Filipinas

Un reducto de la España colonial sobrevive en Manila

La zona de Intramuros todavía guarda amplios restos del colonialismo español, sazonado con las barbaries japonesas y estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.

Detalle de Casa Manila, el museo de la vida cotidiana colonial.
Detalle de Casa Manila, el museo de la vida cotidiana colonial.Alfonso Masoliver

Mi primera conversación en Filipinas pasó por pedir disculpas. Fue con el taxista que me llevó al hostal, cuando le dije ser español y, tras un breve silencio incómodo, interpreté su quietud como indignación por tres siglos de colonización en su tierra. Ya lo siento, le dije, de parte de los míos. Pero lejos de aceptar mi disculpa el taxista la rechazó porque no la creía necesaria, dijo que ellos no tienen nada en contra de los españoles y que siempre somos bienvenidos en su tierra. Esta tierra hermosa que yo no conocía me abrió así sus brazos encantadores. Si de verdad quieres saber qué hizo España en mi país y quién hizo daño a mi país después de España, visita el distrito amurallado de Intramuros y báñate en su Historia, apuntó el taxista.

Quise hacerle caso y el día siguiente recorrí Intramuros a pie, observando bajo lupa cada ladrillo, cada esquina y cada aventura. Esto fue lo que encontré.

De la ciudad moderna a la colonial

Manila es un caótico conglomerado de edificios donde habitan dos millones de personas. Los meses de lluvias la humedad se apelmaza en la piel del visitante, los edificios irradian un calor insoportable y engancharse en un atasco del Roxas Boulevard parece no acabar nunca. Es una ciudad, sazonada con grandes puñados de caos y de vida. Pero ocurre al cruzar las murallas que separan la ciudad nueva de Intramuros, que el caos se reduce a niveles menores y el extranjero experimenta en la duración de cinco pasos la sensación de haberse desplazado a otra ciudad. A otra época, quizás, donde las paredes eran de piedra gris y las banderas españolas ondeaban a la vista.

Las calles transportan al español de vuelta a casa. General Luna, Magallanes, Santa Lucía, Recoletos, Legazpi, se suceden los nombres y las calles en este mundo nuevo.

Baluarte de San Diego.
Baluarte de San Diego.Yla Corotanhttps://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.en

Un primer vistazo pasa por el Baluarte de San Diego, hoy rodeado por un pequeño campo de golf urbano. Diseñado y construido por el jesuita Antonio Sedeño en 1587, se trata de uno de los edificios más antiguos de Intramuros. Los británicos lo bombardearon furiosamente en 1762 y un terremoto casi acabó con él en 1863. Su peor lluvia la pasó a mediados de 1945, durante el bombardeo estadounidense a Manila, que concentró gran parte de su potencia de fuego en Intramuros y terminó por arrasar gran parte del complejo histórico. El Baluarte ahora es un aviso, cubierto de vegetación fresca hurgando entre sus ladrillos, que previene al visitante de que el mundo en el que se dispone a entrar es uno que ya murió en 1898. Los muros desgastados hacen de muertos vivientes en este mundo desaparecido.

Edificios destruidos, edificios reformados

No hace falta desgastar mucha suela antes de toparse con la primera maravilla de Intramuros. Es la iglesia de San Agustín, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO junto con otras tres iglesias barrocas diseminadas por las islas. Es a su vez el templo católico más antiguo de Filipinas, levantado por los agustinos en 1571. Y las historias que tienen para contar sus muros rondan la leyenda y los cuentos de aventuras, basta palpar sus puntos adecuados para descubrir reflejos de estas historias. El saqueo sufrido a manos de piratas chinos en 1574. Los incendios destructores de 1583 y 1586. El saqueo británico en 1762. El bombardeo de Manila en 1945. La rendición española en 1898 que se negoció en su sacristía. Merece la pena hacer la cola pertinente - en ocasiones algo tediosa - para entrar y verla.

A partir de este momento las muestras de colonialismo español son tan variadas que uno encuentra difícil distinguir una de la otra. Una amplia plaza frente a la Catedral de Manila expone la estatua de Carlos IV como agradecimiento por haber llevado la vacuna de la viruela a Filipinas, y frente a esta estatua se encuentra la Catedral - hasta siete veces ha tenido que ser reconstruida, seis de ellas por manos españolas - y a su costado derecho el Ayuntamiento de Manila - cuatro veces destruida por incendios, terremotos y bombardeos - que es precisamente donde todos los estados al mando de la ciudad han instalado sus centros de gobierno.

