos de 14,4 millones de euros. Pero, a pesar de este dato, ¿cómo es que el vinilo ha revivido? Hay varios motivos que lo explican.
El primero de ellos es que muchos aficionados y audiófilos consideran que el vinilo ofrece un sonido más "auténtico". A diferencia de los archivos digiales comprimidos, el vinilo ofrece una experiencia sonora más rica, capturando matices que a menudo se pierden en los formatos digitales. En cualquier caso, hoy en día muchos discos se graban en digital y los vinilos no dejan de ser imágenes de CD prensadas en un soporte distinto.
Supuestamente hay masterización dedicada a vinilo, pero cuando el soporte en el que se hace y del que proviene la mezcla es digital… hay algo que se pierde en la traducción. En algunas pruebas que he hecho apenas hay diferencia entre la masterización para CDs y vinilos de un mismo tema actual. No quiero pincharle la burbuja a nadie, pero la observación científica es lo que dice.
Por otro lado, escuchar un vinilo es más que pulsar un botón. El vinilo implica un ritual: sacar el disco de su carpeta, de su funda (se añade un paso extra en mi caso, que además tengo que sacar las carpetas de una funda protectora de plástico), colocarlo en el tocadiscos, bajar la aguja, escuchar ese crujido característico y… escuchar música en cadena y dejarse llevar. Es una experiencia física que crea una conexión especial con una obra: la valoramos más, la escuchamos más atentamente. El streaming no puede replicar eso.
¿Por qué la valoramos más? Porque es un evento social y cultural en sí mismo. Muchos de mis mejores recuerdos están ligados a la compra de discos en una tienda: recordamos dónde, cuándo y con quién estábamos cuando compramos los discos. Recordamos hasta qué sentimos la primera vez que escuchamos.. La música, como he dicho en otros artículos, tiene un valor intrínseco que va mucho más allá de lo monetario.
Por si fuera poco, los vinilos son un objeto de coleccionista ideal. Las carpetas de los vinilos son verdaderas obras de arte: el formato de mayor tamaño permite recrearse en cada detalle del diseño (estoy pensando en algunas portadas de artistas como Eliran Kantor o Michael Whelan), de las fotografías y leer con atención toda la información adicional sin forzar la vista.
Para muchos oyentes, coleccionar vinilos es una afición que va más allá de la música. Es una forma de poseer un trozo de historia musical. Las ediciones limitadas o las first press (primeras ediciones) pueden aumentar su valor con el tiempo, convirtiéndose en joyas para coleccionistas con el bolsillo lo bastante grande.
Por ejemplo, una copia del For Those About to Rock de los australianos AC/DC con los colores de portada invertidos (negro y dorado en lugar de dorado y negro), que fue un error de fábrica, puede alcanzar varios miles de euros si está en el estado adecuado. Una primera edición de 1991 del Black Album de Metallica, siguiendo con el ejemplo, no baja de los 175 euros si está en buen estado. ¿Que por qué lo sé? Porque hace tiempo que quiero una y lo voy mirando a menudo. Para estos menesteres Discogs es tu amigo (y tu golpe de realidad).
Pero no significa tener un tesoro el tener un vinilo antiguo. Se pueden (o mejor dicho, se podían) encontrar algunos clásicos de la música de este y otros países a un precio mucho más reducido. Tengo tres ediciones originales de Luis Eduardo Aute de la trilogía Templo, Segundos Fuera y Uffff! que costaban cuatro duros cuando las compré hace un par de años.
Depende del estado del disco, de lo clásico que sea, de su importancia dentro del mainstream y de lo raro que sea en el panorama actual el determinar su precio. Una vez más: no es oro todo lo que reluce. Y sin embargo, hay un punto que conviene aclarar.
¿Por qué ser propietario de tu música todavía importa?
En plena era del streaming y del acceso ilimitado, ¿tiene sentido poseer físicamente una, varias, muchas obras musicales? La respuesta es un "sí" rotundo. Y lo es por varias raciones importantes.
