Televisión

«Padre de familia»: Peter Griffin y su familia son muertos vivientes

Tras dos décadas y 17 temporadas emitiéndose, la serie creada por Seth MacFarlane ya ni siquiera justifica su propia existencia.

A la izquierda, Lois Griffin, a quien en la versión inglesa pone voz Alex Borstein, y el protagonista de la serie, Peter Griffin, a quien dobla su propio creador, Seth McFarlane
A la izquierda, Lois Griffin, a quien en la versión inglesa pone voz Alex Borstein, y el protagonista de la serie, Peter Griffin, a quien dobla su propio creador, Seth McFarlanelarazon

Tras dos décadas y 17 temporadas emitiéndose, la serie creada por Seth MacFarlane ya ni siquiera justifica su propia existencia.

Llega un momento en la vida de casi todas las series en el que los días de gloria son cosa del pasado. Y algunas de ellas deciden ignorar las señales de declive y seguir arrastrándose por la parrilla como un zombi, existiendo simplemente porque pueden aunque esté claro que no deberían. Y transcurridos 20 años desde que vio la luz, a punto de estrenarse su 18ª temporada, «Padre de familia» ha llegado a ese punto.

A estas alturas resulta fácil olvidar que, a principios de la década pasada, la serie se erigió en hito cultural por su capacidad para transgredir límites mientras parodiaba las convenciones de las sitcom de la época. Peter Griffin, su personaje principal, era un idiota peligroso. Al bebé homosexual Stewie le gustaba que los caballos le lamieran la cabeza, y siempre estaba intentando matar a su madre, Lois Griffin. Meg era la hija fea constantemente humillada, y Chris el hijo obeso y tarado que nació por culpa de un condón roto. También estaba el perro de la familia Brian, que era un pervertido pero también el más inteligente de la prole.

No es que sus episodios fueran exactamente obras de genio; no poseían ni la creatividad de los de «South Park» ni la capacidad empática de Los Simpson –dos series en las que su creador, Seth MacFarlane, por otra parte se inspiraba descaradamente–. Pero, al menos durante un tiempo, su humor mostraba gran eficacia cuestionando los prejuicios cómicos y morales del público; no importaba que sus tramas cupieran escritas sobre un grano de arroz, ni que los personajes nunca evolucionaran, ni que la mayoría de sus gags fueran chascarrillos que se interponían en la acción y no le aportaban nada. La acidez, sumada a la vocación meta y las rupturas frecuentes de la cuarta pared, la hacía distinta a muchas otras comedias televisivas de su tiempo.

En 2019, en todo caso, los tres pilares sobre los que esta serie sustenta su supuesta razón de existir poseen una consistencia cuando menos dudosa. En primer lugar, sus episodios incluyen una media de más de cinco chistes por minuto, por lo que ninguno de ellos permanece vivo lo suficiente como para que nos demos cuenta de la poca gracia que tiene –en ocasiones, eso sí, el ritmo se ve quebrado con un gag tan largo que uno siente que tiene que reírse para que se acabe–. En segundo, son continuas las referencias a celebridades como Julia Roberts, Sting, Daft Punk, Barbra Streisand, Star Wars, Hitler, Spiderman, Bill Cosby, Sean Connery, la rana Gustavo y Jesucristo. Y, por supuesto, ver a gente famosa convertida en un dibujo animado es algo por sí solo desternillante.

Y por último, sobre todo, está la desesperación con la que MacFarlane trata de ofender. Prácticamente desde el principio, decidió que no había un solo asunto sobre el que no se pudieran hacer chistes, ni siquiera las violaciones, la pedofilia o la violencia de género. Y eso hizo que durante un tiempo resultara provocadora pero, ¿hoy? Para el público actual, que lo ha visto y oído todo, una ficción que intenta escandalizar a toda costa tan solo resulta tediosa y patética. Por eso, que en esta nueva temporada la serie haya decidido poner fin a los chistes de homosexuales es un gesto inútil. Tendría más sentido que pusiera fin a su propia agonía.