Bruselas

Albert Boadella: «Me da vergüenza ser catalán y no me había pasado nunca»

Le han llamado «Botifler», traidor, facha y españolista. «Normal, es el precio de la disidencia», dice. No reconoce su tierra porque «se vive sobre una patraña».

Albert Boadella
Albert Boadellalarazon

Le han llamado «Botifler» (nombre que se daba a los partidarios de Felipe V en la guerra de Secesión), traidor, facha y españolista. «Normal, es el precio de la disidencia», dice. No reconoce su tierra porque «se vive sobre una patraña».

Posa para el fotógrafo con la gracia de quien se sabe un titiritero, un saltimbanqui, un actor de raza que es incómodo para unos. Bastante. «Aquí hay muy buena luz», contesta Albert Boadella a través del teléfono cuando le preguntamos qué tal ha ido la sesión. Se refiere a su finca del Ampurdán. La última vez que hablamos coleaba aún el tema de los tres cipreses que le habían cortado de cuajo de su jardín. Harto de la historia lo resolvió: colocó una cámara en el jardín «y el bicho volvió a picar», asegura. El autor era un vecino muy cercano. «Simplemente le envié una carta con una copia al Ayuntamiento en la que le advertía de que el sería el principal responsable de cualquier cosa que me sucedería a mí o a los cipreses». El tipo no volvió a entrar en la finca. El director teatral siempre ha hablado con claridad meridiana. Cataluña centra la conversación y él va contestando con tranquilidad. De vez en cuando se ríe socarronamente. Otras, se pone serio. Siempre Boadella.

–La situación que se vive en Cataluña no es producto del ahora sino que viene de lejos. De aquellos polvos, estos lodos. ¿Cuánto de lejos?

–La estructura está montada desde tiempos de Jordi Pujol, y muy bien montada en todos los aspectos. En el educativo y el mediático, sobre todo, pero también en el sentido de conseguir con el dinero público montones de voluntarios para la causa. Se ha tratado de crear una cierta paranoia en la población frente al enemigo común que es España. Hacia 1984-1985 es cuando arranca, justo con el inicio del pujolismo. Y así ha prendido con fuerza ese odio que se tiene hacia el vecino canalla. Se ha logrado que una parte de la población viva sobre una ficción.

–¿No le parece difícil de creer que un político como Carles Puigdemont se haya metido en el bolsillo a tantos miles de personas?

–Yo le preguntaría lo siguiente: ¿Cómo es posible que un payaso como Mussolini, que tenía cierta gracia como payaso, fuera capaz de engatusar a un pueblo tan civilizado y culto como el italiano? Y le siguieron millones de personas. Pues con Puigdemont ha pasado lo mismo. Nos llevaría a analizar cosas bastante desagradables sobre las masas.

–¿Y qué es la masa? Parece un ente sin forma que puede asustar...

–Si hay un eslogan que realmente me aterra es de «El pueblo unido jamás será vencido». Cuando lo escucho, huyo, me escondo. Es evidente que muchos de los impulsos y sentimientos gregarios dan cierto pánico.

–Cuando estos días ha escuchado hablar de «presos políticos» ¿le ha recordado a tiempos pasados y bien pasados?

-Esas expresiones forman parte de la gran mentira que se ha organizado y orquestado. Se ha montado un mundo de ficción total sobre la historia pasada y la contemporánea, sobre todo alrededor de lo que sucede a diario en España. Se trata de una mentira muy bien urdida porque como toda buena falsedad tiene que tener cierto aspecto de realidad. Hay presos, sin duda. Lo son por política, una parte, aunque están donde están, no lo olvidemos, por transgredir las leyes del Estado. Los nacionalistas son amigos de utilizar estos giros para cambiar la visión del conjunto y se encuentran con una población que es adicta a ser engañada porque lleva años siéndolo. Y hallan el campo abonado. Al aplicarse el 155 se dejó impoluto al ejército de Cataluña que son el mundo de los medios y el de la educación. Ahí reside la fuerza y está en esas dos patas.

–¿Si se hubiera echado el cierre temporal a TV3 se habría solucionado algo?

–Sin duda alguna. Y no solo TV3, sino a otras cadenas también. Si la gente no puede escuchar machaconamente lo que oye cada día podría haber tenido la opción de cambiar a otras emisoras y se habría topado con un discurso más plural. El alimento diario de mi pueblo en el 90% de los casos son los medios de comunicación de la Generalitat y sin ellos el pensamiento puede empezar a tener dudas. Son fanáticos hasta el extremo, como una fe religiosa de las de antes.

–Habla de la educación. El poso de un discurso escuchado durante años en las escuelas ha calado en una generación de catalanes.

–Es así. En la educación ha calado de largo. En Cataluña, a finales del franquismo se abrieron lo que se llamaban las Escuelas de Verano de maestros y profesores. Yo di clases también allí. Aquello ya era un foco de nacionalismo, aunque el contexto político no permitía llegar lo lejos que hubieran querido. Un porcentaje alto del núcleo de profesores es el que ha irradiado la idea de la España goyesca, intolerante, dominante, negra y muy pocos quienes les han hablado de la verdad, de la España de las libertades.

