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¿Hasta qué punto es arriesgado visitar una mina de sal a 300 metros de profundidad?

Al sur de Polonia podemos sumergirnos en la mina de sal de Wieliczka, cuya longitud bajo tierra supera los 200 kilómetros

La Capilla de Santa Kinga fue creada en 1896, a cien metros de profundidad en el interior de la mina de Wieliczka.
La Capilla de Santa Kinga fue creada en 1896, a cien metros de profundidad en el interior de la mina de Wieliczka.Ron Porterpixabay

La sal en la antigüedad era valiosa, me lo dijo mi profesor de Historia en el colegio. Su importancia a la hora de condimentar y conservar alimentos la convirtió en un preciado bien por el que numerosos comerciantes estuvieron dispuestos a entregar la vida, si hizo falta, desde tan atrás como el Egipto de los faraones. La sal era valiosa y, en consecuencia, cara. Su precio se tasaba sobre la sangre de quienes destriparon montañas, drenaron lagos y arrastraron los sacos del oro blanco hasta la mesa de los hogares afortunados. Por esta razón, desde chiquito, desde que escuché el comentario del profesor por encima del bullicio que por lo general pululaba en el ambiente de mi clase, siento una fascinación especial por la sal. Suena estúpido, lo sé. Solo es sal, la venden envasada en cualquier supermercado.

Haría falta visitar, entre tantos otros destinos donde la simpleza de la sal ha construido ciudades enteras, las minas de sal de Wieliczka, al sur de Polonia, para comprender las dimensiones económicas y sociales que ha adquirido este sencillo bien a lo largo de los siglos.

Breve historia de Wieliczka

Hace 15 millones de años - durante el periodo del Mioceno - se formó aquí un enorme depósito de sal subterráneo y nadie quiso fijarse en ello. Los parámetros con los que medimos la edad de nuestro planeta se estiran hasta límites vertiginosos cuando nos proponemos investigar cualquier asunto relacionado con la geología. Luego ocurrió, lejos de allí, que un primate se incorporó por primera vez sobre sus patas traseras. La sal de Wieliczka se acumulaba mientras tanto silenciosa. El primate jugueteó con el fuego, ideó la escritura, creó enormes ciudades e imperios. La sal de Wieliczka palpitaba en las entrañas de la tierra, intocable. El primate creó a nuevos dioses y luego los asesinó. La sal esperaba con una paciencia admirable, a sabiendas de que llegaría un día en que ella también sería algo parecido a un dios para esas divertidas criaturitas. Al llegar el siglo XIII los primates (ahora llamados hombres) dieron con este depósito viejísimo y comenzaron a aprovechar la salmuera que extrajeron mediante pozos a la superficie.

Estatua de sal de Casimiro III el Grande en una de las salas de la mina de Wieliczka.
Estatua de sal de Casimiro III el Grande en una de las salas de la mina de Wieliczka.dimitrisvetsikas1969pixabay

La sal de Wieliczka vio la luz por primera vez en eones y los primates, aullando y golpeándose el pecho dominados por la excitación de su sabor, excavaron pozos más profundos y más extensos, perdieron el miedo a la oscuridad de allí abajo y comenzaron a bajar un escalón y otro de roca. Reyes de la calaña de Casimiro III el Grande se ocuparon personalmente de que la extracción de sal fuera meticulosa y abundante, para así asegurar la riqueza de sus arcas, y promovieron la migración de sus súbditos hasta esta región. Hoy la mina de sal de Wieliczka cuenta con una profundidad de 327 metros y una longitud que roza los 300 kilómetros.

