Inteligencia artificial

Sam Altman, CEO de OpenAI, tiene un nuevo enemigo: la comunidad académica duda del poder de la inteligencia artificial

Los trabajos entregados en el marco de un máster en Bellas Artes y Escritura Creativa de la Universidad de Rutgers-Camden fueron el detonante del enfrentamiento

Sam Altman, director ejecutivo de la compañía OpenAI
Sam Altman, director ejecutivo de la compañía OpenAIJoel Saget/Getty Images

El avance y la evolución de la inteligencia artificial parecen imparables y cuesta encontrar un límite al desarrollo de sus capacidades. Sus aplicaciones en el día a día cada vez se encuentran más presentes en los asistentes con los que contamos y la frecuencia con que se recurre a ellos reafirma que su trabajo cumple con los mínimos que podemos necesitar de ellos.

Sin embargo, existen voces en diversos ámbitos que dudan del papel que la inteligencia artificial pueda jugar o de la exactitud con la que pueda recoger lo más cercano a los sentimientos. Entre esas voces críticas se encuentra Tom McAllister, profesor asistente en el máster en Bellas Artes y Escritura Creativa de la Universidad de Rutgers-Camden y que ha plasmado en un artículo publicado por el New York Times una postura diametralmente opuesta a Sam Altman y a los logros que cree haber alcanzado con la última versión de OpenAI.

La incapacidad de la IA para sentir

El origen del conflicto lo tenemos en las manifestaciones del propio Altman al presentar este mismo mes una nueva versión en fase de entrenamiento que por su valoración "es buena en escritura creativa". Algo con lo que el profesor McAllister está en completo desacuerdo a tenor de lo que ha podido ver entre sus propios alumnos.

McAllister encargó a los estudiantes del máster que imparte entregar un texto similar a unas memorias, en el que cada uno mostrase una faceta o un momento de su vida sobre el que girase todo. Como resultado obtuvo textos planos, carentes de sensibilidad y en los que la emoción y la memoria se habían ausentado para dejar su lugar a fórmulas más propias de un ente impersonal al que curiosamente una parte importante de la población teme.

Con ello llegó la necesidad de McAllister de rebelarse y de tratar de enfrentar con Sam Altman a través de ese altavoz del New York Times su idea ante lo que la IA puede quitarle a los alumnos: "habiendo escrito dos memorias, conozco los desafíos y placeres de este trabajo, y quiero que mis estudiantes experimenten esos desafíos también. Escribir una memoria no se trata solo de decir: 'Mírenme', sino de conocerse a uno mismo y definirse, en parte revisitando experiencias difíciles, analizándolas desde todos los ángulos y complicándolas en la narración. Este proceso es —y no lo digo a la ligera— un acto que hace que el autor esté más plenamente vivo. Delegar esta tarea, de todas las tareas, a una máquina es profundamente desalentador", concluía.

La crítica del profesor McAllister va más allá y llega a todo lo que engloba la era actual, donde la inmediatez deja a un lado la profundidad y que se traduce a la hora de ponerse ante un folio en blanco: “el acto mismo de escribir puede ser un acto de autopreservación, incluso de desafío. Esa chispa de rebelión es nuestra mayor fortaleza, y no se encuentra en ningún otro lugar más que dentro de nosotros mismos”.