Viajes
Las tiendas del barrio Sotokanda, en Japón, son un mundo extraño para el turista europeo
Un turista europeo visita Japón por primera vez y camina en busca del cómic de One Piece que le pidió un amigo en casa. El turista descubre el mundo de figuras anime, cómics pornográficos y mujeres vestidas como muñecas en su odisea por el barrio de Sotokanda.
Acoplándose al orden japonés
Tokio es una ciudad especial, Tokio tiene un color diferente. Al bruto turista europeo le sorprende visitar esta ciudad tan ordenada, como un parque de muñecas, tan limpia y lisa, como a punto de estrenar. El orden japonés que es un cliché en nuestro lado del mundo, aquí se convierte en una realidad. Incluso los coches circulando parecen susurrar a través del tubo de escape. El turista europeo sigue la corriente de masas en su paseo por Tokio, en busca de un cómic que le pidió un amigo español tras conocer que ese verano iría a Tokio. Tráeme un cómic de One Piece en japonés, así, en versión original, dijo el amigo. El turista europeo juró encontrar el Grial particular de su colega y cuando posa sus pies en la acera impoluta de Tokio y se siente perdido en su orden, piensa que quizás sea lo mejor ir primero a por el cómic para aclimatarse a la ciudad. Es que para él, una pequeña porción de caos perdida en el otro lado del mundo, este orden tan conciso se embarulla frente a sus ojos, representado por un idioma que no comprende y unas costumbres que no llegará a conocer del todo. El turista europeo debe comprender el orden japonés antes de lanzarse a una aventura y decide hacer su tutorial privado buscando el cómic de One Piece que le pidió su amigo.
Busca en Google, aquí se siente más a salvo, algunas tiendas de cómics que tenga la ciudad. Encuentra un barrio, se llama Sotokanda y dicen los comentarios que es el mejor lugar para los amantes del cómic japonés, a diez minutos del hotel, a tiro de piedra como podría decirse, y decide ir andando. Camina cauteloso. Dobla un puñado de esquinas y al quinto giro, se alza frente a él un rascacielos cuyas ventanas las pinta un simpático dibujo de cinco muchachitas con cabelleras multicolores. El turista europeo se detiene a observarlas, vuelve a su condición de caos, con lo bien que lo estaba haciendo al caminar junto a la marea humana, y algún transeúnte que paseaba detrás de él tose, le esquiva y sigue andando. Vista la extraña imagen de quince metros grabada en el edificio, el turista europeo sigue la búsqueda de Sotokanda. No tarda en llegar, ahora descubre que ese dibujo que le había llamado la atención al otro lado de la acera es, precisamente, la imagen que marca el inicio del barrio.
En el barrio se incorpora la masa que seguía con una todavía mayor, estaba en un fluente y ahora circula por un amplio río. Aquí ya no está solo, encuentra más europeos o estadounidenses tan confundidos como lo está él, también algunos chinos, aunque estos parecen adaptarse más rápidamente a la situación. Camina, el turista europeo, con el móvil en la mano. Cada cierto tiempo le lanza un vistazo para volver al mundo de la pantalla, donde se siente cómodo, donde sabe por dónde debe caminar. Pero no tarda en desconcentrarse. Le arrancan de su mundo las jóvenes vestidas con faldas de mil pliegues, botas de plataforma y pelos rosas, amarillos, azules, repartiendo panfletos a los viandantes sin dejar de sonreír. Los dientes blancos destacan entre las mejillas rosadas que maquillaron antes de salir de casa. Nuestro pobre turista europeo las mira confundido, coge un panfleto para descubrir qué venden estas niñas de cuento. Por los dibujos supone que promocionan una tienda de cómics, aunque los jeroglíficos escritos en orden meticuloso no logra entenderlos.
