José María Marco

El final del «procés»

La Razón
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Ya casi no es noticia que la presidenta del Parlamento catalán, Carme Forcadell, se reúna con unos individuos que promocionan los «derechos» (sic) de los presos etarras. Al parecer, la presidenta los recibió bien, con mucho interés y preocupación compartida. Siempre es bueno preocuparse por los demás, aunque a Forcadell, activista desde los tiempos de Ómnium Cultural, no se le escapará que para muchos españoles, catalanes o no, el gesto es una provocación. Una provocación sin más consecuencias políticas que contribuir a hacer inviable no ya cualquier solución del problema del nacionalismo catalán, sino cualquier forma de convivencia civilizada en Cataluña. Está, por un lado, la opinión pública catalana, cuya definitiva nacionalización fue decretada prematuramente en 2012. Aquello abrió la puerta al «procés», pero encerró al nacionalismo en un callejón sin salida. Gestos como el de los etarras no le van a conseguir ni un voto más. Por otro lado, está lo que queda del antiguo nacionalismo «moderado», que empieza a darse cuenta del error cometido. Ahora intenta desmarcarse de los antisistema de la CUP enarbolando la bandera de la independencia. Cataluña, aunque sea una sociedad esencialmente mediterránea, muy lejos de los ideales europeos en los que se entretuvo con complacencia, no llega ni de lejos a la «finezza» italiana que también ha querido imitar. Por eso la distinción entre el independentismo y los antisistema sólo cobrará sentido si es el primer paso para dejar de estar a lo que dicten los comunes y las CUP. Y está, finalmente, el Gobierno central, al que esa combinación nacionalista de ingenuidad y provocación cede el papel estelar. Aunque no es necesario revisar críticamente la trayectoria del PP en este asunto, hacen bien Rajoy y la vicepresidenta en cargarse de razones, manos tendidas y voluntad de dialogar. El «procés» –no así el nacionalismo– es un cadáver sin enterrar. La mejor manera de contribuir a que la sociedad catalana lo deje atrás es invitar a sus protagonistas a hacer lo que tienen que hacer, interviniendo lo menos posible fuera de una presencia redoblada en Cataluña. La ola nacionalista que parece sacudir el mundo desarrollado no debería llevar a un nuevo diagnóstico equivocado. El independentismo antisistema del que depende el Gobierno de Cataluña no tiene la menor posibilidad de éxito fuera del Principado. Nadie, en ningún sitio, va a tomar en serio a Carme Forcadell y sus amigos proetarras.