
Confesiones
Montoya desnuda su deseo en directo: “Ni tetas, ni culo, ni ganas”
El concursante más imprevisible de “Supervivientes 2025” ha dejado boquiabiertos a sus compañeros con una serie de confesiones sexuales sin censura

Hay formas de sobresalir en un reality, y Montoya parece conocerlas todas. Pero si algo ha quedado claro esta semana en “Supervivientes 2025” es que, cuando se trata de hablar de sexo, vergüenza y corrección política no están en su mochila. Lo que empezó como una conversación informal derivó rápidamente en una especie de monólogo íntimo en el que el concursante repasó desde su crisis de libido actual hasta su precoz y extravagante debut sexual.
“Estoy fatal. No me sale nada, ni mirar tetas, ni culo. No me sale nada”, confesó ante las cámaras, con un tono tan desinhibido como desconcertante. Para Montoya, la falta de deseo no es solo una consecuencia del hambre o el aislamiento: es una ruina existencial. “Estamos probando cada cosa que me está dando asco, ya verás tú”, añadió, como si estuviera hablando más de su cuerpo que de su mente. Y quizá lo estaba haciendo.
Pero lo más comentado no fue esa falta de impulso, sino el torrente de anécdotas sexuales que compartió después, en una charla con Carmen Alcayde que parecía más una entrevista clínica que una conversación entre compañeros. “Fue con unas amigas de mi hermana. Me cogieron por banda, que eran mayores… Surgió con las dos, con una y con otra, pero no fue en la misma cama”, relató sobre su primera experiencia. La frase, dicha con naturalidad pasmosa, dejó a todos en silencio. Y no precisamente por pudor.
A sus treinta y tantos años, Montoya parece narrar su vida sexual como si contara una saga noventera. Y no se detuvo ahí: “Desde los doce años ya inauguro lo que son los cinco dedos. Y desde la inauguración ya no he parado”. Una confesión que mezcla humor, provocación y una crudeza que, según cómo se mire, es más performativa que erótica.
También tuvo espacio para el cine adulto, con un recuerdo que parece sacado de un guion de comedia absurda: “Eran los DVD que ponían en el disco X y yo creía que era Factor X o X Men. Una vez salió una enfermera muy peluda y no sé. Evidentemente fue un no parar”. El relato es tan visual, tan exagerado, tan Montoya, que uno ya no sabe si está delante de un concursante de telerrealidad o de un personaje literario en pleno colapso tropical.
En medio de todo, dejó caer otra confesión más mundana: “Los sujetadores se resisten a los hombres siempre. Igual que esos pantalones pitillo que se llevaban. Ocho horas y acabas con las piernas”. Con esa mezcla de torpeza y desparpajo, Montoya ha convertido su paso por “Supervivientes” en un desfile de revelaciones con un sello propio: el de no callarse nada, ni siquiera lo que no hace falta contar.
Y ahí está el punto: lo de Montoya no es una provocación estratégica ni una pose para la cámara. Es más bien un flujo de conciencia con acento del sur, sin guión y sin red. Y puede que en eso —en esa falta total de cálculo, en ese exhibicionismo sin necesidad de ganar simpatía— resida su peculiar magnetismo. Porque en una televisión saturada de concursantes midiendo cada palabra, Montoya no mide ni las ganas. Porque ahora mismo, ni eso tiene.
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