
Artistas fantasma e IA Spotify
Spotify llena tus listas de artistas anónimos: ¿quiénes están detrás de la música que escuchas?
Spotify genera millones con "artistas fantasma" invisibles: nombres falsos, música genérica y contratos abusivos que desplazan a músicos reales mientras tú ni te enteras. La estafa perfecta

Spotify lleva años tomando decisiones cuestionables. No es algo que me esté inventando yo, tengo motivos sobrados para creerlo en base a mi experiencia como técnico de sonido con su propio estudio de grabación. No soy un insider de la industria, pero trabajo con muchos artistas independientes al cabo de un año como para poder sacar conclusiones informadas. También me dedico a observar el movimiento de estas plataformas, porque suelen dar una buena lectura de cómo se mueve la parte más centrada en el negocio. Y las señales que llegan no son buenas.
Plataformas como Spotify y otras alternativas como Tidal o Qobuz no han hecho sino alterar profundamente la forma en la que consumimos música. Ahora bien, el culto al algoritmo, especialmente en el servicio comandado por Daniel Ek, ha hecho que tras las playlists curadas exista un fenómeno perturbador: la proliferación de artistas fantasma.
Estos perfiles no tienen rostro, no tienen biografía, pero acumulan miles de millones de reproducciones en listas de música ambiental, lo-fi o instrumental, desplazando a artistas reales y cuestionando la (nula) transparencia de la industria del streaming. Y todo esto pone de manifiesto que el panorama propiciado por Spotify es muy desolador.
El enigma de los compositores invisibles

Retrocedamos a marzo del año pasado. Un artista conocido como Johan Röhr pasó a ser, de largo, el artista más escuchado de Suecia con más de 15.000 millones de reproducciones. Sin embargo, ni sus seguidores ni la prensa podrían reconocerlo. Röhr opera bajo más de 650 alias, entre los que se incluyen nombres como el de Maya Åström o Minik Knudsen.
Lo más triste es que el caso de Johan Röhr no es único. Dagens Nyheter, el diario sueco de mayor circulación y prestigio, llevó a cabo investigaciones que revelaron que 91 compositores suecos están detrás de miles de artistas ficticios en Spotify, muchos de los cuales ni siquiera tienen foto de perfil, biografía, ni nada que se le parezca.
Estos artistas fantasma comparten una serie de características comunes que detallan medios como Business Insider España. La primera es que tienen nombres tremendamente anodinos; equivalentes de Juan García, pero en inglés o en cualquier otro idioma. Todos ellos suben canciones cortas, con duraciones que van de los 30 segundos al minuto. Estas extensiones no son casuales: están pensadas para maximizar reproducciones. ¿Cómo? Al tener una duración tan corta y formar parte de playlists no excesivamente largas, es muy fácil volver a caer en ellas gracias al modo aleatorio y hacer que suenen muchas, muchísimas veces.
Las biografías que suelen acompañar a los artistas en la aplicación, en este caso, también son falsas. Se les dan, aparte de un nombre, estudios en conservatorios que nunca cursaron. Incluso se dice que trabajan con sellos discográficos que resultan ser totalmente ficticios. El símil más cercano sería al de inventarse un personaje para un juego de rol, o para una película: se les construye una vida, se les da un trasfondo, se les da una identidad... y es todo fantasía.
Todo esto obedece a un motivo muy sencillo, que se corresponde con un programa interno de la empresa sueca pensado para maximizar beneficios para la plataforma y para sus socios, evidenciando una vez más el mal trato que Spotify dispensa a los creadores reales de música: para Spotify el contenido creado por artistas reales no es rentable, así que no los apartan directamente... pero tampoco se esfuerzan por promocionarlos.
Perfect Fit Content, la máquina de música desechable
Este es el motivo por el que existen estos artistas fantasma. Perfect Fit Content es el corazón del sistema que alimenta las arcas de Spotify, lanzado en 2017 y años más tarde expuesto en Harper's Bazaar por la periodista Liz Pelly. El objetivo de este programa permite a Spotify ahorrarse los costes relacionados con regalías. Dicho de otra manera: al priorizar la música creada por artistas fantasma y desplazar la de los compositores reales, la plataforma no tiene que hacer ningún desembolso en concepto de derechos de autor.
