Viajes

Una fotografía en África, mil fotografías en África

Estos días pueden ser los más propicios para entender la importancia de una fotografía. Y cuando salgamos de nuevo a descubrir el mundo, lo haremos mejor.

Palm Sunday during the spread of the coronavirus disease (COVID-19) in Nairobi
Palm Sunday during the spread of the coronavirus disease (COVID-19) in NairobiTHOMAS MUKOYAReuters

El Premio Pulitzer en 1993

Existen estilos de fotografía tan diversos como tipos de cámara ofrece el mercado. Fotografía de paisajes, retrato, eventos, cultural, bélica, arquitectónica… y fotografía de miseria. Entiendo por fotografía de miseria aquella que captura momentos de sufrimiento ajeno. Ya sea el hambre o la guerra, enfermedades o criaturas vestidas con harapos encarando al objetivo de la cámara con la inocencia de quien no comprende. Este tipo de fotografía tiene un éxito abrumador en los países desarrollados. Famoso es el ejemplo de la imagen histórica capturada por Kevin Carter, encuadrando a una niña encogida en el suelo con un buitre acechando detrás. Aunque el buitre no estaba allí para esperar a que la niña expirase – cerca de la zona se encontraba un vertedero donde los carroñeros buscaban alimento -, millones de personas criticaron muy duramente la supuesta frialdad con la que Carter inmortalizó la escena. Pero el problema con las críticas es que suelen estar fundadas a partir de historias a medio contar, juicios subjetivos basados en la ignorancia ciega.

La imagen ganó el premio Pulitzer en 1993. Carter se quitó la vida, superado por las deudas y la presión social, en 1994. Él quiso enseñar al mundo una realidad bruta y abrumadora, una realidad que es importante conocer para no darle la espalda, pero el mundo pataleó, rabioso y asustado ante esa realidad, y lejos de hacer un ejercicio de introspección, vació el cargador de las opiniones contra la indefensa figura del reportero. Un hombre que no podía alimentar a las millones de personas en situación similar a la de esta niña, tanto en Sudán como en Etiopía, pero sí pudo hacer lo que estuvo en su mano para ayudarles: esto es, mostrándolos al mundo. Este era el poder que poseía como fotógrafo, y lo utilizó correctamente. Gracias a su captura, ciertas mentes pensantes del mundo occidental decidieron poner remedio a la situación y mandar ayudas masivas a los países afectados por la sequía. Este fotógrafo tan criticado y perseguido por la ignorancia hizo por Sudán mucho más de lo que jamás harán sus críticos.

El concepto de fotografía de miseria tiene, por tanto, cierto enfoque positivo. Un fotógrafo con la suficiente influencia podrá provocar un cambio real en una situación desesperada. Pero algo ha cambiado desde que Kevin Carter apretara el disparador de su cámara en marzo de 1993. Es el mundo que ha cambiado, y la fotografía con él.

África como concepto de amor

En primer lugar, ya nadie desconoce el lado oscuro del continente. Todos hemos visto la famosa imagen, hemos tragado los colores, la posición de la criatura, la sombra amenazadora del buitre. Ya sea a partir de esta fotografía concreta o de las miles que han surgido a continuación, la hemos tragado hasta tal punto que África parece haberse convertido, exclusivamente, en esta imagen: hambre y muerte, muerte y horror. Lejos de los colores de sus telas y la alegría de su música. Esperan años duros al continente por la crisis que ya se abalanza sobre la economía global, y volverán situaciones de hambre y necesidad que llevan dos décadas sin darse, potenciados por la plaga de langostas que lleva dos meses asolando su lado oriental y el confinamiento por el coronavirus. Pero África es mucho más que niños de aspecto inocente o desfallecidos. También es vida, el origen de la vida. Es amor. Unos conceptos que rara vez encontramos en las imágenes que circulan en cadenas de Whatsapp. Y aunque podamos decir que la delicada situación en África se deba a poderes mucho mayores que nosotros, hombres y mujeres de a pie, esta imagen partida que hemos formado hace mucho más daño a su economía de lo que estamos dispuestos a admitir.