–Es decir, que esa «leyenda negra» de España en la educación de Cataluña es un hecho.

–Es un tema bastante más complicado que el de los medios de comunicación porque no se puede jubilar a todos los maestros de golpe. Solo pensamos que la realidad externa puede hacer cambiar sus ansias de adoctrinamiento a los profesores. Hoy, dos meses después de 1-O, el resto de los españoles se ha relajado. Y yo sonrío irónicamente. Vale, bien que se relajen un poco, pero que no bajen la guardia, que esto está vivo y muy vivo, cuidado. Se trata de rehacer una trama de afectos en los ciudadanos, en las familias –que para muchas ha significado un golpe brutal– y transformar la mente de los ciudadanos al decirles que hay unas leyes que están por encima y son las nacionales, las del estado español. Y que están sujetos a ellas y que protejen sus libertades.es una fractura en toda regla, brutal.

–¿Qué se puede hacer, entonces?

–Se me ocurre pensar malignamente que si Cataluña tuviera una importante bajada desde el punto de vista económico, lo cual sería también negativo para el resto de España, les podría hacer reaccionar. Que sufra la economía y el ciudadano lo note en su bolsillo es un escarmiento desde luego duro pero que puede funcionar. Sé que es algo bastante maligno pensar así, pero soy bastante pesimista.

–¿Cuando sale fuera de España sigue diciendo que es de Murcia?

–Me da vergüenza ser catalán y no me había sucedido nunca. Lo que se ve desde fuera es un espectáculo deprimente, esperpéntico. Y no hablo únicamente de los políticos, sino de aquellos que se van a Bruselas a ver a un capullo nacionalista que se cree Guillermo de Orange. Y eso sí me preocupa, que se crean en posesión de la verdad, que no se les quiebre esa seguridad.

–¿Qué puede pasar después del 21-D?

–Lo que puede cambiar, quizá, es que a lo secesionistas les cueste más decir aquellos de «todos los catalanes», porque ya no todos están por la separación. Que ganen, no en votos, sino en escaños los constitucionalistas lo veo difícil. Los otros forman una masa muy movilizada. En votos sí pueden ganar; en escaños, creo que no. Tengamos además en cuenta una cosa muy importante: que en el mundo rural están los ancestros más fuertes en este tema. Ya no son apolíticos, sino que es ahí donde vive el núcleo más importante de la xenofobia. El catalanismo ya tiene una inducción xenofóbica.

–¿Ve a Inés Arrimadas como presidenta de la Generalitat?

–Me alegraría.

–¿Votará el 21 de diciembre?

–Sí, siempre lo he hecho, y votaré a Ciudadanos. Ha habido cosas que no me han gustado, como que consideraran el enemigo máximo al Partido Popular, un error grande que les costó caro. O querer que no les confundan con la derecha, cuando en España no hay derecha porque el PP es un partido socialdemócrata. Ciudadanos rectificó su actitud y, sin lugar a dudas, es lo mejor hoy en Cataluña. El PP no ha dado una en Cataluña desde Vidal Cuadras, un hombre que tenía un sentido político relevante. Después ha ido de mal en peor.

–¿Les ha faltado capacidad de seducción?

–No ha existido una idea de renovación que fuera capaz de seducir a los que sí la podían votar. El PP ha querido hacer política de quedar bien con los nacionalistas y ha significado lo peor.

–¿Qué le parece que Manuel Valls y Vargas Llosa hagan campaña por Ciudadanos?

–Me parece algo bastante coherente por parte de ambos. Valls es un hombre con conocimiento del tema, coherencia y sabe lo que dice, y de Vargas Llosa, qué decir de su talante liberal.

–¿Teme más a los soberanistas o a los equidistantes?

–A los de «la puntita nada más» los temo. Es más, los aborrezco. Cuando veo a Iceta jugar como lo está haciendo me causa verdadera repugnancia. Los que están en medio de todo esto esgrimen el discurso de que hay que ser buenos, que es necesaria una reconciliación..., sí, desde luego, pero lo que sí es necesario de verdad es tener claro dónde está la verdad y dónde la mentira. Que eso no se nos olvide nunca. Desde luego, una reconciliación tragando mentiras, no, jamás. Sé qué pie calzan Junqueras y Puigdemont, conozco su juego. Han engañado durante años pero ahora se han quitado la careta. Los otros no sabemos por dónde la van a meter. En sus palabras siempre hay que leer entre líneas.

–Vamos a imaginar por un momento que Puigdemont fuera elegido presidente pero que no regresara a España para no acabar en la cárcel. ¿Sería más una farsa que una tragedia?