Los edificios coloniales fueron en gran parte destruidos durante el bombardeo estadounidense de 1945. Pueden apreciarse las partes reconstruidas.
Los edificios coloniales fueron en gran parte destruidos durante el bombardeo estadounidense de 1945. Pueden apreciarse las partes reconstruidas.Alsheimaepixabay

Una pequeña placa señala el lugar donde antes se alzaba el Colegio de Santa Isabel, destruido - llegados a este punto, no nos extraña - durante el bombardeo estadounidense de 1945. Este fue un colegio donde se instauraron las primeras oficinas de los Montes de Piedad y la primera Caja de Ahorrros de Filipinas. Fui comprendiendo las palabras del taxista cuando descubrí las ruinas de esta iglesia, española y colonial, señaladas con tanto mimo, cuando lo que uno esperaba era que ya se hubiese olvidado.

Sin duda, Casa Manila sería el mejor lugar para comprender los usos y costumbres del colonialismo español en el siglo XIX, incluso desde su punto de vista cotidiano. ¿Cómo vivían, qué objetos les rodeaban? Al igual que la mayoría de edificios coloniales en Intramuros, se utilizó roca volcánica para construir este museo, en un acertado intento por mimetizarlo con el resto del decorado pese a inaugurarse en 1983.

Una ristra de verdades en el Fuerte Santiago

El plato fuerte en el itinerario por Intramuros. La lección última de la historia colonial en Filipinas, sin tapujos. Una pequeña placa señala los diferentes dueños que ha ostentado el Fuerte. Los españoles de forma interrumpida entre 1571 - año de su construcción - y 1898; los ingleses entre 1762 y 1764 durante una parte de la Guerra de los Siete Años; los estadounidenses entre 1898 y 1946; a excepción de los años de ocupación japonesa, entre 1942 y 1945. Cuando por fin cayó en manos filipinas, se limpió el uso bélico del Fuerte para transformarse en Monumento Nacional, y en el año 2014 en Tesoro Cultural Nacional.

Siguiendo la misma línea, ninguna de estas nacionalidades se ha librado, a su vez, de ser tomada como prisionera en el interior de sus muros. Traidores españoles y japoneses, militares estadounidenses e ingleses, referentes de la independencia filipina, cada nación ha sido dueña y a su vez prisionera de este gigantesco fuerte a las orillas del río Pasing. Cierto rastro a oscuridad emana de los muros. Su plaza de armas parece resonar todavía con el chasquido de las armaduras y las cintas de cuero, y un sonido montaraz como de guerra se extiende en los parámetros de la imaginación.

Entrada y foso del Fuerte Santiago.
Entrada y foso del Fuerte Santiago.André Hérouxhttps://creativecommons.org/licenses/by/3.0/deed.es

Este es el centro de poder militar para quien haya dominado Manila, atacado por piratas chinos y buques británicos, siempre fuerte hasta el bombardeo estadounidense de 1945. Llegados a este punto, es importante comprender la barbarie que asoló Manila durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial. Varios monumentos señalan la crueldad japonesa con la población civil durante su ocupación, se cuentan a decenas de miles las víctimas de las ejecuciones, pero el bombardeo estadounidense en febrero del 45 no tiene parangón. Efectuado con la intención de laminar la ciudad antes de desembarcar a sus tropas, para así evitar un número demasiado alto de bajas estadounidenses, consiguió a su vez planchar la ciudad, destruir un ingente número de monumentos históricos y matar a una escalofriante cifra de civiles que todavía no ha sido aclarada.

Al asesinato sistemático de filipinos en manos japonesas y al bombardeo genocida de los estadounidenses se los conoce como la Masacre de Manila. Entre unos y los otros, acabaron con la vida de 100.000 civiles, muchos de ellos españoles, frente a mil bajas estadounidenses. Es evidente que su estrategia fue perfecta en cuanto a sus números se refiere, pero uno se extraña por qué no han pedido los estadounidenses disculpas a los filipinos. Al fin y al cabo, en un solo mes causaron más destrozos que la Lufftwaffe en Londres durante el largo de la guerra, y un número de víctimas similares al de la bomba de Hiroshima.

Esta es la verdad que muestra el Fuerte Santiago. Que no hubo héroes sino villanos, no hubo libertadores, solo opresores, y que por mucho que les duela a los idealistas estadounidenses cuando derriban las estatuas de Colón, nadie está libre de pecado y nadie tiene derecho a lanzar piedras. Quizás se salven solo los filipinos, pero esto será porque ya han aguantado con creces su ración de pedradas injustas.