Contrastes
Entre la solidaridad y las sorpresas de Pocholo: la entrega más peculiar de "MasterChef"
La edición 13 del talent culinario pone a prueba a sus aspirantes con retos encadenados, una visita a Plasencia y una inesperada mochila llena de ingredientes imposibles
A estas alturas, “MasterChef” ha demostrado que no basta con saber cocinar. Hay que adaptarse, resistir, improvisar. El próximo lunes, el programa de RTVE vuelve a mezclar todos esos elementos en una entrega que alterna solidaridad, presión técnica y un punto de espectáculo que, por momentos, roza lo grotesco. El recorrido arranca con una prueba en plató que servirá de criba, se desplaza a Plasencia para cocinar con sentido social, y remata con una eliminación que, literalmente, sabe a todo.
En la primera fase, las cocinas se convierten en campo de batalla. El formato recupera su conocida mecánica de enfrentamientos por tandas, donde los aspirantes compiten en tres rondas sucesivas centradas en un mismo hilo conductor: la crepe. Salada, dulce y versión Suzette. Solo los dos más sólidos obtendrán el derecho a luchar por el pin de inmunidad, y no lo harán contra cualquiera, sino frente a Ángela Gimeno, ganadora de la edición anterior. La prueba final, como ya es costumbre, se decidirá mediante una cata a ciegas.
Por si la tensión no fuese suficiente, dos figuras del universo Celebrity harán acto de presencia: Toñi Moreno y Blanca Romero, con el rol de invitadas y el propósito de añadir algo de cercanía (y presión extra) a los primeros minutos del episodio. Pero el foco no tarda en moverse de plató a calle: el programa viaja a Plasencia, en plena Ruta de la Plata, para realizar un cocinado con fin solidario.
Ahí, en el corazón del Valle del Jerte, los equipos prepararán un menú para el Comedor Social de Cáritas. La encargada de guiarlos por la ciudad será Raquel Sánchez Silva, figura reconocida en la zona y rostro que aporta una conexión emocional al episodio. El gesto no es nuevo en la historia del programa, pero en cada edición recupera sentido: es una forma de que el espectáculo mire hacia fuera. Aunque solo sea por un día.
La última prueba da un giro abrupto. Bajo una Caja Misteriosa, los aspirantes con delantal negro encuentran 30 tipos de ajo distintos. Un producto humilde, esencial, y —según recordará el chef invitado Jesús Segura— clave en la sostenibilidad alimentaria. Pero esa base realista se rompe pronto con la entrada de Pocholo Martínez-Bordiú, semifinalista del Celebrity 9, que regresa con su particular mochila llena de provocaciones: cocodrilo, saltamontes, gusanos, canguro. Ingredientes que los aspirantes deberán incorporar sin perder el equilibrio del plato.
El resultado es un episodio que se mueve entre extremos. Una estructura que empieza con técnica, vira hacia la conciencia social y termina en desafío sensorial. No todos los formatos pueden permitirse este tipo de mezcla. Pero “MasterChef” hace tiempo que dejó de ser solo un talent de cocina. Lo que entrega cada semana es un espejo curioso, donde se cruzan entretenimiento, tensión, espectáculo, pedagogía y, a veces, hasta empatía.