Señales
Inquietud y preocupación por las raras señales recibidas en la Antártida: "No tenemos una explicación"
Lo encontrado en la Antártida desafía a todas luces lo que se sabía sobre leyes fundamentales de la física, algo muy interesante que pone de relieve que todavía no conocemos del todo bien a nuestro planeta ni las leyes que lo rigen
La Antártida siempre ha sido un territorio para despertar el lado misterioso del ser humano, sobre todo porque no es un lugar apto para la vida. Desde las extrañas formaciones de hielo hasta los lagos subglaciales que desafían la lógica, el continente helado parece empeñado en recordarnos que aún no entendemos completamente nuestro planeta. Pero lo que acaban de detectar allí trasciende la geología y entra en el terreno de la física fundamental.
Cuando instalas detectores de partículas cósmicas en el lugar más remoto de la Tierra, esperas encontrar cosas raras. Es parte del trabajo. Lo que no esperas es que tus instrumentos capten señales que contradigan las leyes conocidas de la física, especialmente cuando esas señales parecen venir de donde no deberían venir: desde abajo.
Y eso es exactamente lo que le ha ocurrido a un equipo de investigadores de la Universidad de Pennsylvania. Sus detectores, suspendidos de globos sobre el hielo antártico, han registrado algo tan anómalo que los científicos han tenido que admitir públicamente que no tienen ni idea de qué están viendo.
Señales imposibles desde los confines del mundo
El equipo del proyecto ANITA (Antarctic Impulsive Transient Antenna), tal y como recoge Futurism, estaba realizando su trabajo habitual de cazar neutrinos, esas partículas fantasmales que atraviesan la materia como si no existiera, cuando sus instrumentos comenzaron a registrar señales de radio completamente anómalas. Lo desconcertante no era solo la naturaleza de las señales, sino su origen: parecían venir desde debajo del horizonte, emergiendo del hielo antártico en ángulos imposibles.
El hallazgo, detallado en un nuevo artículo publicado en Physical Review Letters, ha dejado a los investigadores en una situación incómoda, pero tan interesante como solo lo podría ser la física. Después de meses de análisis y comparaciones con otros detectores de neutrinos, han llegado a una conclusión desconcertante: estas señales definitivamente no son neutrinos, pero tampoco saben qué son.
“Todavía no tenemos realmente una explicación para estas anomalías”, admite Stephanie Wissel con una franqueza poco común en publicaciones científicas. La confesión es significativa viniendo de un equipo que maneja algunos de los instrumentos más sofisticados del planeta para la detección de partículas cósmicas.
El contexto hace el misterio aún más ignoto y genera más necesidad de descubrir qué hay detrás. Los neutrinos son increíblemente abundantes en el universo –mil millones atraviesan tu pulgar en este mismo instante– pero son notoriamente difíciles de detectar porque casi nunca interactúan con la materia ordinaria. Por eso el equipo ANITA los busca en la Antártida: el hielo limpio y la ausencia de interferencias hacen del continente helado el laboratorio perfecto.
“Es un arma de doble filo”, explica Wissel. “Si detectamos un neutrino, significa que ha viajado todo ese camino sin interactuar con nada más. Podríamos estar detectando un neutrino del borde del universo observable”. Pero estas señales anómalas no encajan en ese perfil. Son otra cosa completamente diferente.
La profesora ha teorizado sobre posibles explicaciones, sugiriendo que podría tratarse de “algún efecto interesante de propagación de radio que ocurre cerca del hielo y también cerca del horizonte que no comprendo completamente”. Pero incluso después de explorar varias hipótesis, ninguna ha resultado satisfactoria. “Así que, ahora mismo, es uno de esos misterios de larga duración”, admite.
Lo que hace este descubrimiento particularmente intrigante es que ANITA lleva casi 20 años operando sobre la Antártida. No es tecnología nueva o experimental; es un sistema probado y confiable que de repente está detectando algo que no debería existir según nuestros modelos actuales. Es como si después de dos décadas mirando el mismo paisaje, de repente apareciese una montaña que nadie había visto antes.
La respuesta de la comunidad científica ha sido típicamente pragmática: construir instrumentos mejores. NASA, Penn State y otras instituciones están desarrollando PUEO (Payload for Ultrahigh Energy Observations), un detector más grande y sensible que podría finalmente resolver el misterio o, al menos, proporcionar más datos sobre estas señales anómalas.
“Estoy emocionada de que cuando volemos PUEO, tendremos mejor sensibilidad”, dice Wissel. “En principio, deberíamos detectar más anomalías, y tal vez finalmente entendamos qué son”. Pero también añade algo revelador: “También podríamos detectar neutrinos reales, lo cual en cierto modo sería mucho más emocionante”.
Es una admisión curiosa que revela la naturaleza paradójica del descubrimiento. Por un lado, tienen un misterio genuino que desafía la física conocida. Por otro, parte de ellos espera que todo tenga una explicación mundana, porque la alternativa –que hayan descubierto algo fundamentalmente nuevo sobre el universo– es tan emocionante como aterradora.
Mientras tanto, las señales siguen llegando desde el hielo antártico, desafiando silenciosamente todo lo que creíamos saber sobre cómo funcionan las partículas y las ondas de radio. Y en algún lugar entre los datos y las ecuaciones, puede que se esconda una revolución en nuestra comprensión de la física. O tal vez solo sea el hielo jugándonos una broma cósmica. Por ahora, simplemente no lo sabemos.