Para ello se alía con productoras especializadas en este tipo de contenidos (porque, reconozcámoslo, esto no es música: es contenido, ruido de fondo). Dos de los nombres más conocidos en este mundillo son Epidemic Sound y Firefly Entertainment, a quienes Spotify contrata para generar música instrumental genérica. Después, estas "canciones" se insertan en playlist oficiales, curadas por la plataforma. Normalmente con nombres como Deep Focus o Sleep.
Y aquí es donde viene el giro: los artistas fantasma reciben pagos únicos por canción y renuncian a sus derechos de autor. A cada uno de estos compositores se les paga aproximadamente 300 dólares por tema y, al hacerlo de esta manera, la plataforma reduce costes. Estos temas tan cortos, que consiguen miles de millones de reproducciones, generarían entre 0,003 y 0,005 euros por cada vez que alguien los escucha. Por ejemplo: si el antes mencionado Johan Röhr consigue 15.000 millones de reproducciones, basta con hacer un cálculo sencillo para darse cuenta de que a Spotify no le saldría rentable pagarle sus regalías. Está todo calculado para minimizar el gasto y maximizar el beneficio.
Uno de estos compositores fantasma, que prefirió permanecer en el anonimato cuando se le cuestionó por este tema en la prensa internacional, dijo que le pagaron "200 dólares por pista", pero que cuando sus canciones "superaron los millones de reproducciones", no vio "ni un céntimo más. Spotify y las productoras se quedaron con todo".
La música como ruido de fondo: hacia una industria sin artistas reconocibles

A pesar de que Spotify niega categóricamente crear música (igual que negaban categóricamente que iban a eliminar los pagos de regalías a artistas pequeños o sin suficiente masa crítica de seguidores cuando saltaron los rumores), la realidad es muy distinta: manipulan los algoritmos para favorecer dos tipos de canciones. Por un lado, las que están creadas por artistas fantasmas. Por el otro lado, algo mucho peor: música generada por IA.
En cuanto a los artistas fantasma que forman parte de Perfect Fit Content, Spotify justifica este programa argumentando que ofrece "música para cada momento" pero, como ya establecimos un poco más arriba, en realidad se prioriza el beneficio sobre la diversidad artística. Esto tiene las siguientes consecuencias inmediatas:
Una erosión constante de la autoría. Según el medio SoundGuys, el 40% de las canciones en playlists del género ambient en Spotify son de artistas fantasma.
Los músicos pierden ingresos. Un tema viral en Perfect Fit Content supone 45.000 dólares en ingresos netos para Spotify, pero una cantidad mucho menor para el compositor.
Se incurre en un riesgo para la creatividad. De acuerdo con la antes mencionada Liz Pelly y según esta escribe en su libro Mood Machine, "el algoritmo premia la uniformidad, no la innovación". Dicho de otra manera: los compositores fantasma intentan sonar todos iguales, porque es lo que Perfect Fit Content quiere. Ninguno intenta mostrar su personalidad.
Los contratos que se hacen a estos artistas son predatorios. Productoras como la antes citada Epidemic Sound obligan a los músicos fantasma a firmar cláusulas de exclusividad perpetua.
En lo que respecta a la música generada por IA, medios como Digger señalan que al menos el 12% de las canciones en listas de reproducción de jazz lo-fi están generadas por modelos de inteligencia artificial. En muchas ocasiones, personas que no tienen nada que ver con la industria las suben a la plataforma como una forma de obtener ingresos pasivos. Y lo más preocupante: YouTube está lleno de tutoriales que enseñan cómo hacerlo. Como señala un exempleado de Spotify, "sabíamos que era injusto, pero las métricas exigían rentabilidad, no ética".
¿Y qué consecuencias tiene esto para los artistas tradicionales?
La proliferación de este tipo de productos está reconfigurando la industria musical en tres frentes clave: económico, algorítmico y cultural. El primero ya lo hemos descrito: el drenaje de regalías; un desvío masivo de ingresos a los bolsillos de la plataforma y las productoras que supone que los músicos tradicionales no pueden competir con todo un ejército de creadores invisibles, cuyo funcionamiento ya quedó establecido antes. Creadores invisibles que saturan las playlists curadas por la plataforma, nada menos.