Los primates se fanatizaron. Cuando uno de ellos se dejó bigotillo y lanzó una serie de consignas populistas a su pueblo hambriento y humillado, Europa entera se vio envuelta en una guerra sin precedentes que finalizó con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. La mina de sal de Wieliczka, para la que seis años eternos en la mentalidad de los humanos no supone más que un tedioso parpadeo, sirvió entonces como almacén de armas y fábrica subterránea para los nazis, y llegó incluso a albergar a los judíos que más tarde serían empujados a los campos de concentración de Mielec y Plaszow. Los conceptos del bien y del mal se difuminan hasta desaparecer cuando hablamos de criaturas tan viejas, a Wieliczka no le interesa quién es el malo de nuestra película, siempre y cuando sienta en sus entrañas el placentero hormigueo de los pasos y las manos arrancándole terruños de sal. En 1978 fue incluida en la lista de bienes declarados Patrimonio de la Humanidad y siguió importándole un bledo.

Turismo en Wieliczka

Una de las muchas curiosidades de esta mina de sal pasa por ser considerada como uno de los primeros destinos turísticos de los que se tiene constancia en Polonia. No creerá el lector que esto del turismo nació ayer. Porque desde el siglo XV se permitía a las clases polacas privilegiadas visitar este fantástico escenario subterráneo con fines educativos, y entre sus ilustres visitantes destacan el genial Nicolás Copérnico - ese mismo que tuvo el valor de anunciar que la Tierra gira alrededor del Sol, y no a la inversa - o el novelista polaco Bolesław Prus. Por entonces el turismo estaba reservado a quienes tenían tiempo para practicarlo, y para tener tiempo hacía falta dinero donde aguantarlo...

Grabado del siglo XVII representando los diferentes niveles subterráneos de Wieliczka.
Grabado del siglo XVII representando los diferentes niveles subterráneos de Wieliczka.Willem HondiousCreative Commons

Y fíjese el lector cómo cambian las tornas que a principios del siglo XX no estaba permitida la entrada de más de 100 visitantes al día y cien años después, justo antes de que comenzara el coronavirus, la grandilocuente mina de Wieliczka recibía la friolera de un millón de turistas anuales. Que pudieron disfrutar de las esculturas de sal y ennegrecidas por la humedad que merodean por los pasadizos subterráneos, y pasear por las imponentes salones que parecen sacados de una novela de Julio Verne. O incluso beneficiarse de una estancia reparadora en el balneario de Wieliczka, que se encuentra a nada menos que 135 metros de profundidad y está especializado en pacientes con trabas respiratorias.

Hablamos de la Capilla de Santa Kinga: 54 metros de longitud, 18 metros de ancho y 12 metros de altura. Todo ello a cien metros bajo tierra. Es increíble porque aquí pueden celebrarse hasta bodas y bautizos y comuniones o lo que uno quiera, por el módico precio de 2.000 esloti - en torno a 500 euros - la hora, mientras rodean la escena ejemplos de arte “salado” como la Última Cena de da Vinci, que fue esculpida en la misma sal de las paredes. Incluso los candelabros que iluminan la estancia como si se tratara de una iglesia ortodoxa en San Petersburgo están hechos con cristales de sal, por el amor de Dios. Es que uno podría entrar por la capilla subterránea de San Antonio y caminar a cuatro patas con la lengua pegada al suelo sin preocuparse por lamer un centímetro de piedra. Es una guarrada, puede ser, pero Wieliczka garantiza que cada lametazo se llevará su correcta porción de sal.

Un recorrido por la mina de sal de Wieliczka embarga al visitante con altas dosis de claustrofobia y, en tiempos del coronavirus, podríamos incluirlo en nuestra lista de destinos arriesgados; no es recomendable manosear las paredes si padecemos de tensión arterial alta. Pero saldremos de vuelta a la superficie para devorar bocanadas de aire fresco, después de haber mecanografiado en el recuerdo de nuestras pupilas una serie de formas y tonalidades de luces que se reflejan en los cristales de sal. Recuerdos inolvidables. Que, condimentados con una pizca de sal, conseguirán convencernos de la importancia de este material cuya extracción trajo tantas molestias a los pobrecitos primates.