En primer lugar por el control real sobre tu biblioteca musical. Cuando eres el propietario de un disco, es tuyo para siempre. Si Spotify decide retirarlo de su catálogo (o por si no ha decidido incorporarlo aún, que me ha pasado unas cuantas veces), o cancelas tus suscripción, tú ya lo tienes para siempre en tu colección.
En segundo lugar, porque apoyas directamente a los artistas. Las regalías que reciben por las reproducciones en plataformas de streaming son bastante bajas. Si compras un disco en físico se llevan bastante más, lo que supone una forma más directa y mejor de ayudar a que sigan creando.
Hay quienes incluso compran vinilos como objeto decorativo y cultural. En medios como Keep Them Spinning apuntan a que los discos en una estantería o en cajas ayudan a darle a un hogar un toque único y que "denota personalidad". Son objetos que tienen un valor estético propio.
En tercer lugar porque, como decíamos más arriba, los discos físicos son la experiencia de escucha más completa: sonido, arte visual, las notas del álbum y todo lo que conlleva el ritual. Porque sí, no puedo insistir bastante en esto: escuchar discos en físico es un ritual en sí mismo.
Por último, porque al ser propietario de un disco se protege la propiedad creativa. Para los creadores de música, registrar y poseer sus obras protecciona protección legal, oportunidades de generar ingresos, facilita colaboraciones y aumenta su credibilidad profesional.
Hacia dónde nos dirigimos: coexistencia de lo digital y lo físico
El futuro no decanta la balanza hacia ningún dado. El mercado musical ha crecido un 9,42% en 2024, volviendo a niveles de 2004 y aún por debajo del pico histórico de 2001. Esto se debe a las cifras combinadas de las ventas de discos físicos y reproducciones en streaming que mencionábamos más arriba.
Hablando del streaming, este seguirá dominando en términos de volumen y conveniencia. Los formatos físicos, por suerte o por desgracia, mantendrán su atractivo como objetos de valor cultural, emocional y potencialmente económico. Pero seguirán siendo para un público de nicho.
Para los artistas esta dualidad ofrece múltiples vías de ingreso, si bien una de ellas no es tan conveniente. Para los oyentes representa la libertad de elegir entre la conveniencia ilimitada del streaming, o la experiencia profunda y tangible de escuchar y poseer música en un vinilo, un CD o incluso una casette (que también están volviendo).
Es interesante señalar que mientras a nivel global la venta de vinilos crecía un 4,6%, en España caía un 3,8% en 2024. Esto, sin embargo, no ha permitido que el vinilo siga siendo el formato físico dominante en nuestro país. El acetato de polivinilo es un poco como la radio: todo el mundo se empeña en matarlo, pero nunca muere.
Lo que el streaming no puede darte
El streaming no máto realmente al formato físico. Si hizo algo, más bien, fue redefinir su propósito y valor. El CD, diseñado para ser práctico, ha sido reemplazado por plataformas digitales que ofrecen la misma conveniencia de forma más eficiente.
Por otro lado el vinilo, con sus cualidades únicas sensoriales y artísticas, ha encontrado un nuevo propósito en la era digital. Ya no es sólo una forma de escuchar música, sino una manera de experimentarla de una forma mucho más profunda y conectar con ella a un nivel diferente.
En un mundo cada vez más virtual, poseer algo tangible relacionado con uno de los hobbies más hermosos del mundo adquiere un significado especial. El streaming ha cambiado cómo consumimos música, haciéndola más accesible que nunca. Pero, a pesar de sus sombras (que no son pocas), también ha ayudado indirectamente a resucitar el valor de poseerla físicamente.
La música es más que datos digitales: es una experiencia completa que, para muchos entre los que me incluyo, merece ser valorada, coleccionada, poseída y disfrutada en su forma física. El streaming puede habernos dado conveniencia, pero el formato físico nos da algo que vale más aún: una conexión tangible con el arte que amamos.