Viajes

El mundo se acaba en Augusta Emerita y vuelve a nacer en Mérida

La ciudad creada para retirar a las legiones que conquistaron Cantabria es ahora un refugio para los amantes de la cultura romana

Busto en el Museo Nacional de Arte Romano, Mérida.
Busto en el Museo Nacional de Arte Romano, Mérida.Alfonso Masoliver Sagardoy

Ha llegado el fin del mundo. Todo se desmorona, piedra a piedra, víctima del fuego y las herramientas del ser humano, y de nada servirán ya los importantes avances que hemos conseguido, todo se desmorona, la piedra, las ideas, el arte y los sueños. Los que sobrevivan al final pertenecerán a una especie diferente a la nuestra, serán más sufridos y violentos, ellos pasearán con la mirada alerta por entre las ruinas de nuestra civilización perdida. Ha llegado el fin del mundo. Y no sé que ocurrirá mañana.

Supongo que pensamientos de este estilo rondaban a los habitantes de Emérita Augusta cuando las invasiones bárbaras de Hispania se completaron en el siglo V. Al ver derrumbarse los edificios centenarios que habían dado forma a su mundo de circos, teatros, filosofía y poder. Para los habitantes de la ciudad fundada por el emperador Augusto, el mundo terminó por primera vez bajo la bota del rey alano Atax, en el 412, y quiero imaginar que los sentimientos de caos, incertidumbre, terror, esperanza y dolor sin paliativos fueron tan veraces como los de cualquier final del mundo. Así me lo expresan las ruinas de esta civilización perdida cuando las paseo en el siglo XXI.

Una ciudad de ocio

La ciudad no estaba acostumbrada a este tipo de violencias. Había sido creada en el 25 a. C por órdenes del emperador Augusto, con la intención de dar cobijo a las tropas licenciadas (eméritas) de las dos legiones veteranas de las Guerras Cántabras, la Legio V Alaudae y Legio X Gemina. Era algo parecido a una ciudad para jubilados. Tenía múltiples ofertas de ocio - de las cuales los romanos eran expertos - en forma de circos, teatros y anfiteatros, y su clima era más suave que el de otras zonas de la península, ardientes como Gades o bulliciosas como Tarraco. Para mejorar la ecuación, la población no era romana en exclusiva sino mixta, compuesta por locales tanto como romanos, abriendo así la puerta a la convivencia entre ambas civilizaciones.

Las ruinas del Templo de Diana, en Mérida, se conservan en excelente estado.
Las ruinas del Templo de Diana, en Mérida, se conservan en excelente estado.Alfonso Masoliver Sagardoy

De la mano de la hermandad, incluyendo su excelente posición en el inicio de la Vía de la Plata, la ciudad no tardó en convertirse en una de las más vigorosas de Hispania. El comercio se catapultó en las décadas siguientes hasta ser nombrada capital de la provincia de Lusitania y después capital de la Diócesis Hispaniarum, incluso fue tildada como una de las nueve ciudades más importantes del Imperio.

Todavía puede palparse esta sensación de éxito. Los romanos que la habitaron murieron, y los alanos y los musulmanes y los cristianos y toda criatura viviente terminó por unirse al polvo de la tierra; nuevos imperios florecieron para caer sin remedio, los hombres más grandes que hayan pisado la Tierra marcaron su punto en la Historia y volvieron a desaparecer. Solo siguió en pie la piedra castigada, tú puedes visitarla y experimentar estas sensaciones en su teatro, rondando por el Templo de Diana o sintiéndote insignificante a la sombra del acueducto. En el siglo XXI basta con comprar un abono de visitas por 18 euros para deleitarnos con estas beldades del pasado. Y la piedra confundida observa a los humanos pasear entre sus ruinas, vistiendo camiseta y chanclas de plástico por primera vez en la Historia.

El dios Mitra

Se han escrito tantos y tan bonitos artículos sobre la ciudad que carece de sentido dedicar párrafos a lo evidente. Por esta razón he querido desbrozar alguno de sus aspectos menos conocidos para presentártelas a ti, lector aventurero, e implantar la semilla que te lleve a profundizar en estos detalles. Son apasionantes.

Una de las curiosidades más intrigantes de la época romana de la ciudad pasa por el dios Mitra. En el Museo Nacional de Arte Romano se presenta, por primera vez para muchos, este ser traído a nuestra tierra desde la mitología persa, cuyo culto se remonta por aquellos lares a varios siglos antes de Cristo y por estos en torno al siglo I d. C. Nada haría suponer, al ver su estatua degollando a un toro, que su culto tenga ningún interés para nosotros.

