José María Marco

El centro emergente

La Razón
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La elección de Jeremy Corbyn, que juega al icono antisistema, como líder del partido laborista no parece resultar peligrosa para los conservadores. Más bien al revés. Sólo en el caso de que decida hacer (aún más) demagogia en el asunto de la Unión Europea podrá Corbyn, probablemente, poner en riesgo la posición de Cameron, que depende en este punto de la movilización de los ultras de su propio partido conservador. Por lo demás, a quien Corbyn plantea problemas de verdad es a sus conmilitones en el laborismo, que se introducen en el brumoso mundo de la política fantástica, hecha de ensoñaciones infantiles.

El paso de Alexander Tsipras por el gobierno, en Grecia, tampoco parece haber mejorado la posición de su partido que pierde los puntos que el plebiscito de este verano pareció haberle hecho ganar. Syriza ya no es la quintaesencia de la utopía posible, aquel instrumento soñado para cambiar el mundo, o al menos la Unión Europea. En realidad, habrá conseguido cambiar Grecia... a peor, según los criterios del Tsipras de antes de la ética de la responsabilidad: más austeridad, más recortes, más privatizaciones, más desregulaciones...

La opinión pública de nuestro país tampoco ha dejado de tomar nota de lo ocurrido en Grecia y los compañeros de Podemos no viven, al menos por ahora, un momento tan dulce como el de hace algunos meses. En este caso, el problema es que aunque el PSOE remonta en algunas encuestas no recupera del todo el terreno perdido. La crisis habrá creado expectativas imposibles de cumplir, populista o de extrema izquierda, que han reducido aún más el espacio de la izquierda tradicional, lo que se suele llamar socialdemocracia. Esta, que ya estaba en dificultades antes de la crisis, sale aún más debilitada, o bien porque se ha dividido, o bien porque ha caído en la tentación de radicalizarse.

En contra de lo que pareció en un primer momento, es posible que el desconcierto generado por la crisis económica no haya desembocado en un electorado radicalizado, sino en otro más maduro, más consciente de la complejidad de la situación, más alérgico que nunca a las soflamas y las simplificaciones ideológicas, aunque necesitado de marcos conceptuales consistentes –la nación, sin ir más lejos– que hagan inteligible la acción política. Es lo que se solía llamar el centro. La lección que se deduce de la evolución de la ciudadanía, también de los más jóvenes, no debería caer en saco roto en el centro derecha.