Feria de San Isidro
Talavante, sin prisas ni tiempo que perder
El de Badajoz cortó un merecido trofeo a una faena medida y bien resuelta en la sexta de San Isidro.
Las Ventas (Madrid). Sexta de feria. Se lidiaron toros de la ganadería de El Ventorrillo, desiguales de presentación. El 1º, descastado; 2º, descastado y vacío; 3º, de buen juego, movilidad y nobleza; 4º, de buen juego y escasa duración; 5º, movilidad, menos claro y se raja; 6º, un mulo imposible. Casi lleno.
Juan José Padilla, de azul noche y oro, metisaca, estocada (silencio); y estocada tendida (silencio).
Manuel Jesús «El Cid», de azul marino y oro, tres pinchazos, estocada atravesada (silencio); y estocada baja (silencio).
Alejandro Talavante, de gris perla y oro, buena estocada (oreja); y pinchazo, estocada tendida, descabello (silencio).
Las dos horas justas duró el festejo como si la sincronización con el partido del Real Madrid fuera posible. Y casi lo fue. Algunos abandonaron antes sus localidades a pesar de que Alejandro Talavante tenía la puerta grande a medio abrir. Y eso es mucho decir. Hasta que salió un sexto, de El Ventorrillo también, que se estampó de salida con el burladero e hizo cosas muy raras, sin querer emplearse nunca, esperaba por arriba y no tanto por las ganas de caza como por la falta de casta para lograr que aquello remontara. Que otra vida fuera posible, también en la plaza de Madrid. Como se desenvolvió en los primeros tercios siguió con la muleta, sólo que además ya vacío de contenido. Alejandro Talavante no nos hizo perder el tiempo, pero lo hizo todo sin prisas. Y por ahí anda el toreo sin envoltura. Esa medida perfecta, donde tiene su papel la inteligencia, encontró al tercero, al que pasó a una no sé si mejor vida, pero desde luego a otra, con una gran estocada que no tenía peros. Talavante desplegó antes su arsenal con la zurda para dar comienzo a la faena casi en el centro del ruedo. De más a menos la intensidad de la serie, pero sin dejar de despertar expectación por la siguiente. Así otra más y resulta que cuando pasó a la diestra, por la que había arrollado más en los capotes el toro, le sopló buenos pases. Cantaba el animal, que hasta a ese momento había tenido nobleza, movilidad e ímpetu por repetir, que tenía las embestidas contadas. Pleno de relajo, muy puro en el cite y de buen embroque pegó cuatro o cinco, de uno en uno, al natural, algunos extraordinarios. Sin más demora, sin esperar a que el barullo de no mantener el nivel se lleve la faena por delante, se fue a por la espada y el trofeo fue de justicia.
Similar condición tuvo un cuarto, al que Juan José Padilla recibió con dos largas en el tercio y toreó de rodillas en el centro del ruedo después. Anduvo correcto por una y otra mano, sólo que cuando al toro le fueron faltando las energías para seguir la faena fue un embrollo de difícil resolución. Nada quedaba que pelear. No se extendió con un primero tan descastado que no daba argumentos para otra cosa que no fuera la liquidación.
Ni un euro valió el segundo, que hizo alguna cosa fea de arrollar al salir del caballo y apretó a los banderilleros. No fue nadie cuando llegó la hora de la verdad. El quinto se movió más, desigual en el viaje y con teclas que tocar. No lo regalaba. El Cid no se tapó, muy a merced del toro de El Ventorrillo. Poco después, no teman, acababa el festejo, quedaba la puerta abierta a los futboleros. Qué bendición la brevedad. Si fuera así todas las tardes sumábamos más.
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