El dios persa Mitra degollando al toro.
El dios persa Mitra degollando al toro.Angel M. FelicísmoCreative Commons

Profundicemos. Los seguidores de Mitra celebran su festividad semanal el domingo, día dedicado al Sol. Es curioso. La fiesta que conmemora el nacimiento de este dios pagano se celebraba un 25 de diciembre. Extraño. Aunque no tanto si se considera que los nacimientos de Osiris y Hércules también se festejaban el 25 de diciembre en las civilizaciones egipcias y griegas. Hay más. Los mitraístas realizaban sus ritos acompañándolos de pan y de vino (aunque también ofrecían en sacrificio algún animal) y el único método de iniciarse en la religión era, como ocurre con tantas otras, a través de la inmersión en la sangre del animal sacrificado.

Basta entrar en la tienda de Mithras, dedicada a las réplicas romanas en la misma calle que domina el museo, para conocer a un ferviente seguidor del culto mitraísta y hacerle las preguntas pertinentes sobre esta religión casi desconocida pero tan parecida a la cristiana.

El teatro de Mérida

Que no te escuchen llamar teatro al edificio en el que luchaban los gladiadores hasta saciar la violencia de la plebe. Ese refugio de sangre recibe el nombre de anfiteatro, mientras que el teatro sigue la misma definición que le damos en la actualidad, está dedicado en exclusiva a desarrollar funciones teatrales para jolgorio del público. Este colosal edificio de piedra milenaria sigue en pie después de tantos años, más o menos derruido por el peso de la edad, y en su interior se celebra este mes de agosto el 66º Festival Internacional de Teatro de Mérida.

Los actores de la obra 'La comedia de la cestita', durante un ensayo general previo a su estreno este miércoles 5 de agosto en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, en el Teatro Romano, en Mérida, Badajoz, Extremadura (España) a 4 de agosto de 2020.05 AGOSTO 2020 ARTE;TEATRO;COMEDIA;REPRESENTACIÓN;ACTUAR;CISTELLARIAJorge Armestar / Europa Press04/08/2020
Los actores de la obra 'La comedia de la cestita', durante un ensayo general previo a su estreno este miércoles 5 de agosto en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, en el Teatro Romano, en Mérida, Badajoz, Extremadura (España) a 4 de agosto de 2020.05 AGOSTO 2020 ARTE;TEATRO;COMEDIA;REPRESENTACIÓN;ACTUAR;CISTELLARIAJorge Armestar / Europa Press04/08/2020Jorge ArmestarEuropa Press

Acudir a cualquiera de las funciones que se representan sumerge al espectador en el centro mismo del ajetreo romano. Solo faltarían los veteranos emborrachándose en dulce camaradería y armando bulla en las gradas, las sacerdotisas paseándose con sus elásticos movimientos entre los murmullos embelesados de la plebe, qué más, quizá un cónsul venido de Roma y rodeado de aduladores. Con la vista puesta en el escenario, reconocemos que el ser humano no ha cambiado demasiado en los últimos 2.000 años.

Seguimos riendo a carcajadas con las travesuras que escribió Plauto. Sufrimos, como llevamos haciendo desde el siglo V a. C, al observar el trágico desarrollo de Antígona. El ser humano no ha cambiado demasiado, los muros del teatro lo saben, aunque llevemos camisetas y chanclas y los pergaminos se hayan cambiado por móviles de última generación. Es delicioso para cualquier espectador reconocerse tan minúsculo al levantar la vista de la obra y abarcar las gradas con la mirada, tan fugaz, tan sencillo de complacer desde el inicio de su vanidosa existencia. Yo ya tengo la solución para animarme los días que el pesimismo me invada, cuando las teorías conspiratorias que pululan por Internet hagan mella en mí y piense que es cierto, que el mundo se acabará dentro de pocos años por nuestra culpa.

Pensaré en las carcajadas eternas que resuenan en el teatro de Mérida. Recordaré el tacto del Arco de Trajano en la misma ciudad. Devanándome los sesos, buscando la verdad que discierna a Mitra de Jesucristo, caeré en la cuenta de que el ser humano son dos manos, dos piernas, una mente bulliciosa con un ansia deliciosa por comprender, crecer y disfrutar. Y si nuestro mundo se acaba, qué más da. Ya nacerá uno nuevo mañana.