Feria de Abril
La plenitud del genio
Era el último toro, la última bala de plata de Morante para reencontrarse con Sevilla tras el ayuno de dos años. Y ocurrió como en aquella encerrona jerezana en la que Fernando Carrasco –Fernando...– tituló «Morante se emborracha de toreo en el último sorbo». ¿Dónde se metió la ventolera? ¿A qué socaire se puso el viento? Morante cogió la muleta y franqueó las dos rayas del tercio. Y todo lo que ocurrió después fue magia, improvisación, género grande del toreo de cadera a cadera, frente a los modernos géneros chicos de arrucinas y pases del tiovivo. Un derechazo que paría el siguiente como un manantial fresco, continuo, a borbotones. Fundidos el duende judío de Joselito y el duende barroco de Belmonte. Y la explosión cuando apareció Manolo Vázquez como si nunca hubiera existido aquella despedida del 84. El compás reunido, el medio pecho por delante y los naturales al ralentí, hasta el final, como en la tarde de «Señorito» y el toro negro de Juan Pedro. El tiempo y la ventolera detenidos. Y la imaginación del genio desatada cuando el toro le quitó la muleta y le dio una chicuelina con la franela mecida con las dos manos. Ahora entiendo las palabras de Morante en la capilla del Baratillo cuando se arrancó por Lorca y su Juego y Teoría del duende: «El duende no está en la garganta, sube por dentro de las plantas de los pies». «El duende no es algo agradable, es algo entripado por dentro que uno quiere expresar, que está en el fondo de las cosas», me dijo. Y yo me acordé de Tía Anica la Piriñaca cuando decía que cuando se sentía cantando le sabía la boca a sangre. Sacó ayer Morante ese algo entripado por dentro que quizá sea el tronco negro del faraón o el ángel con el que lo parió su madre. No vean el vídeo porque ahí, como decía Rafael de Paula, no aparece el espíritu santo. Y la faena de ayer fue de espíritu santo, de emoción imborrable que se clava para toda la vida en el corazón. Morante se reencontró con Sevilla, pero sobre todo se reencontró con el mejor Morante, con la luminosa plenitud. La faena ya es historia del toreo.
LOS TOROS- Pág. 66
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