–Yo, sinceramente, no creo que dé ni para lo uno ni para lo otro. Para ambas hay que tener carisma fuerte, y en su caso no lo hay. Me temo que se irá al Rosellón y hará una extraña representación de la época de la dictaura, cuando Tarradellas estaba en el exilio. Aunque entre Tarradellas y Puigdemont hay millones de evoluciones del homosapiens.

–¿Qué tal le iría a Cataluña con otro «menage a trois» de la izquierda?

–La del tripartito ha sido una muy mala experiencia. Una parte de lo que hoy sufrimos sale del tripartido de Maragall, Esquerra y después de Montilla. Los tripartitos montados por la izquierda me suenan a muy peligrosos. Si solo colaborase en versión constitucionalista quizá fuese mejor que lo que hemos visto hasta ahora, pero solo bajo ese principio de colaboración.

–¿Cree que una gran parte del pueblo catalán que estaba en un estado de letargo ha despertado?

–Un poco sí. Han visto que su libertad estaba en riesgo y que los acontecimientos tomaban un cariz un poco venezolano. De cuando en cuando hay que darles un pequeño electroshock. El atentado más importante del separatismo es a la libertad. La gente olvida con demasiada facilidad que lo que se presupone lejano, incluso físicamente, te acaba tocando.

–Nunca como hasta ahora, y no por un partido de fútbol de la Selección Española, se han desplegado tantas banderas.

–Me recordaba a épocas muy lejanas del franquismo. Cuando Franco iba de visita se desplegaban en los balcones, se colgaban en las faroles, las agitaban los niños. Y es que lo más parecido al franquismo es el nacionalismo.

–Lo de resucitar a Franco es algo cíclico, ¿no le parece?

–La izquierda tiene todo el interés del mundo en ese «revival» de Franco. Ha jugado torticeramente con eso y con el tema de la memoria histórica cuando el impulso natural de los españoles era precisamente el contrario, alejarse de ello. Casi se había conseguido y llegó Zapatero con el tema de la memoria histórica, que es un comodín estupendo y que, además, a los catalanes les parece doblemente fantástico porque piensan que nada tienen que ver con el franquismo, ya que los malos están del Ebro para abajo. Uno de los juegos del nacionalismo es decir que en Cataluña no había franquistas. Cambó, por ejemplo, pagó la rebelión de los sublevados; Mateu, el del Castillo de Peralada, puso dinero para la revuelta franquista. Es un engaño propio de una manipulación insostenible.

–Las flatulencias de Josep Rull, ¿son un ataque a los derechos humanos o una metáfora del procés?

–Es una demagogia aceptable de quien juega con eso, de quien define a las cárceles españolas como terribles y terroríficas. Era de esperar una declaración así y tenemos que estar vacunados contra eso. Los nacionalistas no dicen una verdad ni por asomo.

–¿La Constitución está para cumplirla o para cambiarla?

–En principio, para que la cumplamos. Veo malas intenciones en la izquierda tratando de encajar a Cataluña y al País Vasco porque significa hacer concesiones. ¿Se ha dado un golpe de Estado y después se hacen concesiones? Es de vergüenza ajena. Tenemos que replantear el control sobre determinadas ideologías montadas exclusivamente para cargarse la Constitución Española y el propio territorio. Y luego está el cuento de los «hechos diferenciales» que esgrimen, que es una tomadura de pelo más y dar pávulo a los que destruyen. A veces España me parece un tanto masoquista.

–¿Ha tardado demasiado el mundo de la empresa en reaccionar al secesionismo?

–La fuga de empresas ha sido un pasmo general para los separatistas porque no se lo imaginaban. Ha resultado positivo, aunque me deja pasmado que grandes organizaciones financieras hayan esperado tanto. Yo habría despedido a sus asesores. ¿Es que no lo veían hace cuatro o cinco años? Han reaccionado en el último momento.

–Y el mundo de la cultura ¿ha ido por el mismo camino?

–Ha hablado tarde y de forma minoritaria. En un 90% están por el nacionalismo y en mi gremio, en general, el cien por cien. Es lógico, porque dependen de subvenciones, de ayudas de la Administración pública y el pan los moviliza. El mundo de la cultura es nacionalista. A Serrat le doy la bienvenida al club de los disidentes, yo no le había escuchado hablar antes sobre esto. En 2006 cuando boicotearon a Els Joglars no se levantó ni una sola voz.

–¿Más desencantado que preocupado?

–En 2006 dejé de hablar en los medios de comunicación catalanes y dejé también de representar mis obras en Cataluña. Corté radicalmente con la sociedad catalana. Con todo. Mi agenda allí se redujo a cinco o seis personas. Lo que sucede es que me preocupa como español; como catalán he dejado de tener ese sentimiento. Lo mejor de Cataluña, lo digo así, es mi mujer, lo mejor que me he podido llevar. Tengo muy pocas adherencias en esta tierra. Lo que suceda el 21-D lo veré con objetividad.

–¿Y si un día Cataluña se independiza?

–Si sucede, y no es ciencia ficción, ya lo digo, significa que nunca más regresaré, entre otras cosas, por mi seguridad personal.