En lo que respecta al frente algorítmico, por culpa de Perfect Fit Content y su impulso de música genérica y artificial se priorizan estos temas cortos que mencionábamos al principio. Los algoritmos valoran la retención de audiencia, no la calidad. Esto genera un efecto secundario en forma de erosión de la diversidad que antes tocamos por encima:
Las playlists son productos. Se vende al usuario un tipo de música muy concreto, que suena muy parecido y con una duración muy similar, porque es lo que el algoritmo detecta que retiene mejor a la audiencia. En el panorama actual, el lapso de atención de la persona media es muy corto. Por tanto, lo que se ofrece desde aquí es una especie de "TikTok musical": las canciones no tienen desarrollo, sólo una parte memorable que haga que el usuario quiera volver a ella.
Los autores se diluyen. Debido a que los músicos fantasma sólo cobran una vez por sus pistas, en algunos casos se ha detectado la misma pista firmada por 49 nombres distintos tal y como se puede leer en La Tercera. ¿El objetivo? Maximizar los ingresos por parte de quien compuso la música inicialmente.
Y en lo que respecta al frente cultural, hay una profunda erosión de los pilares de la música tradicional. Músicos muy conocidos como David Guetta o Drake han construido sus carreras usando, precisamente, a músicos fantasma para producir su música (Joachim Garraud en el caso de Guetta) o para escribir sus letras (Quentin Miller en el de Drake). Y todo esto contribuye a un asunto muy preocupante: la devaluación sistemática y desvirtuación de la música. Al ser ruido de fondo intercambiable, olvidamos que tiene un valor intrínseco que va más allá de lo monetario.
Cuando se tienen todos estos factores en cuenta, se incurre en una serie de consecuencias no calculadas que en el artículo de La Tercera resumen muy bien: fugas de talento (compositores jóvenes que optan por el anonimato ante la imposibilidad de competir en igualdad de condiciones), pérdida de narrativa cultural (el fin de la música como espejo social y personal) y la creación de nuevos trabajadores precarizados (por culpa de los contratos predatorios de las productoras). La música lleva años siendo un sector precario para los artistas jóvenes que buscan establecerse, pero este tipo de acciones lo vuelven más insostenible todavía para los músicos.
En este panorama, la industria tradicional debería dar un golpe en la mesa y reivindicar la autoría como un valor irrenunciable. La música de las playlists de Spotify puede ser tratada como un contenido desechable, pero quienes realmente tienen el poder de inclinar la balanza deberían hacer todo lo posible por hacer que se respetara su valor. Quizá esta apreciación sea idealista, pero es que la industria musical sabe que el poder se reparte entre tres personas: los respectivos CEOs de Universal Music Group, Sony Music y Warner Music Group.
Cómo resistir al modelo Spotify y proteger la música real

Como he dicho antes, la música tiene un valor intrínseco. Es arte, no simple contenido diseñado para rellenar silencios o acompañar de fondo mientras hacemos otra cosa. Cada canción auténtica (más allá del género o de nuestros gustos personales) es el resultado de un proceso creativo donde alguien ha volcado emociones, vivencias y verdad. Detrás de una obra real hay siempre una persona que siente, que piensa y que decide cómo transformar ese sentimiento en sonido.
Por eso es importante recordar que los autores importan. No son solo nombres en una pantalla: son quienes dan sentido a la música, quienes le aportan alma. Frente a un panorama donde se prioriza lo desechable, lo anónimo y lo artificial, practicar la escucha consciente es un pequeño acto de resistencia. Significa prestar atención a quién está detrás de lo que escuchamos, buscar artistas reales, apoyar sus proyectos y valorar su trabajo más allá de las listas algorítmicas.
Alternativamente a esto, siempre se puede recurrir a plataformas alternativas como Tidal o Qobuz que, además de retribuir de manera más justa por reproducción a los artistas, no tienen playlists curadas que lleven al usuario al infierno algorítmico. De esta forma, no sólo reducimos el impacto de estas canciones artificiales: les quitamos poder. Y si no, siempre podemos recurrir a comprar discos en formato físico o en plataformas como Bandcamp. Incluso Qobuz ofrece un modelo de compra a través de su plataforma.
Una vez más, aunque suene reiterativo: el verdadero valor de la música va mucho más allá de lo monetario. Está en la conexión humana que establece, en la capacidad de reflejar lo que somos y sentimos. Y eso (por mucho que las plataformas lo intenten) no se puede sustituir con ruido de fondo ni con canciones fabricadas en serie.
✕
Accede a tu cuenta para comentar