
Viajes
Tirana, una ciudad que no presume: discreta y distinta
Alma, historia y una identidad única, razones de peso para una escapada estival a esta capital del sureste europeo

Caótica, colorida y muy modesta, como si sus pretensiones estuvieran dormidas bajo el sol del Adriático. Así es Tirana. Una ciudad que no alardea, que no compite, que no busca la foto perfecta. Pero que, sin aspavientos, conquista. Con una historia densa, una arquitectura tan ecléctica como expresiva y una humanidad palpable en cada esquina, la capital albanesa es una de esas joyas que solo descubren los viajeros atentos.
Ubicada en un amplio valle entre montañas, bañada por los ríos Lana y Tirana, la ciudad sorprende por su localización privilegiada. Pero aún más por esa mezcla de contrastes que la hacen irrepetible. Aquí conviven los vestigios del Imperio Otomano con los bloques soviéticos del siglo XX, las mezquitas junto a edificios brutalistas, los mercados tradicionales con cafés de inspiración europea y los antiguos búnkeres reconvertidos en espacios culturales.
Porque si algo define a esta ciudad es su alma. Y es que no se le puede exigir a cada destino que sea perfecto, que enamore desde el primer minuto. Pero sí se le debe exigir que tenga alma. Tirana, sin duda, la tiene. Una que rehúye los clichés, que se ofrece sin disfraces, con su historia compleja y su atmósfera magnética.
Una capital con aura enigmática
Este destino posee algo difícil de explicar. Un halo misterioso, como si estuviera compuesta de silencios antiguos y secretos aún por revelar. Durante décadas, fue una ciudad cerrada al mundo, preservada en una suerte de cápsula temporal mientras Europa cambiaba a su alrededor. Ese aislamiento modeló su identidad y es, hoy, parte de su atractivo.
Lejos de ocultar su pasado, Tirana lo abraza con una elegancia insólita. En búnkeres transformados en museos —como el Bunk’Art 1 o el Bunk’Art 2— se invita a reflexionar sobre la historia reciente. Porque esta capital no impone su relato: lo susurra. Y en ese susurro reside parte de su magnetismo.
Una de las estampas más sorprendentes de Tirana es su policromía. En el año 2000, el entonces alcalde Edi Rama —hoy primer ministro del país— impulsó un proyecto para transformar las grises fachadas de la era comunista en superficies llenas de vida y color. Así nació una ciudad que se pinta a sí misma, con geometrías audaces y murales que hablan de renovación.
El corazón de Tirana es la Plaza Skanderbeg. Allí conviven, entre otros edificios, la mezquita de Et’hem Bey, con frescos que sobrevivieron a los años de ateísmo estatal; la Torre del Reloj, y el monumental Palacio de Cultura, legado de la arquitectura socialista. Paseando por el bulevar Dëshmorët e Kombit, se descubren edificios de inspiración fascista, construidos durante la ocupación italiana, junto a estructuras comunistas. Esta convivencia de estilos —otomano, racionalista, brutalista, contemporáneo— da lugar a una arquitectura profundamente ecléctica, reflejo directo de los múltiples capítulos de la historia albanesa.
La vida en sus bares

Uno de los mayores placeres de Tirana es vivirla desde sus bares. El hábito del café forma parte esencial de la cultura local, y en casi cada calle hay alguna terraza donde detenerse y mirar. El barrio de Blloku, que fue zona exclusiva del poder durante el régimen comunista, es hoy una de las áreas más animadas. Coctelerías con diseño, restaurantes creativos, librerías independientes y boutiques marcan el ritmo de esta zona que simboliza la transformación de la ciudad.
Más allá de Blloku, Tirana está salpicada de patios escondidos, plazas con buganvillas y cafeterías donde el tiempo parece detenerse. La vida fluye sin artificios. Basta con sentarse, observar y dejarse llevar.
La gastronomía de Tirana es tan sencilla como sabrosa. Entre el Mediterráneo y los Balcanes, su cocina combina productos frescos, recetas familiares y una marcada influencia otomana. Es obligado probar el tavë kosi (cordero con yogur al horno), el byrek (hojaldre relleno de queso, carne o espinacas) o las qofte (albóndigas especiadas).
El Mercado Pazari i Ri, renovado hace algunos años, es el mejor lugar para adentrarse en esta cultura culinaria. Allí se encuentran frutas de temporada, quesos locales y vinos albaneses que sorprenden por su calidad. Albania, de hecho, cuenta con una tradición vitivinícola milenaria, poco conocida fuera del país.
Excursiones que enriquecen
Tirana es también una base excelente para explorar otras joyas del país. A menos de una hora en coche, la ciudad costera de Durrës ofrece una mezcla de mar, historia y ambiente local. Su anfiteatro romano, parcialmente excavado, se integra de forma sorprendente en el tejido urbano. Otra escapada recomendable es Krujë, la ciudad natal del héroe nacional Skanderbeg. Situada en lo alto de una colina, su castillo ofrece vistas magníficas y su bazar tradicional conserva el alma de los mercados antiguos.
Para quien prefiera la naturaleza, el teleférico Dajti Ekspres lleva hasta el monte Dajti, que se alza al este de la capital. Desde allí, se obtiene una panorámica impresionante de Tirana, y el parque nacional que lo rodea ofrece rutas entre pinares, áreas de picnic y aire puro.
Sí, Tirana no intenta deslumbrar. Y sin embargo, lo hace. Porque es auténtica, contradictoria, viva. Porque conserva ese halo de misterio que dejó su historia cerrada al mundo y lo transforma en acogida. Porque está en plena transformación, pero sin traicionar su esencia. Y, sobre todo, porque tiene alma. Y eso, cuando se viaja, es lo más importante.
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