Las tiendas de figuritas
Camina, ya no parece atreverse a parar, y entra en una tienda que le llamó la atención. Hace falta desviarse temporalmente del camino para que mi aprendizaje sobre la cultura nipona sea un éxito rotundo, piensa. Entra en la tienda, ya se dijo, y se encuentra rodeado, emboscado es como llega a sentirse, por miles de figuritas de plástico esbozando gestos bruscos y ropas de colores. Gritan sus bocas, mudas, ríen y lloran, mudas, impertérritos con el mismo gesto con que fueron creados. Consigue reconocer algunas por la infancia. Esta es Goku, se dice mientras observa una, aquél Pikachu. Algunas son más complicadas de reconocer, otras son tan fantasiosas que no tiene más remedio que detenerse para estudiarlas con propiedad. Ha vuelto a desconcentrarse, el turista europeo, las figuritas le han sacada del mundo real para introducirle en este suyo que es estático, se ha detenido como lo están ellas y otra vez ha frenado el flujo de personas caminando tras él. Tosen pero no pueden adelantarle porque el pasillo que abren las vitrinas de figuritas no permiten espacio más que para una persona. El turista europeo pestañea, vuelve al mundo real y sigue caminando.
Piensa en comprar una para llevársela a casa. Pero son demasiado caras, no puedo permitírmelas. Basta con verlas y disfrutarlas aquí. Piensa, rechaza, las observa, disfruta, luego vuelve a la calle. Vuelve al orden que no comprende. ¡Se sentía tan cómodo en esa tienda, saltando dentro y fuera del mundo real! Pero el turista europeo sabe que no es momento para nostalgias, tiene una misión, dos misiones, que son encontrar el cómic de su amigo y comprender la elaborada cultura japonesa.
Victoria y huida
Una mezcla maravillosa de suerte, el empuje de la masa humana y la ayuda de Google terminan por llevar al turista europeo a la tienda de cómics donde parece que tendrán el de su amigo. Entra. Pregunta al dependiente, el dependiente contesta, One Piece en el piso de arriba, arriba, arriba. Resulta, ¡quién lo iba a imaginar!, que una tienda de cómics en el barrio Sotokanda que se aprecie, deberá tener al menos cuatro pisos. Arriba, arriba, dijo el dependiente, tienes que buscar en el cuarto piso, aunque pensándolo bien quizás no nos queden más números de One Piece, todos los turistas quieren comprarlos.
El corte definitivo que abrirá los ojos al turista europeo vendrá en el tercer piso, tan cerca de su meta. Aprovechando el paseo vertical quiso investigar un poco, olfatear aquí y luego allá entre los estantes, qué cómics ofrecía cada piso. Aquí, en el tercero, comprenderá definitivamente que jamás logrará comprender la cultura japonesa. No del todo, al menos. En el tercer piso se ofrece una amplia gama de tebeos exclusivamente pornográficos al servicio de los clientes. Al turista europeo le abruma el color rosa que predomina en este piso, las portadas explícitas de los cómics, repasa sus últimos pasos para asegurarse de que no ha entrado en un local clandestino, sino que aquí parece ser normal este tipo de situaciones. Apenas le arranca media sonrisa comprender la estrafalaria situación para él, un turista europeo, cuando diez o quince clientes ojean con parsimonia los ejemplares más recientes. Sin un ápice de vergüenza, es inexistente el pudor. Las figuritas de Goku que también había en el segundo piso han cedido el terreno a otro tipo de figuras con menos ropa. Los japoneses, aquí no hay europeos a la vista, van y vienen al mostrador con los cómics que se llevarán para disfrutar en casa.
El turista europeo reconoce que no entiende este tipo de cosas y decide continuar arriba, arriba, al piso del cómic de One Piece. Rebusca en los estantes y lo encuentra. Baja los cuatro pisos, esta vez sin detenerse, y lo paga al dependiente que, aliviado, se alegra junto al turista de que todavía quedase un ejemplar. Sale el turista europeo de la tienda, mira alrededor y, en un alarde de valor castellano, camina contracorriente para salir del barrio de Sotokanda con el cómic bien sujeto bajo el brazo. Ya se siente preparado para pasear Tokio con libertad y busca una estación de tren que le lleve al templo de Sensō-ji.
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