Sigue la facilidad para distribuir una imagen gracias al relativo milagro de las redes sociales, unido al boom insensato de los volunturismos. Adolescentes de países desarrollados dedican un mes de su verano, una vez en la vida, a participar en un proyecto que añadirán posteriormente en su currículum y no tardarán en recordar con nostalgia. Ellos también hacen fotos a niños sorprendidos, llenan tarjetas de memoria, las suben a Instagram con un título conmovedor y se ganan un puñado de likes. Son fotografías de miseria que gritan: ¡yo estuve aquí y vi esto! Pero no son fotografías de color y amor. Son niños, ellos con los niños, los niños sucios. Y la sociedad ladradora vuelve a lanzarse contra estas fotografías y a crucificar a los adolescentes.

¿Alguno piensa que estos adolescentes actúan de mala fe? ¡Al contrario! Simplemente se encuentran con una situación impactante para ellos, muy difícil de asimilar para quien no conoce el profundo significado de la palabra miseria, su olor amargo y penetrante. Impactados por este choque de realidad que nunca imaginaron, no saben cómo actuar ante su nueva situación. Abrumados deciden convertirse, aun sin saber quién era, en el próximo Kevin Carter. El shock ante esta realidad les oculta el color de África y solo tienen ojos para la imagen terrible del niño harapiento, y son jóvenes, sus sentimientos bullen a flor de piel y quieren que el mundo sea uno más justo, buscan mostrar a sus seres queridos la realidad que nunca vieron.

¿Acaso puede criticarse? Lo que comenzó con una fotografía que pudo cambiar la historia de Sudán y Etiopía, capturada por un fotógrafo profesional con verdadera influencia y, lo que es más importante, cuando el mundo desarrollado todavía no acababa de asimilar ciertas realidades africanas, se convierte en la historia interminable. Un eterno retorno. Potenciado por miles de fotografías de jóvenes – y no tan jóvenes – abrumados, que no durarán más de dos minutos en nuestra malacostumbrada retina. Hasta terminar por convertir esta imagen de miseria en costumbre, en algo tan real pero a su vez tan lejano de nuestro hogar que casi entra en los terrenos de la imaginación. Todo el poder de impacto desaparece cuando recibimos una avalancha de información.

La importancia de una fotografía

Porque ya nadie se va a sorprender. Ninguna de sus fotografías causará el impacto que tuvo aquella de Kevin Carter. Ellos no lo saben, y como enloquecidos aprietan una y otra vez el disparador, una y otra vez. Su fotografía, que para ellos es un mundo, no cambiará nada. Tan solo prolongará un prejuicio. El fotógrafo ghanés Nana Kofi Acquah publicó hace varios días una imagen en su cuenta de Instagram que rezaba el siguiente texto: “Alrededor de 3.000 muertes en Italia y todavía no hay fotografías de los fallecidos. Queridos periodistas blancos, ¿pueden fotografiar África con el mismo nivel de respeto y empatía? La dignidad es un derecho humano fundamental, no un privilegio de unos pocos”.

Quizás no comulgue del todo con sus palabras. Al fin y al cabo, es deber del periodista informar. Pero en ningún manual de periodismo viene escrito que el reportero deba informar exclusivamente sobre noticias tristes. También las hay buenas, incluso en África. Muy buenas, aunque en ocasiones haya que rascar hasta encontrarlas.

Hoy el sufrimiento llama a nuestra puerta con insistencia. Hoy, más que nunca, comprendemos la impotencia del africano ante las enfermedades, epidemias y hambrunas que escapan a su control. Y quizás, ahora que les entendemos, comprendamos la importancia de una fotografía. Podría ser hora de que dejemos a los profesionales cumplir con su trabajo que es informar, mientras que el resto fotografiamos el color del continente y su risa y su amor. Esa sería nuestra manera de hacer del mundo uno mejor.