Viajes
Una aventura loca en la Ruta del Quijote por los campos de La Mancha
Un recorrido por el interior del país insta a conocer algunos de los parajes que cabalgó nuestro hidalgo favorito
No es tarea sencilla marcar con una línea fija las andanzas del hidalgo manchego. Semejante a su mente sobrecocinada por las novelas de caballería, el camino se enreda, salta tramos, vuelve a recorrerlos, se escapa a los terrenos de la ficción, vuelve a la realidad con fugaces sacudidas de cordura. El propio Cervantes especificó en la primera frase de su histórica novela que no estaba dispuesto a facilitarnos la tarea de delimitar una ruta, a nosotros, los peregrinos quijotescos del siglo XXI. Es por esto que a lo largo de los años se han marcado numerosos tramos de la ruta, hasta conseguirse cerca de 2.400 kilómetros que pasan por todo tipo de caminos centenarios, villas históricas y pedazos de campo manchego. No es posible recorrerlos todos en el espacio que nos dan las vacaciones, así que es recomendable, cuando uno se propone enfundarse la armadura oxidada, elegir con cuidado los puntos que desea visitar en común con el hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Argamasilla de Alba
Aunque se ignora ese lugar desconocido que describe Cervantes como la villa del Quijote, todos los astros apuntan a que se trata de esta localidad de Ciudad Real que apenas llega a los 7.000 habitantes. Esta línea propone que, al ser el pueblo donde fue encarcelado Cervantes tras ser acusado de cometer “irregularidades” económicas, y supuestamente el lugar donde concibió la idea de su novela, bien podría ser también la tierra natal de Alonso Quijada. La cueva de Medrano, donde fue preso el escritor, es hoy un museo dedicado a su obra y la mejor forma de zambullirse en el personaje que, de querer completar la ruta con éxito, se debería adoptar. Puede completarse la visita con la iglesia de San Juan Bautista, la ermita de San Antón y el Castillo Hospitalario de Peñarroya.
Cerro Calderico en Consuegra
Se desconoce también la localización exacta de los molinos convertidos en gigantes por las alucinaciones del hidalgo. El campo manchego del siglo XVI estaba moteado por cientos de molinos, gracias a su clima por lo general ventoso. Encontrar los molinos exactos no trata, por tanto, de buscarlos con una base científica sino a partir de los caprichos que surjan de nuestras interpretaciones de la historia. Es parte de la magia cuando se lee una novela. Se nos describen ciertos aspectos físicos del decorado y unos lectores los interpretan con los colores más intensos o apagados, las formas más gruesas o finas. Lo mismo ocurre en nuestra aventura quijotesca, husmeamos las tierras de viento en La Mancha para guardarnos el recuerdo que más se nos parezca a lo imaginado. En el Cerro Calderico se levantan doce molinos frente al castillo de la Muela y para un servidor, ellos podrían ser los temibles gigantes que derrotaron a Don Quijote.
Las Lagunas de Ruidera y la cueva de Montesinos
En un punto de sus locas aventuras, nuestro amable caballero y su escudero trotan por el campo manchego hasta encontrar una cueva a las afueras de Ossa de Montiel, en Albacete. Don Quijote desciende por la cueva sin hacer caso de los malos presagios, en forma de cuervos y grajos que salen de la misma graznando pavorosamente, y una vez dentro se queda dormido. En sueños cree conocer al caballero Montesinos, el cual narra a Don Quijote la desgraciada situación en la que se encuentra. Su leyenda cuenta que, por una razón u otra, puede que por compasión, el mago Merlín transformó en lagunas a la dueña Ruidera, sus hijas y sus sobrinas, creando así las conocidas Lagunas de Ruidera. Es una visita agradable, la de estas lagunas. Fluyen con amabilidad como si no sintiesen pena por el hechizo que las transformó, y el visitante puede descansar aquí a la sombra de los árboles, quizás comiendo algo de queso y vino al estilo quijotesco.
El Castillo de Peñas Negras
También conocido como el Castillo de Mora, se trata de una fortificación defensiva construida por los musulmanes durante el siglo X, en tiempos de Abderramán III. No se tiene constancia de que Don Quijote lo visitase, pero sí se trata de una parada perfecta para observar, desde lo alto de su privilegiada posición, el paisaje más agreste en el camino del hidalgo. Parte de una ruta literaria conlleva sumergirse en sus letras de la forma más precisa posible, comprender con plenitud las formas que recrea y aspirar su aroma, pisotear su tierra. Los campos de olivos que rodean la peña, el granito que la conforma y el sabor áspero de la tierra que arrastra el aire consigo, son los métodos adecuados para conseguir esta inmersión. Si se tiene imaginación suficiente pueden verse, al hidalgo y su escudero, como puntos diminutos trotando llanura abajo mientras Quijada espeta a Sancho: “¡Tú no sabes nada sobre los caballeros, amigo Sancho!”
El Toboso
La aventura llega a su final en El Toboso, hogar de la amada Dulcinea que el Quijote entrevió en sus sueños. Aquí se encuentra la Casa - Museo de Dulcinea, perfectamente conservada como ejemplo de las viviendas de la época - palomar incluido -. Situada en la esquina oriental de Toledo, esta pequeña localidad posee un encanto arrobador, y nos hace pensar que, quizás, más que una doncella, el hidalgo buscaba sin saberlo un paraje de belleza. Para los amantes del interior castellano, sus viñas y llanuras resultan en deleite para la vista, igual que un paseo por sus calles calladas y, por qué no, una visita a la Iglesia de San Antonio Abad, excelente muestra del gótico tardío con la que ya se topó Don Quijote. Lo narra Cervantes en el Libro II, capítulo IX: “Guió Don Quijote, y habiendo andado doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: Con la iglesia hemos dado, amigo Sancho.” Y nosotros con el final de nuestra loca aventura quijotesca.
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