Televisión

«Midhunter»: ¿Qué esconde la mente de un asesino en serie?

David Fincher da por fin el paso y dirige para Netflix una ficción, que se estrena el viernes, sobre las entrevistas que realizaron dos agentes del FBI a criminales como James Manson y Edmund Kemper, entre otros

«Midhunter»: ¿Qué esconde la mente de un asesino en serie?
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David Fincher da por fin el paso y dirige para Netflix una ficción, que se estrena el viernes, sobre las entrevistas que realizaron dos agentes del FBI a criminales como James Manson y Edmund Kemper, entre otros.

Vértigo. Asociada esta palabra a la turbación del juicio, respulsión aliñada con fascinación –un cóctel emocional que el cerebro es incapaz de procesar–, miedo, esa calma chicha que siempre reclama estar en estado de alerta... Todas estas sensaciones las experimentó Clarice Sterling (Jodie Foster) ante su enfrentamiento analítico y anímico con Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) en «El silencio de los corderos» (1991). En «Se7en» (1995) el detective Mills (Brad Pitt), despojado de su voluntad y secuestrado por la ira, perpetra el último crimen pergeñado por John Doe (Kevin Spacey), un asesino en serie que, por momentos, parece que tiene una lucidez encomiable –«vemos pecados en todas partes, vemos pecados en las calles y en las casa, y los toleramos. Pues yo digo: ¡ya no más!»–, pero no es más que un criminal mesiánico. David Fincher dirigió su película y, desde entonces, supimos que cualquier título ligado a su nombre despertaba el instinto depredador de los espectadores.

A pesar de algún gatillazo cinematográfico, volvió a deslumbrar con «Zodiac» (2007) y se dejó seducir por la televisión gracias a «House of Cards». Pero esperábamos «su» serie, una de autor, intransferible, que con solo una secuencia se identificase su sello. Ya está aquí. Su nombre es «Mindhunter» («Cazador de la mente»), la estrena Netflix el viernes, y promete varias sacudidas a nuestro cerebro. Fincher regresa a su ecosistema enfermizo, a esa ficción que propone más preguntas que respuestas y arroja al espectador sin red a un abismo existencial que roza el nihilismo.

Testimonios escalofriantes

Ahora, el término asesino en serie se utiliza con mucha naturalidad, como si se hubiese interiorizado desde hace siglos. Sin embargo, no fue hasta finales de los años 80 cuando este concepto empezó a utilizarse por la policía y los agentes federales de Estados Unidos como una pieza clave para desarmar a los sospechosos de múltiples crímenes. El ojo clínico de Fincher fijó su mirada en un libro, «Mindhunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit», escrito por John E. Douglas y Mark Olshaker, que todavía no se ha editado en España y del que, desde ya, se pide una traducción al castellano más pronto que tarde. No es por morbo, o sí, pero el espectador se encuentra ante una materia prima argumental de muchos quilates, partiendo de la premisa de que Douglas, ex agente del FBI, entrevistó en prisión a personas de la calaña de James Mason y su seguidora Lynette Fromme; Arthur Fremer, acusado del intento de asesinato del candidato a la presidencia George Wallace; Edmund Kemper, denominado «el asesino de las colegialas», que tiroteó a sus abuelos para después terminar con la vida de varias jóvenes y de su madre; James Earl Ray, declarado culpable del asesinato de Martin Luther King, y, Richard Speck, que violó, torturó y ejecutó a ocho enfermeras. Durante 13 capítulos, ya está confirmada una segunda, Fincher nos va a trasladar al infierno en vida, a una galería de los horrores de dimensiones colosales. Porque hay pocas cosas que perturben más que la perversa inteligencia, carente de empatía, de un criminal que es capaz de soltar al interlocutor que se cargó a su abuela «solo para saber qué se sentía».

El director de «El club de la lucha» ha aprendido de algunos maestros del cine como Hitchcock que una película empieza desde los títulos de crédito –será una manía personal, pero pueden ser la carta de presentación más sugerente–, que introduce a la audiencia en este terreno ignoto. Ahí se están formando, a partir de manchas de sangre, una de las figuras más inquietantes del test de Rorschach, en la que lo mismo se ve a un insecto que a un monstruo. Se puede deducir que uno no es que haya perdido un tornillo, es que se le han desprendido todos los objetos de ferretería que, metafóricamente, pueda alojar un cerebro.

Una trama obsesiva

Es el preludio a una trama obsesiva y envolvente que, precisa y aséptica como el corte de un bisturí, disecciona con frialdad el toma y daca entre dos agentes del FBI que, en 1977, se entrevistan con psicópatas. Al mismo tiempo, intentan mostrar a sus compañeros la clave en los tiempos que corren y en un modelo de criminalidad para el que no se encuentra patrón en la psicología. A lo que, con una candidez que conmueve, responden con una exclamación propia de parvulitos. Fincher se las arregla para engatusarnos como él sabe. La textura de las imágenes, la fotografía e iluminación recuerda por momentos a «El silencio de los corderos» en las escenas de la cárcel y, en ocasiones, también a «Se7en» y «Zodiac». ¿Eso significa que el espectador sufrirá una sensación de «déjà vu»? Cada uno lo interpretará como guste. En mi opinión no es repetitivo, sino que se reafirma en su estilo y en una forma de escarbar también en la mente del espectador hasta provocarle justo lo que quiere: intriga y miedo. Jonathan Goff –un actor al que no tenía el gusto de conocer aunque apareció en «Glee», aunque me importó bastante poco– interpreta al pulcro y aplicado agente Holend Ford. Convence en un personaje con carácter apocado y un pelín idealista. Más contundente, por presencia y energía, se muestra Holt McCallany, al que se puede reconocer en series, como «Blue Bloods», pero de las que tampoco me acuerdo. El que va a dejar con la audiencia helada cual témpano es Cameron Britton, que encarna con contundencia a Kemper, un criminal que provoca un torbellino de emociones.

Como antesala a lo que los espectadores van a presenciar, una pregunta que propone la ficción: «¿Cómo adelantarnos a los locos si no sabemos cómo piensan?». Y la reflexión de uno de los impulsores sobre uno que encabezó la puesta en marcha del programa del FBI de perfiles criminales: «El deseo por el control. La sensación de excitación, la decisión de humillar su cuerpo». ¿Cómo se puede retratar eso en un informe policial? La respuesta está en «Mindhunter».