Vacaciones
La Gomera, aventura en una Reserva de la Biosfera
La isla redonda de las Canarias invita al viajero a olvidar el frío invernal y a empezar el año en un vergel donde apenas hay coches ni semáforos, pues gran parte de ella está cubierta por un abundante manto de vegetación
La isla redonda de las Canarias invita al viajero a olvidar el frío invernal y a empezar el año en un vergel donde apenas hay coches ni semáforos, pues gran parte de ella está cubierta por un abundante manto de vegetación.
La Gomera es la segunda isla más pequeña, después de El Hierro, de las siete que conforman el archipiélago canario. Para hacernos una idea, su superficie total es veinte veces menor que la Comunidad Autónoma de Madrid. Conocida como la «isla redonda», a vista de pájaro su intrincada orografía asemeja un gigantesco exprimidor de naranjas, con el pico Garajonay en el centro, del que parten en disposición radial varios barrancos y quebradas que se precipitan hacia el mar. Es la «isla tobogán», como la llamó el poeta García Cabrera, un paraíso natural que parece haber sido diseñado para los amantes del senderismo, plagada de rutas perfectamente señalizadas con diferentes grados de dificultad. Más de un tercio de la superficie de esta isla está declarado como espacio natural protegido y, en 2012, la Unesco le otorgó el título de Reserva Mundial de la Biosfera.
La Gomera es una isla poco habitada, con tan solo 62 habitantes por kilómetro cuadrado (23.000 en total), todo un oasis para los amantes de la tranquilidad. Basta decir que sólo hay 6.500 vehículos censados y el primer semáforo apareció en el año 2008. Su capital, San Sebastián de La Gomera, es también su puerto principal, el mismo muelle del que partió Cristóbal Colón el 6 de septiembre de 1492, después de haber reparado el timón de «La Pinta». La última tierra firme que pisó el almirante antes de continuar rumbo a ese destino incierto que se revelaría como América. Esta escala fue imitada, posteriormente, por otros navegantes como Pizarro, Cortés o Núñez de Balboa.
Todavía siguen en pie, como legado de esa época colombina, varios edificios. Entre ellos, dos de los más significativos son la Casa de la Aguada, con el pozo donde se abastecieron las tres Carabelas, y la Torre del Conde (única fortificación militar del archipiélago), en cuyas dependencias (se cuenta) vivieron apasionadas noches el almirante y Beatriz de Bobadilla, exiliada en esta isla para intentar alejarla de sus escarceos amorosos con Fernando el Católico.
La Hermigua
Unos quince kilómetros al norte de San Sebastián está La Hermigua, que significa «lugar de cosecha», un inmenso valle tapizado por huertas y platanares. Al final de esta vaguada, en Agulo, todavía son visibles unos pilares de hormigón que sobresalen del mar y que, a principios del siglo XX, sostuvieron los pescantes que servían para llenar de plátanos y tomates las bodegas de los barcos mercantes. Una terrible tormenta, en los años 50, acabó con esta estructura, que nunca fue reconstruida.
Una magnífica forma de contemplar el fértil valle es subir hasta el mirador de Abrante, construido en 2014: un balcón de siete metros de longitud completamente acristalado, suelo incluido, suspendido a 620 metros sobre el pueblo y el mar. En los días despejados, desde aquí se puede contemplar la majestuosa silueta del Teide coronando la cercana isla de Tenerife.
La Gomera comparte la misma génesis volcánica de las demás islas canarias, pero, a diferencia de éstas, aquí hace dos millones de años que no se registran erupciones volcánicas. Esta larga tregua ha hecho posible que gran parte de la isla esté cubierta por un abundante manto de vegetación. La mejor muestra es el Parque Nacional de Garajonay, situado en la zona más elevada del centro de la isla, y al que se puede acceder con facilidad siguiendo la carretera GM-2. Cubre una superficie cercana a las 4.000 hectáreas y fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1986, al ser considerado un enclave único en el mundo: el refugio natural con la mayor concentración de laurisilva del planeta, una auténtica reliquia de los bosques húmedos subtropicales de la Era Terciaria, formados por varias especies de hoja perenne parecidos al laurel. Una selva frondosa, casi siempre cerrada por la niebla, que se abastece de agua gracias a un fenómeno natural singular, la lluvia horizontal, producida cuando las nubes bajas entran en contacto con la espesa vegetación.
Su nombre, Garajonay, procede de la leyenda de los amores imposibles de Gara, princesa de Agulo, y Jonay, príncipe de Tenerife, quienes ante la oposición del padre de ella decidieron suicidarse en el pico más alto de la isla. De las diez rutas de senderismo señalizadas que recorren Garajonay, la que atraviesa el Bosque del Cedro es la más popular: dura unas tres horas, no es demasiado exigente y su recorrido es circular. El Parque Nacional de Garajonay es un escenario digno de un cuento de hadas, plagado de árboles con troncos retorcidos cubiertos por el musgo con una variedad cromática de verdes que hay que ver para creer.
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