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Viajes

Así ha vivido Ciudad de México el Día de Muertos: una tradición que conmueve al mundo

En esta cita anual con la emoción, la capital mexicana invita a todos los viajeros a asistir y sumergirse en su trascendente celebración

El Gran Desfile culminó en el Zócalo capitalino, donde cada año se instala una ofrenda monumental Fotografía Pedro Daniel García

Vivir el Día de Muertos en Ciudad de México es presenciar una soberbia lección de humanidad. Los viajeros que llegan descubren que esta celebración no es solo un espectáculo visual, sino una experiencia transformadora. CDMX abre sus brazos, invita a caminar entre cempasúchiles, a escuchar el eco de los tambores, a probar el pan de muerto y, sobre todo, a comprender que celebrar a los que ya no están es también celebrar la vida misma. Porque, como dicen los chilangos, «recordar es volver a vivir».

No existe otro lugar en el mundo donde la frontera entre ambos conceptos —vida y muerte— se viva con tanta emoción, color y respeto. Aquí, la muerte no se teme: se honra. Se le pone rostro, música y flores. Se le canta y se le baila. Es memoria, es identidad, es arte.

Este año, el Gran Desfile de Día de Muertos se ha consolidado como uno de los mayores espectáculos culturales del planeta. Celebrado hace dos días, reunió cifras récord de asistencia y participación, convirtiendo el icónico Paseo de la Reforma y el corazón histórico de la capital en un punto de encuentro de casi un millón y medio de personas con flores de cempasúchil, catrinas escultóricas, carros alegóricos y música tradicional.


Desde la Puerta de los Leones en el extenso Bosque de Chapultepec hasta el Zócalo, el recorrido de más de cuatro horas mostró el alma mexicana en movimiento: una explosión de color, danza, arte y simbolismo que une generaciones. Más que un desfile, ha sido una poderosa muestra del Patrimonio Cultural Inmaterial de México, reconocido mundialmente por su profundidad simbólica y por su capacidad de reunir a todo un pueblo en torno a la memoria de quienes ya partieron.


Y es que aquí, el recuerdo no duele, sino que mantiene con vida a los ausentes. Por eso no se llora, sino que se ríe, se baila, se come… y se agradece la vida que sigue, con la certeza de que el amor trasciende la muerte. Como dijo al inicio del Gran Desfile Clara Brugada Molina, jefa de Gobierno de la Ciudad de México: «la muerte no es ausencia, sino memoria viva».

Lo imperdible

El emblemático Paseo de la Reforma se ha transformado estos días en un museo al aire libre. Exposiciones como Mexicráneos, los alebrijes monumentales y las enormes catrinas, que rinden homenaje a las raíces prehispánicas y al ingenio contemporáneo del arte popular mexicano, han sido la delicia de locales y viajeros.

El emblemático Paseo de la Reforma se ha transformado estos días en un museo al aire libreFotografía Pedro Daniel García

Las calles se llenaron de ritmo, tambores y sonrisas pintadas: es habitual encontrar maquilladores profesionales que, entre risas y pinceles, convierten los rostros de chilangos y visitantes en auténticas obras de arte. Dejarse maquillar en la calle se ha vuelto parte esencial de la experiencia: un gesto simbólico que transforma a quien lo vive.
Las luces también han sido protagonistas.

Este año, la Catrina Monumental del Ángel de la Independencia —de casi diez metros y ciento cincuenta mil luces LED— se convirtió en un emblema. Bella y poderosa, esta estructura artística forma parte del festival recuperado por el Gobierno de la Ciudad dentro del Festival Internacional de las Luces (FILUX). Su brillo ilumina desde el 23 de octubre la avenida más emblemática de México recordando que, como el arte, la muerte no distingue: ambas pertenecen a todos.

Zócalo, corazón del recuerdo

El recorrido culminó en el Zócalo capitalino, donde cada año se instala una ofrenda monumental que combina arte contemporáneo y tradiciones ancestrales. Este 2025, el homenaje se inspiró en el legado poético de Nezahualcóyotl, el rey-poeta del México prehispánico, cuyo célebre verso —«¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?»— resonó entre velas y flores como una reflexión universal sobre la vida y la muerte.

Contemplar las ofrendas es sentir el pulso de una ciudad que no olvida. Las familias colocan altares en sus casas y también lo hacen los negocios, que adornan sus escaparates con fotografías, velas y flores. Los mercados venden pan de muerto, calaveras de azúcar y papel picado; las calles huelen a tamales recién hechos, tacos al pastor y algodón de azúcar. En cada esquina se respira una mezcla de fiesta y devoción, de respeto y alegría compartida.


Las calles se llenan de ritmo, tambores y sonrisas pintadasFotografía Pedro Daniel García

El 2 de noviembre, el Día de los Fieles Difuntos, los panteones —así se les llama en México a los cementerios— se llenaron de música, velas y flores. En el Panteón Civil de Dolores, el más grande de América Latina, las tumbas se iluminaron y los visitantes llevaron ofrendas a sus seres queridos. Es un encuentro íntimo y colectivo a la vez, donde la tristeza se convierte en gratitud y los silencios en canciones.

Una lección de vida

Recorrer en estos días la capital mexicana es mucho más que viajar: es aprender.
Sí, vivir el Día de Muertos en Ciudad de México enseña que la muerte no es pérdida, sino vínculo; que quienes se fueron siguen habitando en la memoria, en la música y en las calles que los evocan.
En esta ciudad que late con tambores y se ilumina con miles de velas, uno comprende que el verdadero sentido de la vida está en seguir celebrándola, siempre.

Anote CDMX en su agenda de viajes para 2026: hay citas ineludibles, y esta con la vida y la muerte es una de ellas.